En la Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores

En el 75º Aniversario de la bendición de las sagradas imágenes del Cristo yacente y de la Virgen de los Dolores de la Hermandad del Santo Sepulcro.

Lecturas bíblicas: Hb 5,7-9; Sal 30,2-6.15-16.20 (R/. «Sálvame, Señor, por tu misericordia…»); Aleluya: Jn 19,25.27(«Dichosa es la bienaventurada Virgen María…»).

Querido señor Cura párroco y hermanos sacerdotes;
Queridos cofrades del Santo Sepulcro y de la Virgen de los Dolores;
Hermanos y hermanas:

La parroquia de San Pedro Apóstol concluye hoy una semana de cultos solemnes en honor de Cristo, contemplado en el misterio de su muerte y sepultura; y de Nuestra Señora de los Dolores. Una semana consagrada a la veneración de las sagradas imágenes, por cuya mediación sensible los feligreses os habéis colocado en humilde súplica ante el Señor y su santísima Madre; y, por esto, es bueno que nos detengamos en considerar el significado de este culto cristiano.
Dice el autor de la carta a los Hebreos a Jesús «le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos» (Hb 2,9). Hecho solidario con nuestro destino mortal, Jesús descendió a los infiernos, como recitamos en el credo. Los infiernos o el sheol era parta los judíos el reino de los muertos, y Jesús, habiendo padecido la muerte y la sepultura entre los muertos, descendió al sheol para rescatar a los que yacían en las tinieblas de la muerte y abrirnos a todos los mortales las puertas del reino de los cielos, donde ahora Cristo Jesús se sienta junto al Padre. Allí junto a él está la su Madre María, porque identificada con él sufrió los dolores de la pasión y la cruz de su Hijo, y ha sido con él glorificada. María vivió asociada al Redentor, en los gozos y en los dolores. María vivió en tal forma esta unión que ya desde los primeros momentos de la vida del Hijo el anciano Simeón profetizó de ella que un espada le atravesaría el alma, conforme a aquella vivencia de gracia que nos ha transmitido san Pablo, y que se aplica a ella en forma eminente, como se nos aplica a cada uno de los discípulos de Jesús, si con él saben sufrir: «Completo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia» (Col 1,24).
La Hermandad del Santo Sepulcro, después de haber celebrado ayer la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, vive hoy con gran gozo y esperanza la fiesta de la Virgen de los Dolores, titular de la hermandad, una jornada de gozo para dar gracias a Dios en el septuagésimo quinto aniversario de la bendición de sus imágenes titulares. Fundada el 7 de abril de 1923 y domiciliada desde entonces en esta vieja iglesia parroquial de San Pedro Apóstol, la hermandad ha rendido secularmente veneración a las imágenes del Señor y de la Virgen. Sus primeras imágenes tuvieron el valor que les daba su misma antigüedad barroca, prestigio artístico de que gozaba en particular el Cristo yacente, una talla del siglo XVII. La imagen de la santísima Virgen de los Dolores era obra del siglo XVIII, talla barroca del escultor granadino don Torcuato Ruiz del Peral. Ambas fueron destruidas en la persecución religiosa de los años treinta del pasado siglo, cuando con el martirio de las personas sacrificadas “en odio a la fe”, se infligió asimismo el cruel martirió de quema y la destrucción a tantas cosas santas, mutilando el patrimonio religioso de Almería.
Aquellas hermosas imágenes fueron sustituidas por las que hoy se veneran, obra del escultor imaginero granadino don Nicolás Prados López. Fueron realizadas en 1945, en un tiempo difícil tras la Guerra civil española, pero un tiempo que conoció el renacer ilusionado de la fe tras la persecución. Fueron bendecidas hace setenta y cinco años por nuestro venerado predecesor en la sede, el Obispo Mons. Enrique Delgado y Gómez. Hoy ambas imágenes hubieran desfilado procesionalmente, si nos lo hubiera esta pandemia que no retrocede y limita nuestra vida de cada día.
Con estas limitaciones damos ahora y siempre gracias a Dios, recitando el himno de acción de gracias del Apóstol: «¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra…!» (2 Cor 1,3-4). El Apóstol nos dice que si Dios nos sostiene en nuestros sufrimientos es para que nosotros ayudemos a los que sufren con el consuelo que recibimos de Dios. De este modo el amor con el que Dios nos ama llegará por nuestro medio a los hermanos necesitados de este consuelo de Dios. Pueden ser muchos nuestros sufrimientos, pero es mayor el consuelo que nos viene de Dios. Sólo con fe podemos comprenderlo, cuando se nos cierra el horizonte y se nos hace difícil soportar el dolor, la enfermedad y el sinsentido de la vida. Una situación por la que todos podemos pasar y que se nos echa encima nublando la luz que ilumina nuestra vida, la fe que nos abre a un futuro esperanzador. Sucede, en particular circunstancia, cuando el dolor sume en cierta desesperación a quien pasa por la pérdida de los seres queridos llevados por la muerte, cuando llega el fracaso moral y la soledad, o cuando la incomprensión y la maledicencia se ciernen sobre nosotros.
Entonces la fe es tabla de salvación, la fe nos ayuda a descubrir que Cristo se vio envuelto por nosotros en esta oscuridad, cuando pendía de la cruz y suplicaba la respuesta de su Padre: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27,46). Había pedido a su Padre que lo librara del cáliz de la pasión y la cruz en la agonía de Getsemaní hasta transpirar un sudor «como gotas espesas de sangre que caían en tierra» (Lc 22,44). De nuevo es el autor de la carta a los Hebreros el que nos descubre el hondo significado redentor de la agonía de Jesús, pues «aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor de la salvación eterna» (Hb 30,20).
Ya en los padecimientos de la crucifixión, el evangelio de san Juan que acabamos de escuchar nos dice que Jesús desde la cruz entregó como hijo a Juan dirigiéndose a ella desde la cruz; y al discípulo que tanto quería le dio a María por madre (cf. Jn 19,26-27). Es un pasaje que hemos meditado reiteradamente, y nos acompaña siempre en nuestras luchas, y el volverlo a escuchar nos hace mucho bien, porque viendo a María junto a la cruz de su Hijo, no nos sentimos solos. Al acompañarla a ella, somos nosotros los que nos sentimos acompañados por ella. Con María nos sumamos a la pasión de su Hijo, asumiendo nuestros sufrimientos con fe y esperanza ciertas, y a cambio ella nos devuelve, con el amor de madre con el que nos acoge como suyos, la fe y la esperanza. La Virgen de los Dolores sabía, aunque en la oscuridad de la fe, que un día una espada le traspasaría el corazón y afrontó la cruz de Jesús que así le hería como espada el corazón, apoyándose en la palabra de Dios. María creyó en la palabra de Dios y la acogió en su corazón, para poder recibir después en su seno a Cristo palabra encarnada, Verbo de Dios hecho carne por nosotros. La palabra de Dios fue para ella «roca de refugio, / un baluarte para salvarse» (Sal 30, 3), como hemos recitado con el salmo responsorial, que sigue a la primera lectura de la carta a los Hebreos. La fe de María es respuesta a la palabra de Dios, que ella contempla como guía luminosa en la oscuridad de su vida, cuando no sabe qué le espera y la profecía le anuncia que una espada atravesará su alma de madre.
No estamos solos porque Jesús nos ha entregado por madre a María, y ella no nos deja solos. Su presencia espiritual en medio de la Iglesia es garantía de que los dolores que todos los sufrimientos que pueden sobrevenirnos en la vida pueden ser soportados contando con el consuelo de Dios que nos ofrece la Virgen María, ayudándonos a mirar a la meta en la que hemos puesto la esperanza: la victoria sobre el dolor y la muerte en la participación en la resurrección de Cristo.
La Virgen de los Dolores nos invita hoy y siempre a sumarnos a la pasión de su Hijo, no sólo saliendo airosos de nuestros sufrimientos, sino capaces de acompañar, de la mano de la Virgen, el caminar sufriente de tantos millones de seres humanos a los que el hambre, la persecución y la guerra colocan en situaciones extremas. Sufrimientos que obligan a tantos hermanos nuestros a emigrar y buscar una vida mejor lejos del propio hogar y del país donde han nacido. Ella nos ayuda a consolar con fraterna solicitud por ellos a los que necesitan de nosotros y en nosotros se apoyan para recobrar la esperanza.
Queridos cofrades del Santo Sepulcro y de la Virgen de los Dolores, después de este tiempo de pausa y reordenación de la hermandad que habéis afrontado a lo lardo de los dos últimos años, ha llegado el momento de volver a tomar con ilusión la vida de la hermandad en vuestras manos, agradeciendo a la Comisión gestora, presidida por don José Antonio Esteban, cuanto ha hecho por reflotar en un momento de decaimiento la vida cofrade de la hermandad. Estoy seguro de que vuestra cofradía, de tanta tradición y significación religiosa en la Semana Santa de Almería retoma de nuevo con esperanza y voluntad de futuro su propio ritmo, para hacer de esta asociación de fieles un medio de apostolado asociado al servicio del culto cristiano, que nutre e inspira el testimonio apostólico que necesita nuestra sociedad. Que la Virgen de los Dolores os ayude con su intercesión.
Queridos hermanos y hermanas, espero que esta celebración nos encamine a la visita pastoral que espero concluir en esta comunidad parroquial, con la ayuda de Dios y observando las normas sanitarias que nos defiendan mientras no dejamos de seguir adelante con la vida de la Iglesia, sin retraernos en el culto ni en la vida eclesial que debe seguir adelante.

Iglesia parroquial de San Pedro Apóstol
Almería, a 15 de septiembre de 2020

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

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