El nuevo Papa ante los retos actuales de la Iglesia

Artículo escrito por Mons. Adolfo González, Obispo de Almería, sobre el nuevo Papa Francisco I.

Ha comenzado el Pontificado Romano del Papa Francisco I, y después de la primera sorpresa por lo inesperado de su elección, va emergiendo el perfil del nuevo Papa.

El Papa Francisco tiene una biografía cuyos trazos principales han sido definidos por los apuntes, algunos muy apresurados, de los medios de información. Su vocación tardía surgida de la inspiración cristiana de su juventud, le mueve a ingresar en la Compañía de Jesús y, pasados los años, vendría a ser provincial de los jesuitas argentinos en los años setenta en tiempos convulsos para la sociedad argentina y para la Compañía. Después vendría a ser profesor de Teología en los ochenta. Nombrado por Juan Pablo II obispo auxiliar de Buenos Aires en 1992, pasó después a Arzobispo coadjutor en 1997 y Arzobispo de Buenos Aires en 1998.

Esta trayectoria es resultado de un propósito de fidelidad a la tradición de fe y a la espiritualidad de san Ignacio, polarizada en la vida interior como experiencia de conversión y ascética del seguimiento de Cristo, que había de traducirse en un porte exterior y un estilo de vida austero y humilde. Su solidaridad con los pobres, marginados y con cuantos sufren y su recia defensa de los derechos humanos frente a los abusos del poder político le revelan como un pastor de reconocida proyección social por razones evangélicas y alejado de la ideología militante de algunas formas de teología liberacionista inspirada por el marxismo.

Contra tendencias que desdibujan la tradición católica y la naturaleza de la vocación religiosa, el jesuita Bergoglio reivindicó con claridad la identidad de la Compañía contra su secularización, y el arzobispo la condición sobrenatural del cristianismo contra su disolución en ideología de la emancipación. No sólo no ha dejado de defender a los indefensos frente al poder político y la corrupción, tampoco se ha ahorrado intervenciones públicas en defensa de la inviolabilidad de la vida humana desde su concepción, promoviendo la belleza del amor humano en su genuina verdad como fundamento del matrimonio cristiano. Su piedad mariana y su recia espiritualidad sacerdotal le hicieron acreedor de la confianza de Juan Pablo II y, si las informaciones que han trascendido del cónclave de 2005 son ciertas, su personalidad pastoral le colocó como candidato a la sede de Roma cuando accedió a ella Benedicto XVI. Él contribuyó de forma decisiva a que la asamblea de Aparecida viera en la piedad popular un referente de la espiritualidad que no puede relegarse.

El cónclave que acaba de concluir le ha convertido en el primer hispanoamericano que gobernará la Iglesia universal. Con ello los cardenales reconocen el peso y el significado que para la Iglesia universal tiene el catolicismo hispanoamericano. De ahí que las esperanzas puestas en su pontificado se acrecienten y los retos que ha de asumir generen gran expectativa ante los retos que ha de asumir. Entre ellos, la nueva evangelización de la sociedad y de la cultura contemporánea, imbuida ésta de un agnosticismo laicista promovido por una mentalidad secularizada, para la que Dios es una hipótesis que debe ponerse entre paréntesis. Si en el primer mundo, la mentalidad laicista afecta a usos y comportamientos que no se compadecen con la fe cristiana, más aún, se diría que son rotundamente anticristianos y manifiestan una cierta cristianofobia, los efectos de la globalización expanden la ondulación secularista a las Iglesias de Hispanoamérica y alcanzan incluso a las nuevas Iglesias africanas.

La nueva evangelización es ineludible y se trata de llevarla adelante con nuevo tacto, voluntad de aproximación a los alejados colocándose en la misma óptica en que ellos se han colocado, para mejor entenderlos y poniendo de relieve cómo algunas de sus más definidas aspiraciones, lo son también de Iglesia, como la emancipación del hombre de toda esclavitud y la aspiración a la felicidad, realidades imposibles al margen de Dios. Evangelizar la sociedad y la cultura, proyectar ante las jóvenes generaciones las posibilidades humanizadoras de la fe cristiana, promoviendo una verdadera cultura de la paz y del diálogo son retos ineludibles para la Iglesia y lo son, por eso, del Papa y de los obispos.

La renovación de la vida de la Iglesia, «siempre necesitada de reforma», urgirá al Papa a reformar las estructuras de gobierno de la Iglesia, guiándose por la purificación constante de los pastores y de los fieles. Benedicto XVI ha abierto la brecha de esta renovación y búsqueda de trasparencia en los organismos de gobierno de la Iglesia. Todos, eclesiásticos y fieles, estamos urgidos a adoptar un estilo de vida y actuación privada y pública evangélicamente coherente.

Hay otros retos ineludibles, como hacer avanzar el diálogo ecuménico entre las Iglesias cristianas, para hacer juntas cuanto sea posible, a fin de aunar fuerzas y fortalecer el testimonio cristiano, siguiendo el camino trazado por los últimos Pontífices. Se ha hablado y no sin razón, del reto de las vocaciones sacerdotales y de vida consagrada apostólica y contemplativa, pero esta aspiración es inseparable de la misma renovación de la Iglesia, que exige una interiorización de los valores evangélicos por todos los cristianos. De ello dependerá una presencia pública de la Iglesia verdaderamente impactante por el testimonio de sus miembros.

Con toda seguridad, el Papa Francisco I afrontará, en continuidad con sus predecesores inmediatos, el reto de proseguir en fidelidad al Vaticano II la renovación de la Iglesia.

+Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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