Coronación de la sagrada imagen de Nuestra Señora del Carmen

Homilía en la Fiesta de la Visitación de Santa María Virgen, en la Coronación de la Patrona de la villa y municipio de Cuevas del Almanzora.

Lecturas bíblicas: Sof 3,14-18a

Sal responsorial: Is 12,2-3.4abc.5-6

Rom 12,9-16b

Lc 1,39-56

Queridos hermanos sacerdotes;

Excelentísimas e ilustrísimas Autoridades civiles y militares

Queridos hermanos y hermanas:

Ha llegado el día que con tanta ilusión y sacrificio habéis preparado durante largo tiempo: el día de la solemne coronación canónica de la sagrada imagen de Santa María del Monte Carmelo, tan vinculada a la historia contemporánea de esta villa y de la veintena de poblaciones que se integran en este gran municipio provincial y territorio de nuestra Iglesia diocesana. Estáis viviendo un momento de renovación de la vida cristiana, que deseáis que responda al programa de nueva evangelización de una sociedad cristiana que ha ido perdiendo fervor y convicción. El amplio programa de preparación puesto en marcha bajo la guía y orientación de vuestro párroco, con la ayuda de la Cofradía de la Virgen y la logística prestada por la Corporación del municipio, ha ido desarrollándose a lo largo de estos últimos meses con gran generosidad por parte de los responsables de la organización y con la respuesta entusiasta de los fieles.

Durante este tiempo, las misiones populares y los actos devocionales que habéis organizado han contribuido a crear el clima propicio que reclama la necesaria renovación cristiana que estáis viviendo; un clima que, con a la ayuda del Señor y de la Santísima Virgen, tiene que producir frutos de nueva vida en Cristo. Vuestra comunidad parroquial está empeñada en el logro de una respuesta de vida cristiana, que responda al reto que para la Iglesia representa la cultura actual y haga más eficaz el testimonio de Cristo.

No estáis solos, sino que vuestro compromiso apostólico forma parte del proceso de renovación de la vida cristiana en toda la diócesis, que resulta del empeño de renovación de cada una de las comunidades cristianas que la forman. En esta empresa apostólica y pastoral tiene un papel propio la piedad popular, de honras raíces históricas en nuestro pueblo cristiano. Sus efectos benéficos son palpables y contribuyen a la paz social y a la convivencia armónica de los grupos que integran una colectividad como la vuestra, hondamente solidaria y fraterna. Así, al tiempo que os habéis sentido inspirados por la tradición que tiene entre nosotros la piedad mariana para coronar la sagrada imagen de Nuestra Señora del Carmen, Patrona de este gran municipio de nuestra provincia, os habéis sentido impulsados a procurar una mayor instrucción en la doctrina de la fe, a vivir con mayor fervor las celebraciones litúrgicas y a llevar fraterna solidaridad a quienes necesitan de vuestra ayuda.

Esta jornada de fe es un signo de vitalidad cristiana y de caridad generosa, que os ha llevado a tejer, con la corona que colocáis sobre las sienes de la imagen de la Virgen María, la corona de fraternidad que es el proyecto de solidaridad que representa la Casa de Acogida para 60 niños huérfanos víctimas del devastador terremoto de Haití en 2010. Un hermoso proyecto de amor cristiano que habéis querido poner bajo la maternal protección de la Virgen del Carmen. Una obra social que será realidad a finales de este mismo año, hermosa corona de verdadera caridad cristiana que asocia a los niños de Haití al Niño Dios, sostenido en los brazos de María. Al colocar hoy sobre su cabeza infantil la corona de plata dorada y guarnecida, el Niño Dios la compartirá con los niños de Haití gracias a vuestra solidaridad.

La autenticidad del culto tiene en el amor al prójimo, en la promoción de la justicia social y de la caridad que inspira sus mejores logros su verdadera prueba. Cuando los profetas sometieron a dura crítica el culto vacío de Israel llamando a la conversión, no reaccionaban contra el culto instituido por el mismo Dios, sino contra su vaciamiento de justicia y santidad verdaderas. Por eso la cautividad de Israel fue vivida por el pueblo elegido como castigo divino por la infidelidad a la alianza que Dios había establecido con su pueblo. El profeta Sofonías, al que hemos escuchado en primera lectura, es mensajero del gozo y la alegría que trae la cancelación de la condena y la liberación de Israel. El pueblo de Dios se regocija en el Rey y Salvador que vuelve a hacerse presente en medio de su pueblo. Las palabras de esperanza se fundan en la sinceridad de la renovación religiosa de Israel y en la reconstrucción de una sociedad basada sobre la justicia. Es esta renovación la que alienta en la alegría de la paz social que anuncian las palabras del profeta: «El Señor tu Dios se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta» (Sof 3,18a).

Todo lo que sucedió en la historia de la alianza antigua, nos dice san Pablo, sucedía en figura de lo que había de venir. La restauración del pueblo elegido es figura de la salvación que traería Jesucristo, verdadero «Dios-con nosotros» (Emmanuel), pues en sus entrañas se hizo carne el Hijo eterno de Dios. La presencia de Dios en su pueblo se ha hecho realidad en la humanidad de Jesús, que él recibió de María y que nos permite contemplar en la Virgen la gran figura de la humanidad renovada, en medio de la cual Dios ha querido poner su propia morada. María encarna en sí misma el «resto de Israel», es decir, la comunidad de fe que vive en santidad y espera de Dios la salvación. María es, en verdad, la figura de esta comunidad, la verdadera «hija de Sión» a la que el profeta invita a la alegría. Sofonías anticipa las palabras con las que el ángel Gabriel se dirige a María en la Anunciación: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1,28b).

María ha encontrado gracia ante el Señor, porque en ella la fe da fundamento a una existencia según la voluntad de Dios, la fe a la que Dios llama a su pueblo, para que confíe en él y no en los ídolos, obra de las manos del hombre; y para que, confiando en Dios, supere la tentación de confiar en sí mismo. El hombre tiene su existencia marcada por el pecado desde el origen de la humanidad; y la historia acredita la contundente realidad del mal que el pecado ha introducido en la sociedad, que afecta a todos sus componentes, como dice san Pablo a los Romanos: «porque todos pecaron» (Rom 5,12).

La Virgen María es paradigma de la fe que salva y regenera la vida humana, porque deja a Dios intervenir y hacer de nosotros hombres nuevos, nueva criatura. María fue redimida en su misma concepción inmaculada y convertida en Madre del Redentor. Ella es la Madre del Amor hermoso y de la santa esperanza, la nueva Eva que nos ha entregado en su Hijo al nuevo Adán. Es la imagen de la ciudad que Dios habita, liberada del pecado, la humanidad redimida que el vidente del Apocalipsis vio descender del cielo: «la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se adorna para su esposo» (Ap 21,2).

Nada es más amenazador para la vida del hombre y su propio futuro que prescindir de Dios y soñar con un mundo sin Dios como condición para la paz social. Sólo Dios es garantía de esta paz en la ciudad donde habita, como canta el salmista: «El correr de las acequias alegra la ciudad de Dios, / el Altísimo consagra su morada. / Teniendo a Dios en medio no vacila; / Dios la socorre al despuntar la aurora» (Sal 45,5-6). En María se hace realidad la presencia del Dios de salvación que la convierte en «morada de Dios entre los hombres» (Ap 21,3a). Bien podemos decir con el salmista, gozoso por la seguridad que la presencia que Dios confiere a la ciudad: «¡Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel» (Is 12,2).

La fiesta de la Visitación de María proclama la fe como garantía de la acción de Dios en favor del hombre, porque Dios q
uiere que acojamos su palabra en libertad y por la fe le confiemos nuestras vidas, como de hecho lo proclama Isabel al felicitar a María: «¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45). En verdad, María es dichosa porque, por su fe en la palabra de Dios, «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos contemplado su gloria» (Jn 1,14); y donde Dios habita el bien se difunde con presura, como María corrió a casa de Isabel, al saber que estaba encinta.

El apóstol san Pablo nos invita, como hemos escuchado en la lectura de la carta a los Romanos, a llevar un tenor de vida en la cual se manifieste la presencia de Dios en nosotros; lo cual conseguiremos realizar mediante el ejercicio de la solidaridad fraterna, atendiendo las necesidades de los más humildes y practicando la hospitalidad, riendo con los que ríen y llorando con los que lloran; y todo ello, haciendo la singular experiencia de la gracia que acontece en la oración confiada, y se manifiesta en la alegría de un corazón redimido y en la convivencia gozosa en una comunidad fraterna.

Al coronar hoy la imagen de la Virgen del Carmen, vuestra Patrona, tiernamente amada por los hijos de estas tierras cristianas, os encomiendo a su maternal protección, para que siga ejerciendo sobre vosotros la misión que el designio divino le ha confiado para con todo el pueblo cristiano. Con Isabel, que bendijo el fruto de su vientre y la proclamó bienaventurada, felicitemos nosotros a nuestra Madre y Reina de nuestras almas, al concluir el ejercicio de las flores del mes de mayo, saludándola con el Avemaría: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre» (Lc 1,42); y como lo hacemos en el canto de la Salve: «Dios te salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra. ¡Dios te salve!».

Por su gloriosa asunción María ha sido glorificada en los cielos, asociada a la gloriosa ascensión del Señor que celebraremos mañana. María ha sido glorificada en el cielo, donde reina junto al Rey del universo y desde donde intercede por los discípulos de su Hijo, extendiendo su manto de misericordia sobre los que Jesús le ha dado como hijos. María es la mujer «vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas» (Ap 12,1), como la contempla el libro del Apocalipsis identificada con la Iglesia: la mujer encinta que da a luz al Autor de la vida y Salvador del mundo.

Unidos hoy a los artistas que han plasmado con singular belleza la glorificación de María representando su coronación como Reina del universo, coronamos su sagrada imagen después de coronar la imagen del Niño, el Rey mesiánico que ella llevó en su seno y nos entregó como Salvador nuestro Jesucristo. En este rito sagrado se cumple cuanto ella profetizó de sí misma: «porque ha mirado la humildad de su esclava, desde ahora me felicitarán todas las generaciones» (Lc 1,48). Dios ha enaltecido la humildad de su esclava, porque «el que se humilla será enaltecido» (Lc 14,11); y porque Dios «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes» (Lc 1,52). Pidámosle que sepamos imitar su humillación para recibir con ella la corona de gloria que esperamos.

Cuevas del Almanzora

31 de mayo de 2014

Visitación de Santa María Virgen

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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