Corazón de Madre, Carta Pastoral con motivo del Año Santo Jubilar 2023-2024

CORAZÓN DE MADRE

CARTA PASTORAL CON MOTIVO DEL AÑO SANTO JUBILAR 2023-2024

MONSEÑOR ANTONIO GÓMEZ CANTERO, OBISPO DE ALMERÍA

(Descargue aquí la Carta Pastoral en formato pdf y maquetada)

Querida Comunidad, discípula del Señor, que caminas por nuestra tierra de Almería: Laicado, Vida Consagrada, Diáconos y Presbíteros. Hermanas, hermanos y personas de buena voluntad.

Algunos me habéis pedido que os escriba una carta con motivo de los 500 años de la primera piedra de nuestra Santa y Apostólica Iglesia Catedral-Fortaleza de Santa María de la Encarnación. Deseo que mis palabras lleguen a vuestro corazón, pues del mío salen, y que nuestra vida, en esta Iglesia de Cristo, sea siempre fecunda.

1.   HISTORIA Y HERENCIA

La arqueología nos muestra como nuestra tierra ha sido ocupada y conquistada por distintos pueblos desde la antigüedad. Todos muy importantes: las excavaciones o los documentos antiguos lo atestiguan. Durante la expansión y dominación romana, conseguida tan solo en dos siglos (218 a.C. al 19 a.C.), para controlar la hegemonía del Mediterráneo contra Cartago y abastecerse de cereales, aceite, vino, salazones, sal, … además de oro y otros metales, fue cuando llegó la fe que profesamos.

Fue en el siglo primero de nuestra era cuando, por los puertos de la Tarraconense y la Bética, llegaron los primeros cristianos a nuestras tierras, ya fueran misioneros enviados por San Pablo, entre ellos San Indalecio (en Urci), San Tesifón (en Vergi), San Segundo (en Abula) … o comerciantes, marineros y familias pobladoras que daban razón de su fe apoyada en el testimonio de sus vidas.

Fue la mar, como dicen los pescadores que viven de ella, el camino de una nueva evangelización que, hasta el siglo IV, fue sembrándose como semilla en tierra buena y regada por la sangre de innumerables mártires. Quizás por eso el Señor nos hizo pescadores de hombres. En las primeras décadas después de Pentecostés, el Evangelio se expandió por el Mediterráneo, creándose comunidades por todos los puertos y algunas ciudades del interior, al paso de las principales vías romanas. En un principio la evangelización fue sobre todo urbana. Más tarde los misioneros, los comerciantes y las legiones tuvieron que ver en la expansión del cristianismo en el interior, al mundo pagano, llamados así por la resistencia al cristianismo en las zonas rurales. La caridad de los primeros cristianos, tanto o más que sus palabras, fue lo que movió el corazón de algunos de aquellos primeros conversos del politeísmo.

Figura destacada de la iglesia bética fue el obispo Osio de Córdoba (Córdoba 256 – Serbia 357). Consejero del Emperador Constantino I, por su orden convocó el Concilio de Nicea. Gran defensor de la separación entre la autoridad civil y la eclesiástica, del mismo modo luchó para que la Iglesia pudiera emancipar a los esclavos, evitando los juicios civiles.

Los visigodos llegaron a Hispania en el siglo VI y estuvieron 200 años. Los visigodos eran cristianos arrianos, hasta que Recaredo se convirtió con toda su corte y todo su pueblo al catolicismo. San Isidoro de Sevilla el gran hombre de la cultura visigótica, fue una pieza clave en la conversión al catolicismo de Recaredo y sus súbditos.

La rápida caída del reino visigodo a causa de su debilidad, provocada por las luchas internas, hizo posible que, desde el año 711, árabes y bereberes, fueran conquistando la Península Ibérica en poco tiempo (también con la ayuda de las mismas poblaciones visigodas). Muchos se convirtieron al islam (los muladíes), y algunos se mantuvieron en su fe cristiana (los mozárabes). De estos y de los repobladores, en distintos momentos históricos, somos nosotros sus herederos.

Tras la derrota sufrida por ‘el Zagal’ en Baza, se firman las Capitulaciones, el 4 de diciembre de 1489, que sirvieron para acortar la guerra, realizando la toma de Almería sin sangre ni destrucción. Es un documento fundamental para entender la incorporación de Almería a la Corona de Castilla, además de ser ejemplo de respeto a las libertades de la población mudéjar de Almería, pues se les reconoce su religión, costumbres y propiedades, aunque un levantamiento en 1590 les hizo que estos derechos durasen poco tiempo.

El 21 de diciembre del año 1489 Fernando II de Aragón recibe las llaves de la ciudad de manos de ‘el Zagal’, terminándose de este modo, el dominio musulmán en Almería. El día 23 hizo su entrada triunfal a Almería el Rey Fernando y tomó posesión de la Alcazaba. Al día siguiente, 24 de diciembre, entró la Reina Isabel I de Castilla. Celebraron la Misa en la mezquita de la Alcazaba, el 26 de diciembre. La primera Misa fue oficiada por el predicador de los Reyes y primer obispo de la Diócesis, el palentino Juan de Ortega.

La catedral de Almería se comienza a construir sobre la Mezquita Mayor de la ciudad, donde actualmente se encuentra la parroquia de San Juan. En muchos casos, sobre los templos romanos se construyeron las primeras iglesias, sobre ellas las mezquitas y sobre estas, de nuevo, otras iglesias y también las catedrales.

A raíz del terremoto más devastador de la historia de España, el 22 de septiembre de 1522, que destruyó no sólo la iglesia de San Juan, sino la mayor parte de la ciudad, se decide hacer una nueva catedral-fortaleza, con almenas, torreones y contrafuertes, para que la población pueda defenderse de las incursiones de los piratas berberiscos por el mar o de la sublevaciones del interior.

En 4 de octubre de 1523, el obispo Fray Diego Fernández de Villalán (Valladolid, 1466 – Almería, 1556) pone solemnemente la primera piedra de nuestra catedral, por lo que celebramos agradecidos los 500 años de esta efeméride. Las obras de la Catedral comenzaron en el año 1524.

2.   GRACIA Y RESPONSABILIDAD

Me imagino al Obispo Villalán, rodeado de la comunidad de creyentes, tomando el hisopo y bendiciendo el hueco y la piedra fundacional de lo que iba a ser nuestra Catedral. En aquel desdibujado descampado, frente al mar, estarían los viejos cristianos de la ciudad, los otros que venían de fuera para repoblarla y algunos muladíes curiosos.

La primera piedra es un acto formal y litúrgico, tomado de la tradición de los emperadores y gobernantes de Roma, cuando fundaban una ciudad o construían un nuevo templo invocando la protección divina. El día de la colocación de la primera piedra solía ser el señalado para las futuras fiestas locales.

Cuando miramos la primera piedra nos gozamos en el futuro que representa. Todos anhelamos el desarrollo de la gran obra. Es como la pequeña semilla del gran árbol que debe dar sus frutos. Cuando hoy contemplo la catedral y descubro el entramado de su construcción y cada rincón, con las distintas aportaciones a lo largo de estos siglos, no puedo por menos de pensar en la comunidad cristiana que la sustenta.

Una gran catedral es correlativa a una gran comunidad cristiana. Cuando esta disminuye y desaparece, el edificio se convierte en un vacío panteón de glorias históricas. Sería, evangélicamente, como la higuera seca porque ya no da frutos. Y para todos los cristianos no deja de ser un castigo. La mostaza es la fuerza de la gracia, la higuera es la llamada a la responsabilidad.

Si pienso en la Catedral estoy pensando en la Diócesis y en todas las comunidades eclesiales que la dan vida. No existiría una sin la viveza de las otras. Si la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, la Catedral es el corazón que palpita, siente y se hace eco de la fe, como el alma de una madre que se desvive por cada uno de sus hijos, especialmente de los más débiles y necesitados.

El Obispo, el que otea el rebaño, como el Buen Pastor, observa a cada persona de la comunidad y la cuida en sus necesidades. La imagen bíblica del pastor que pastorea el rebaño es elocuente. El profeta Ezequiel, cuando habla de los deseos de Dios para los gobernantes de Israel, me ayuda a revisarme en esta misión compartida. No deseo otra cosa para mí que no lo quiera también para vosotros, los presbíteros y diáconos, la vida consagrada y todas las personas bautizadas de nuestra Iglesia.

Sobre la base de los Apóstoles se ha construido la Iglesia y Cristo es la cabeza, la piedra angular, fundamento de este edificio. Todas las personas bautizadas formamos esta gran familia. Así como una casa dice mucho de las personas que la habitan, nuestra Catedral, la casa madre, debe reflejar la vida de toda la diócesis. Es nuestro lugar de puertas abiertas para el encuentro y para el envío a nuestra tarea evangelizadora.

3.   TESTIMONIO Y COMPROMISO

Desde las primeras páginas de la Biblia, descubrimos la piedra fundacional en muchas historias de nuestros primeros padres en su relación con Dios. Lo que en un principio era una señal de un pacto, se convirtió más tarde en un altar consagrado, y lo que fue tan solo un altar se convirtió más tarde en un templo, como casa de Dios, no sólo como lugar del sacrificio, sino el signo de la presencia de Dios en medio de su pueblo.

Cuando Jerusalén había sido destruida, y el Pueblo de Dios estaba cautivo en el exilio, el profeta Isaías les reaviva las entrañas recordándoles sus orígenes: ‘los que vais tras la justicia, los que buscáis al Señor: mirad la roca de donde os tallaron, la cantera de donde os extrajeron’. Volvamos la mirada a la piedra fundacional, para no olvidar el pasado y retomar la unidad comunitaria de los que siendo uno se convirtieron en muchos.

El sentido de una comunidad renovada es esencial en su relación con el templo. Dios quiere ser el centro de la vida de su pueblo. Nuestra Catedral, y por lo tanto nuestras iglesias parroquiales, han superado el sentido hermético de los templos antiguos. Los primeros cristianos se alejaron de todo lo que conlleva los rituales de las antiguas religiones y sus manifestaciones culturales y artísticas. A los primeros lugares de encuentro, después de reunirse en sus casas, se negaron a llamarlos ‘templo’ y prefirieron elegir el estilo arquitectónico de las basílicas. Pronto se comenzaron a llamar iglesia, que significa la ‘asamblea’.

Quizás por las innumerables adhesiones -y menos conversiones- de tantos paganos en los primeros siglos, o porque el ser humano siempre tiende a la complejidad y a la acumulación de tesoros, o nuestra genética tiene memorias ancestrales de magias y supersticiones, o porque no hemos entendido eso de no atesorar, también nosotros tendemos a dar más importancia a las añadiduras que al reinado del amor de Dios. Debo volver mi mirada al Señor y no me vale eso que él se merece todo. Nuestra psicología guarda recovecos que justifican nuestros vacíos: ‘¡Qué pronto se hace pobre el que se siente amado!’

Contempla los muros del edificio de nuestra Catedral y medita quién eres, porque en cada una de esas piedras estamos de una manera figurada y configurada cada uno de nosotros, ¡somos piedras vivas! Cada piedra unida y sustentada una con otra, son imagen sacramental del Pueblo Santo de Dios, cuya cabeza es Cristo.

La Catedral es la expresión de la unidad de la Iglesia particular, sobre todo en la liturgia, presidida por el pastor diocesano. Ella nos recuerda permanentemente que si cada parroquia, asociación, hermandad, comunidad, si los que hemos sido incorporados a Cristo, por el Agua y el Espíritu, caminamos por libre, no seremos Iglesia, seremos un montón de piedras sin sentido ni belleza, seremos una ruina.

4.   TENSIÓN Y BELLEZA

Debemos de retomar nuestros orígenes, estudiar más profundamente la Palabra de Dios y contemplar a los primeros evangelizadores y la vivencia de las primeras comunidades. Ellos tuvieron que discernir mucho y dar muchas respuestas, nosotros también. A veces nuestra memoria es muy raquítica y a lo más que se remonta es a unos pocos siglos atrás. Muchas veces hablamos solemnemente de tradición, cuando realmente es una puesta en escena ideológica, pues las raíces o los cimientos siempre son mucho más profundos. Pienso que, si adopto posturas estáticas y estéticas ancladas en el pasado, no estoy dando respuestas adecuadas a las preguntas contemporáneas sobre la existencia y la eternidad. Mis maestros en teología me enseñaron que la tradición es viva y es sagaz. Así lo creo.

La construcción sobre roca firme soporta edificios de distintos estilos. Lo vemos en nuestras iglesias y catedrales: paleocristianas, bizantinas, visigóticas, románicas, góticas, renacentistas, barrocas, rococós … contemporáneas. Los artistas han expresado de diversas maneras cómo exaltar a Dios y reflejar el peregrinaje de la comunidad de creyentes por medio del pensamiento, la moral, la teología, la piedad… y sus expresiones estéticas. Los distintos estilos de nuestras catedrales nos enseñan movimiento, creatividad, riesgo, innovación y tolerancia. Cada tiempo, cada estilo, tiene su novedad.

Nuestra Catedral es imagen clara de tolerancia, como cualquier edificio bien construido, de los que traspasan los siglos y sus avatares. En arquitectura, la tolerancia, es la tensión que existe entre dos fuerzas. La capacidad de fuerza para soportar su propio peso, para que el edificio no se derrumbe. Se trata de aunar, de crear puentes, arcos, de enlazar, no de separar, también se trata de hacer esfuerzos, de sobrellevar, soportar y resistir, para que todo funcione, para mantenerse en pie, como las relaciones de cualquier comunidad viva, ¡cuánto más de las comunidades de los discípulos de Jesús, el Señor!

Tu y yo somos una piedra viva de nuestra Catedral. Si te sitúas en su inmenso y grandioso espacio interior no te queda otra cosa que sentirte humilde y mirar desde abajo. Si miramos desde arriba, desde la seguridad del pedestal que me he creado, aún no he comprendido el descenso que supone la encarnación de Cristo. Y si pienso en la primera piedra, también imagen de Cristo, me doy cuenta que lo importante no es atesorar bienes, que al final me pueden distraer, sino sobre todo descubrir y buscar el origen, el porqué de mi fe y de mi vocación. La primera piedra está bajo el altar, mesa y centro de la Eucaristía. Esta es la verdadera cátedra, la única enseñanza, de la que todas las demás dimanan. Este ‘trozo de pan’ que partimos y entregamos, que adoramos y comulgamos, este Cuerpo de Cristo, es como una segunda encarnación, un abajamiento y un aldabonazo a cada corazón.

5.   FIRMEZA Y DEBILIDAD

Procedemos de la piedra firme. Somos discípulos de Cristo, que, rechazado por los sabios y entendidos, haciéndose pobre y humilde, es ahora la clave de nuestra vida y de nuestra historia personal. Pero ¡cuánto me cuesta asimilar esto! Si, si, puedo tenerlo muy claro en la cabeza, en el mundo de las ideas, pero ¿y en el corazón? En la cabeza fraguamos las ideologías, que tan firmemente defendemos, incluso con visceralidad. En cambio, en el corazón está la misericordia. El descenso (no podía ser de otra manera) de la cabeza al corazón es el camino de la conversión. La misericordia es el poder de Dios, revelado en Jesucristo, su hijo amado.

Nuestra piedra es también Pedro. Todos somos descendientes de Pedro, y en nuestra genética llevamos su herencia. Me reconforta pensar en los doce apóstoles, los amigos elegidos por Jesús. A los ojos del mundo ¡qué desastre! Los obispos somos sus sucesores.

Yo, cuando me siento en la Cátedra, para mostraros el Evangelio, debo creer y tomarme en serio que solo en la debilidad, el Señor, me hace fuerte ¡nos hace fuertes! Otra vez la lucha contra la mundanidad, las tentaciones de Jesús durante cuarenta días en un desierto, pero de piedras. Tentaciones que él sufrió y las padecemos también nosotros. Él las rechazó y a veces nosotros las deseamos y las disfrazamos. Ahí están: utilitarismo, fama y poder, idolatría … y la primera tentación comienza, y no creo sea casualidad, por las piedras ¡Conviértelas en pan!

El pan es sencillo, es el alimento esencial de los humildes, nos recuerda el nacimiento de Jesús en un establo, y nos alienta al trabajo en común para el bien de todos. La Eucaristía recapitula todo. Desde que se siembra la semilla ¡Cuántas personas trabajan para elaborar un pequeño trozo de pan! La vida de la comunidad debe elaborarse como un trozo de pan: grano a grano, molido en la entrega y el servicio callado de la caridad, amasado con el agua y el espíritu del bautismo, fermentado en las oscuras noches donde solo la confianza nos mantiene en la esperanza, cocido en el fuego lento del amor, para ser colocado sobre el altar, sobre la primera piedra, y el sacerdote lo contempla en sus pobres manos y dice las palabras del mismo Cristo, “esto es mi Cuerpo”, y luego con el cáliz… y clama: ¡este es el sacramento de nuestra fe! Y la comunidad expectante y gozosa: ¡Anunciamos tu muerte! ¡Proclamamos tu resurrección! ¡Ven, Señor Jesús! Aquí las piedras se convierten en pan de eternidad. ¡Amén!

¿Dónde está muerte tu victoria? Esta es nuestra única riqueza, el Cuerpo de Cristo: Eucaristía y Comunidad. Otra vez la Encarnación, el nombre de nuestra Madre, el de nuestra Catedral, para vencer la muerte, para dar sentido al sufrimiento, para estar, como una madre, al lado de los hijos más quebrados, más despreciados, más silenciados, para buscar la simplicidad de los gestos, para derrochar más ternura, para que la vida eterna, en la que creemos, sea parte ya de este valle, pero con menos lágrimas, gracias a nuestra entrega.

6.   FORTALEZA Y HOGAR

Antiguamente el edificio más grande de una ciudad era la catedral, pues sobresalía por encima de todos los tejados, incluso sobre los palacios. La catedral, la iglesia, era el refugio del pueblo en las calamidades y también el lugar donde se pedía el derecho de asilo, ‘acogerse en sagrado’, de los perseguidos injustamente. Nuestra Catedral es también Fortaleza donde ponernos a salvo, sin querer resuenan los ecos de los Salmos donde el Señor es nuestra roca, nuestra fortaleza, el baluarte donde me pongo a salvo, mi roca, mi refugio. Las parroquias nacieron con el aumento de las comunidades cristianas y son extensión de la catedral. Este año celebramos el 50 aniversario de la creación de 38 de nuestras parroquias.

Nuestras iglesias se van vaciando o las vamos vaciando nosotros mismos. En muy pocos años, por la falta de sentido comunitario o por la comodidad individualista, hemos despojado el espacio de nuestras parroquias de la centralidad de la vida caritativa, catequética y celebrativa de nuestra comunidad (las tres ‘C’ en las que se desdobla la vida parroquial). Los sacramentos, hitos en la vida de un creyente en medio de la comunidad que habita, de su familia de discípulos, se van quedando en una foto sepia del pasado. La fragmentación que sufre la sociedad también la padecemos en nuestras parroquias. Cada vez más celebramos fuera de sus paredes: la catequesis, la primera comunión, la confirmación, el matrimonio, las exequias… incluso a veces, incomprensiblemente, el bautismo. El peligro es que nos volvemos a un individualismo religioso, cuasi pagano, contra el que lucharon los primeros cristianos.

‘No puedes orar en casa como en la iglesia, donde son muchos los reunidos, donde el grito de todos se eleva a Dios como desde un solo corazón. Hay en ella algo más: la unión de los espíritus, la armonía de las almas, el vínculo de la caridad, las oraciones de los sacerdotes…’

El obispo san Agustín de Hipona, narra cómo tiene lugar la conversión del gran orador y filósofo romano Victorino. Al profundizar y convencerse de la verdad del cristianismo, decía al sacerdote Simpliciano en privado: ‘Has de saber que ya soy cristiano’. Simpliciano le respondía: ‘No lo voy a creer hasta que no te vea en la iglesia’. Victorino le respondió con gracejo: ‘Entonces, ¿son las paredes las que nos hacen cristianos?’ Estas conversaciones se repetían con frecuencia con la broma sobre las paredes. Pero un día Victorino leyó en el Evangelio la palabra de Cristo: ‘quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre’. Comprendió que el respeto humano, el miedo de lo que pudieran decir sus colegas, le impedían ir a la iglesia. Fue a ver al sacerdote Simpliciano y le dijo: ‘Vamos a la iglesia, quiero hacerme cristiano’. Es necesario retomar el espacio de nuestras iglesias y que la parroquia sea Comunidad de comunidades. La fracturación lleva al sectarismo y a perder la memoria comunitaria y por estas grietas la barca hace aguas y naufraga. Escuchémonos y construyamos comunidad.

7.    JÚBILO Y CAMINO

La puerta del jubileo se abre de par en par. El jubileo es el tiempo de la ‘gran perdonanza’. Suena el cuerno de la alegría, de la llamada de Dios a la comunidad de nuestra Iglesia de Almería, para la reconciliación, tan vinculada al sustantivo concilio, asamblea. No hay jubileo sin pueblo reunido. El orgullo sustenta la dispersión, la esquizofrenia, los corazones fracturados, como en Babel, ‘la confusión’. Si nos ponemos bajo el impulso del Espíritu, haciendo memoria viva de Pentecostés, seremos reunificados, reconciliados, allanaremos los caminos, trazaremos puentes, derribaremos muros, correremos gritando: ¡Ven a la fiesta! el Señor te ama, te busca, tiene necesidad de ti. Esto no es teología poética, es puro Evangelio, es lo que hizo Cristo con nosotros. ¡Es encarnación!

La puerta permanece abierta, como símbolo, durante este año de renovación. Entrar significa ‘encuentro’, salir por ella significa ‘misión’. Es el icono de la verdadera puerta: Cristo. Entrar en el redil del Buen Pastor significa también salir a buscar a los que no son de este redil. Y luego los caminos, de dos en dos… “allí estaré en medio de vosotros”.

Celebramos este año jubilar en medio del Sínodo. La Iglesia es sinodal, y desde los tiempos apostólicos tiene la vocación de caminar unidos (asambleas, sínodos, concilios) para solucionar los problemas de la comunidad y sus evangelizadores. No podemos pararnos, estancarnos, porque somos peregrinos y el Señor camina con nosotros, como en Emaús, aunque a veces nos cueste descubrirle, porque vamos embotados, porque el dolor nos ciega, quizás porque hemos olvidado el amor primero. La fe o es una historia de amor o es una idolatría.

Voy terminando, al escribirte me he alargado un poco, he dejado fluir el corazón. Reúnete con tu comunidad cristiana y proponle peregrinar a la Catedral, buscad la reconciliación y cuando salgáis unidos, con un solo corazón, recorred con gozo los caminos. Entonces, se os abrirán los ojos y descubriréis también a Cristo en las cunetas de la vida en muchos afligidos, pobres, desorientados, excluidos, maltratados, enfermos, solitarios, olvidados … convirtámonos en samaritanos, pues si la alegría no se contagia, si es elitista, no habremos comprendido la esencia del cristianismo, ni habremos descubierto lo que es el amor.

Cuando el Papa Francisco nos ha dicho que en la Iglesia cabemos todos, nos ha puesto en un gran aprieto, si no ¿para qué abrir las puertas? Y lo ha dicho tres veces, como cuando nos golpeamos el pecho, y con voz baja decimos tres veces: ‘por mi culpa’, o como cuando gritamos ¡Santo! otras tres veces. Esto es Jubileo, esto es Sinodalidad: Todos, todos, todos. Nadie nos ha dicho que sea fácil. El Espíritu Santo nos impulsa, el ‘Señor de la Escucha’ nos acompaña y ‘Santa María de la Encarnación’ nos entreteje en sus entrañas.

+ Antonio, vuestro obispo

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