Cincuenta años de Cursillos

Carta Pastoral del Obispo de Almería, Mons. Adolfo González Montes.

Queridos diocesanos:

Se cumplen ahora los cincuenta años de los Cursillos de Cristiandad en Almería. Al igual que en otras diócesis españolas, los cursillistas hacen balance de este medio siglo de implantación de un movimiento apostólico que desde 1960 a nuestros días tantos y tan buenos frutos ha producido. Por los «cursillos» han pasado desde entonces más de seis mil almerienses que han visto renovar su vida cristiana gracias a la convergencia de dos importantes factores que lo han hecho posible. De una parte, la experiencia religiosa que el cursillo proporciona a quien se aventura a hacerlo, y que obliga a un replanteamiento completo de vida cristiana. El católico sociológico, poco o nada practicante, se ve interpelado por la palabra y la persona de Cristo, que le dice: “Sin mí, nada puedes hacer”.

De otra parte, el cursillo saca a flor de piel una convicción de fe ignorada cuando no reprimida: a Cristo se lo encuentra en la Iglesia, que es creación suya y, a pesar del pecado de los que la formamos, es por designio de Dios el ámbito de la gracia redentora de Jesucristo. Es en la Iglesia donde se vive y experimenta la presencia de Cristo resucitado. Con el descubrimiento de la Iglesia, el cursillo devuelve a quien lo vive a su comunidad parroquial, porque esta «vuelta a casa» fue el objetivo que persiguieron con pasión apostólica los promotores del cursillo como método apostólico y de evangelización.  

El movimiento de cursillos nació de la fuerza expansiva de la Acción Católica y de los consejos diocesanos de la peregrinación a Santiago, y lo que hizo el éxito de este movimiento apostólico fue la fuerza impactante del testimonio de fe que lo alimenta y suscita la emoción religiosa de haber hallado el sentido a la vida en Cristo. Los que viven el cursillo ven cómo cambia su vida cristiana por el impacto de un testimonio contagioso, de una emoción capaz de crear el clima apto para la conversión a Cristo, alejado de la propia vida y de nuevo recobrado en la intensidad de una fe que descubre al cursillista que sólo el amor de Cristo crucificado es digno de fe. Esta emoción de la fe, convertida en coraje para dar la cara por Cristo, hizo que algunos vieran a los cursillistas con el recelo que despiertan todos los conversos, pero lo que los críticos no podían ignorar era el cambio de vida en los cursillistas y su retorno a la comunión con la Iglesia.

Los cursillos se extendieron por la Iglesias hermanas de la América española y se hicieron presentes en los países más diversos. Con la emigración española saltaron a Centroeuropa y fueron conocidos de cerca por los católicos de las parroquias europeas que contemplaron con admiración los grupos católicos de las misiones y capellanías españolas. El «cursillo» se ha convertido en vocablo de uso común y ha pasado desde entonces al lenguaje eclesial internacional.

El Vaticano II supuso una cierta inflexión en la metodología apostólica de los cursillos, que después de algunos años de estancamiento han vuelto a recobrar la vida que les caracteriza, aunque los que hacen los cursillos sean menos y menor el número de cursillos que se convocan y se celebran en cada diócesis.

Los cursillos se han sabido acreditar por su acomodación a la eclesiología y a la teología del apostolado seglar que impulsó el Concilio. Su compatibilidad con cualesquiera otros compromisos apostólicos parroquiales y diocesanos, hace de los cursillos un movimiento sin fronteras y sin  compartimentos estancos. La pasión apostólica de los cursillistas es un instrumento formidable a la hora de afrontar el reto del relativismo agnóstico de nuestro tiempo. Contamos con esta pasión de de los cursillistas para superar el reto y les felicitamos de corazón: ¡De colores, amigos! Sois necesarios porque es Cristo el que os necesita.

Almería, a 17 de octubre de 2010.

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

                                                  

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