¡Aquí estoy, envíame!

Carta del obispo de Almería, Mons. Adolfo González a los diocesanos sobre las dificultades de los jóvenes para seguir las vocaciones de especial consagración

Queridos sacerdotes y educadores de la fe de la infancia y la juventud;
Queridos diocesanos:

Dificultad de encontrar pastores

El IV domingo de Pascua está tradicionalmente vinculado a la estampa del Buen Pastor. La imagen de Jesús, cayado en mano, incluso con un corderillo en brazos, rodeado de las ovejas de su pequeño rebaño entra por los ojos y llega al corazón del creyente. Jesús es el buen pastor, más aún es el único pastor entre tantos que se presentan como tales, pero no lo son porque no dan la vida por sus ovejas. Para ser buen pastor hay que estar dispuesto a darse por entero hasta llegar a ser alimento de las ovejas que se pretende pastorear. Jesús refiriéndose a los malos pastores dijo de ellos que son asalariados que huyen ante el lobo sin defender el rebaño, no dudando en calificar a algunos supuestos pastores del pueblo ladrones y bandidos.

Vivimos tiempos en que es difícil encontrar pastores, porque las nuevas generaciones de jóvenes crecidos en la Iglesia, cuidados entre algodones por los educadores de la fe, sienten la atracción del ejemplo de pastores conocidos, pero cuya vida de generoso sacrificio contrasta con lo que un joven desea hoy para sí mismo. Un joven de hoy se preocupa sobre todo por la propia seguridad de futuro, la ausencia de cualquier contrariedad, la posibilidad de ensayar sin compromiso a la hora de comenzar a andar por un camino sin vuelta atrás, irreversible, que sólo es posible transitar si uno está convencido de que es posible tomar decisiones vinculantes para toda la vida.

No sólo es tentación la huida cuando viene el lobo, la sola idea de que exista el lobo aterra a tantos jóvenes más preocupados de guarecerse ellos mismos y ponerse a buen cobijo que de arriesgar contra el lobo y por las ovejas la vida. Hemos hecho jóvenes débiles, que fácilmente se vienen abajo, aun cuando se hayan entusiasmado con viajar a las jornadas mundiales de la juventud (JMJ’s) con el Papa. Son todavía muchos miles los jóvenes que crecen en el regazo de la parroquia y los que todavía frecuentan los colegios católicos y se enrolan en algún “grupo de fe”, en algún apostolado, dispuestos al voluntariado temporal de alguna buena obra de caridad cristiana, pero siempre reversible, mientras duran las ganas y se siente la emoción de hacerlo.

El error de primar las emocione sobre los contenidos y el lenguaje de la fe

Coinciden los analistas de la educación en compartir la opinión de que las motivaciones de carácter emocional son fundamentales para que los jóvenes permanezcan en el regazo de la Iglesia, por eso, cuando pasan las emociones se van. La fe no ha sido ahondada y apropiada en su verdad, porque ha faltado y falta la transmisión de la fe creída y, en consecuencia, la catequesis que sea algo más que más que descripción de aquello que complace porque motiva emocionalmente; sobre teniendo en cuenta que la mayoría de los jóvenes sólo soportan lo que se puede asimilar, aquella lluvia de ideas que expresa “aquello que a mí me dice” el evangelio. Una “catequesis divertida”, porque una catequesis de verdad es un rollo insoportable, incompatible con una exposición que se pueda aguantar.

Décadas de renovación catequística que han primado más la didáctica que aquello que se ha de aprender a comunicar, es decir, la doctrina de la fe y las pautas morales de la conducta cristiana, la práctica sacramental y la experiencia oracional. De hecho, en la catequesis esta realidad es bastante desconocida en su extensión propia, esto es, la propia extensión del credo, símbolo de la fe. De su contenido se han seleccionado algunas cosas, que, por lo demás, se hallan prendidas con alfileres, muy poco asimiladas en conceptos. El lenguaje, abreviado y simbólico de los jóvenes, digital, es tan precario como la moda de cada instante, estandarizada y uniforme durante un tiempo, de la cual es difícil salirse. Un lenguaje que se esboza en acción y reacción de comunicación mecánica, abreviada en signos que los dedos pulgares trazan veloces, del lenguaje tanto hablado como escrito sobre el móvil siempre encendido, infinitamente recargable.

Sin doctrina es difícil una moral consistente, afianzada en principios determinantes de la práctica de fe; y, sin práctica de fe, no hay experiencia mistagógica, es decir, que introduzca en el misterio de la salvación por medio de la oración y experiencia de gracia a que dan lugar los sacramentos; y sin esta experiencia de gracia no pueden surgir vocaciones porque no hay vida cristiana.

La cultura líquida y la ideología de género

La falta de vocaciones es así el resultado de una compleja convergencia de factores: una educación débil, que da como resultado una personalidad “líquida”, que torna al joven incapaz de decisiones, sin que se afiancen contracorriente las vocaciones al ministerio sacerdotal, a la vida consagrada e incluso al matrimonio cristiano, imposibles en una cultura adversa no ya a la vocación sino a la concepción cristiana de la vida.

Un elemento determinante de esta cultura adversa a la vida cristiana, que se ha ido afianzando con la pretensión de convertirse en la única visión antropológica del ser humano es la ideología de género, una agresión de alcance al verdadero matrimonio y a la familia, que el Papa Francisco ha calificado de colonización inaceptable, ya que esta ideología no reivindica algo que no excluya la concepción diferente de los sexos, sino que fundamentalmente excluye cuanto no entra en sus parámetros de comprensión de la sexualidad humana, del matrimonio y de la familia.

Colocar a los jóvenes ante la verdad de la fe y la experiencia de la gracia en la acción liturgia

No es un análisis pesimista, sé bien que hay grupos juveniles que ayudan a recomponer la vida cristiana con su buena preparación, yo mismo los aliento en la Iglesia diocesana, pero son minoritarios entre los miles de jóvenes allegados a la Iglesia y que crecen dentro de sus cauces educativos; mientras son mayoría los millones de jóvenes que se encuentran fuera de estos cauces.

Para que un joven pueda hoy decirle al Señor: “¡Aquí esto, envíame!”, se requiere la predicación de la verdad evangélica sin sordina, sin concesiones a la opinión relativista, incluso compartida por educadores de la fe desorientados, de que quizá no sabemos cuál es contenido de la predicación de Jesús, lo cual es grave, pero lo es más haber perdido la fe en el misterio infalible de la Iglesia como receptora, portadora y garante de la verdad de la fe creída y, por eso mismo, del verdadero y único Jesucristo.

Se requiere, asimismo, un esfuerzo en lograr la implantación de una catequesis digna de tal nombre, propósito al que no podemos renunciar quienes tenemos el cometido apostólico por tarea que nos ha confiado el Señor. Se requiere una fidelidad a la lex orandi de la Iglesia que evite el atr
opello de la liturgia, y que excluya sin ambages la discrecional y arbitraria manera de confundir la liturgia con un happening juvenil.

Si este último se distingue por ser asimilable a una manifestación artística musical, o bien de representación teatral capaz de provocar la participación espontánea de los espectadores que se involucran de este modo en el desarrollo de la acción, nada es más contrario a la acción litúrgica que esta interactuación musical y dramática, porque en la acción litúrgica Dios es el único protagonista de la salvación cuyos efectos llegan a quien participa en la acción litúrgica. Si se ha entendido mal la enseñanza conciliar de que la liturgia requiere una participación activa, su aplicación a la liturgia de los jóvenes ha acumulado mayores errores. Los jóvenes parece que no pueden vivir sin el happening, porque una equivocada educación de la fe así los ha llevado a la liturgia, para atraerlos a ella, a costa de su neutralización y de su misma destrucción.

Así, pues, es urgente educar la fe de los jóvenes para entender y vivir la acción litúrgica, porque sin este entendimiento y vida espiritual no habrá vocaciones ¿Podremos hacer comprender a los jóvenes que a la liturgia somos llevados por la acción interior del Espíritu? ¿Estamos dispuestos a sostener con la tradición de fe de la Iglesia que es la gracia la que introduce en el dinamismo de la acción litúrgica, y que en ella resuena la llamada de Cristo Jesús como fruto de la comunión con él en la Eucaristía y los sacramentos? De nosotros, educadores de la fe, depende en la mayor medida, aunque dependa de ellos superar los obstáculos de una cultura contraria a la naturaleza de la vida espiritual de la Iglesia.

La experiencia de la acción sagrada se realiza cuando se participa activamente con gozo en ella, pero esto no supone su conversión en actuación musical y teatral espontánea, interactuando al alimón sacerdotes y asamblea, actuación múltiple y variada para no aburrir a los jóvenes, sino la vivencia de la acción sagrada a la que asiente la fe confesante de la asamblea. No se debe echar en olvido que la sagrada liturgia introduce y sostiene por sí misma la vida de la Iglesia, y sólo con ella ha logrado sobrevivir en tiempos de especial dificultad, bajo persecuciones totalitarias, salvando la perduración del mensaje y la práctica de la fe en la adversidad durante el convulso siglo XX.

El contexto de la llamada de la vocación

La recomposición de la iniciación cristiana y el compromiso ineludible de los sacerdotes y educadores cristianos con ella, ayudados de los catequistas, condición para que la llamada encuentre terreno abonado en el alma de los jóvenes. Esto se completa con la introducción a la vida cristiana de los jóvenes mediante el apostolado y la prosecución después de la iniciación cristiana de la formación específica religiosa. Es éste el contexto y el clima donde se ha de pantear la propuesta de la vocación sacerdotal y la invitación al seguimiento religioso de una vida de consagración, así como la preparación de los jóvenes al matrimonio cristiano.

Si la llamada al ministerio sacerdotal supone una sana educación de la sexualidad preparando para el celibato sacerdotal, qué no decir de la consagración de la virginidad siguiendo el carisma religioso femenino, tan necesario en la Iglesia. Todo lo cual es tarea apostólica y pastoral que constituye una gran apuesta de evangelización: el gran reto con el que estamos confrontados hoy, y que los educadores de la fe no podemos ignorar o dilatar en el tiempo, porque se nos va en ello la razón de ser de la misión de la Iglesia y del ministerio apostólico. Como en ello se le va tanto su supervivencia como su sustitución por otros de nueva creación a los institutos religiosos y sociedades de vida consagrada, particularmente los institutos y sociedades de religiosas.

El buen pastor pone las ovejas a buen recaudo y sale a buscar la que le falta. El buen pastor llama a las ovejas por su nombre y ellas reconocen y le siguen. Mas, ¿cómo llamar hoy?, y ¿cómo llamar a los jóvenes? Llamar es buscar a quien llamar, salir a buscar a quien proponer el mensaje y la llamada, cuidar los signos que algunos niños y adolescentes ofrecen de estar siendo llamados, y ayudarles a comprender la llamada y a explicitarla como llamada que se dirige a ellos y sólo ellos pueden responder diciendo: “¡Aquí esto, envíame!”.

Almería, 7 de mayo de 2017
IV Domingo de Pascua
Domingo del Buen Pastor

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

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