Mons. Adolfo González Montes, Obispo de Almería.
Queridos diocesanos:
Hemos llegado a esta Plaza Circular, ante el Mar Mediterráneo y hemos colocando frente a él la imagen sagrada de nuestra Patrona, la Virgen del Mar, porque esta imagen de la Madre de Cristo llegó hasta nosotros por sus aguas. Son las aguas por las que navegaron los evangelizadores que llegaron hasta nosotros para sembrar la semilla de la fe y anunciar a los moradores de la Hispania romana la revelación del Dios vivo y verdadero, «el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo» (2 Cor 1,3), el Dios que «quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la salvación» ( 1 Tim 2,4).
También hoy nosotros, que hemos tomado el testigo de las generaciones que nos precedieron y anunciar a Cristo a los hombres de nuestro tiempo, acosados por tantos reclamos y opiniones que desconciertan, opiniones que desalojan el sentido de la vida que hemos recibido de la predicación cristiana. Los cristianos de hoy tenemos una tarea apostólica no distinta de la que tuvieron los cristianos de ayer. Se trata de la misión de siempre, la que Cristo mismo nos ha confiado: darle a conocer a los hombres de nuestro tiempo y anunciarle como único Salvador de la humanidad que anhela una vida justa y en libertad, una felicidad duradera que desconoce, mientras son muchos los que se entregan a momentos de felicidad pasajera que no pueden eliminar la insatisfacción en la que quedan. Sólo Cristo puede abrirles a la felicidad que no termina, porque sólo él tiene las llaves de la vida.
Vivimos en tiempos difíciles, pero no peores que los tiempos pasados ni tampoco más trágicos o violentos que los que ha conocido la historia de la humanidad a causa del pecado del hombre. Los cristianos somos personas esperanzadas, porque la fe en la resurrección de Cristo ilumina nuestro destino, y confiamos plenamente en la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte. Sabemos que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rom 5,20). Por eso tenemos también esperanza en un futuro mejor, que llegará siempre que seamos capaces de vivir el mensaje evangélico y gobernar nuestras vidas por los mandamientos de la ley de Dios. En la medida en que nosotros seamos mejores cristianos, nuestra contribución al futuro de la sociedad será mayor y más beneficiosa para todos. Como dijo el II Concilio del Vaticano hace ya cincuenta años, la esperanza en el reino de Dios no debilita la solicitud de perfeccionar esta tierra, en la que crece el cuerpo de la nueva humanidad (Const. past. Gaudium et spes, n. 39).
Llegará este futuro de paz y salvación, si vivimos de la Palabra de Dios y de los sacramentos de gracia y santidad confiados por Cristo a la Iglesia. Necesitamos el modelo de fe que tenemos en María, imitemos a María y, al tiempo que alabamos a Dios que nos dio por madre a la madre de su amado Hijo, pidamos a la Virgen nuestra Patrona nos ayude con su maternal intercesión y cuidado.
Santísima Virgen del Mar, Patrona y Señora nuestra:
Congregados por el amor con el que nos diste a Cristo Jesús como Hijo de Dios en nuestra carne, suplicamos hoy la ayuda de tu materna intercesión y auxilio en la presencia consoladora de tu sagrada imagen, cinco veces centenaria, icono de tu divina maternidad y de tu constante cuidado por nosotros.
Sabemos que nos llevas en tu corazón de madre como llevaste a tu divino Hijo en su regazo, porque él nos ha hecho hermanos suyos alcanzando para nosotros la vuelta al amor de Dios Padre, del cual nos apartó el pecado. No nos dejes, madre amorosa.
Pídele con nosotros a tu Hijo el don bendito del Espíritu Santo, don que nos hace creyentes con el suave soplo de regeneración que inspira una viva nueva, de justicia y santidad verdaderas, a imagen del hombre nuevo que tenemos en Jesucristo.
Ayúdanos con tu presencia a superar las dificultades de la vida y las inquietudes del alma, porque con tu compañía nada podemos temer.
Que nos preocupemos de dar a conocer el amor de Dios a los hombres nuestros hermanos, saliendo al paso de las necesidades de quienes esperan de nosotros ayuda, consuelo y comprensión, de suerte que ninguna necesidad, carencia o sufrimiento nos sea indiferente.
Que se vea colmada la esperanza de los jóvenes de realizar su vocación en el trabajo deseado, para beneficio de la sociedad. Ampara, Madre y Reina, el amor de los esposos y la unión de las familias e inspira las decisiones de quienes nos gobiernan.
A ti, Reina de la Paz, te pedimos por paz para Siria y Egipto y los países que padecen la violencia y a los que nos unen el Mar Común.
Tú que eres la Estrella de los Mares apacigua las olas de nuestra vida y líbranos de los arrecifes de la desunión, que desgarran la comunión eclesial; e ilumina con tu luz las oscuridades que nos impiden llegar al puerto de salvación que es Cristo, Hijo tuyo y Señor nuestro, a quien sea dad la gloria y la alabanza por los siglos de los siglos. Amén.
Plaza Circular
25 de agosto de 2013
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería