Al comienzo de la celebración de la JMJ de Río 2013

Carta del Obispo de Almería a los jóvenes y a todos los diocesanos.

Queridos diocesanos:

Os escribo a todos, pero muy en especial a los jóvenes, tanto al grupo que partió para Brasil estos días como a los miles de jóvenes que se quedan en la diócesis, pero que tendrán el corazón y la mente puestos en Río de Janeiro, siguiendo el desarrollo de la Jornada Mundial de la Juventud.

La semana pasada despedí en la santa Misa de la Catedral a un grupo de casi medio centenar de peregrinos rumbo a Río. Los que nos quedamos nos unimos a los que se congregaron en la capital carioca en torno al Santo Papa en la vigilia que del pasado viernes. En la Parroquia de San José de la capital, el Secretariado para la pastoral de Infancia y Juventud organizó una vigilia de oración y de comunión con los congregados en Río. La vigilia, pues, tuvo como objetivo acercar Almería y Río, ciudades tan lejos una de la otra, gracias a la unidad que genera la oración, dando lugar a la comunión espiritual de quienes están separados por los hemisferios del planeta, que, sin embargo, no pueden separar a quienes une el Espíritu que hace presente a Jesús resucitado allí donde se reúnen sus discípulos.

Estoy plenamente convencido de que para anunciar el Evangelio a los nuevas generaciones se hace preciso el protagonismo de los jóvenes, de suerte que se cumpla por su acción evangelizadora el mandato de Jesús resucitado a los apóstoles, lema de la JMJ de Río: «Id y haced discípulos de todos los pueblos» (Mt 28,19). La fuerza evangelizadora de la JMJ quedó bien patente en la Jornada de Madrid en 2011, que congregó en la capital de España unos dos millones de jóvenes de todo el planeta, aunque principalmente de Europa. Los días de las diócesis nos dejaron el recuerdo de intensa emoción de la acogida de los jóvenes de Argelia y de Italia que visitaron Almería. Fueron unos días de amistad compartida en la comunión de la Iglesia, que permitió comprobar a los jóvenes católicos de nuestra diócesis cómo no están solos, sino que forman parte junto con millones de jóvenes de todo el mundo de la Iglesia universal, que espera de ellos el protagonismo apostólico que necesita la transmisión de la fe de unas generaciones a otras.

El recuerdo del paso de la cruz y del icono de la Virgen de la JMJ por nuestra diócesis en agosto de 2011 permanece imborrable en nosotros, testigos del entusiasmo de fe removida y acrecentada en tantos corazones juveniles deseosos de seguir a Cristo. Madrid fue ciertamente, como dijo el Papa Benedicto XVI, una «cascada de luz», imagen que los obispos de España recogimos en nuestra posterior reflexión para decir a todos nuestros hermanos, creyentes y no creyentes, que la riada de fe y testimonio de los jóvenes, llegados de todas partes a Madrid para vivir la JMJ, no puede explicarse de otra forma que como un fenómeno suscitado por el Espíritu Santo para atraer a Cristo a los jóvenes indecisos o alejados; y también a los adultos que, acosados por la asfixia secularizado de una cultura sin Dios, se dan de bruces con la JMJ que les grita que hay un Dios vivo. La JMJ les habla y convoca también a ellos a la comunión de fe que acontece como realidad divina en la Iglesia. Es la llamada de Jesús a seguirle y a descubrir en él la revelación del amor de Dios Padre entregada a la Iglesia, para que prosiga la obra de Jesús, aun cuando los hombres que formamos la comunión eclesial seamos pobres pecadores y limitados como evangelizadores; aun cuando seamos testigos, apesadumbrados a veces, que como los discípulos de Emaús sienten que su corazón arde con la presencia del Resucitado, despertándonos de la ensoñación solipsista que tiende a aislar nuestra fe de la fe de los demás discípulos del Señor.

En este Año de la Fe, hemos de reforzar esta nuestra fe en que Cristo es Señor de la historia y nos congrega para el banquete pascual de su amor, donde le reconocemos al partir el pan en el banquete de la Eucaristía, que nos vivifica y alimenta nuestra esperanza en el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte, cuyo poder se deja sentir en los zarpazos de la violencia y en el hambre y la desolación que crean la injusticia y los egoísmos de los hombres, en las guerras asesinas, cuyos efectos colaterales son muerte y desolación que caen sobre inocentes e indefensos. La Eucaristía anuncia y anticipa, en la comunión fraterna que genera, el triunfo del amor sobre el desamor y la aniquilación final del odio como superación divina del aislamiento que separa a las personas y los pueblos.

El sínodo de los obispos ha querido llamarnos a la nueva evangelización mediante una renovada voluntad de transmitir la fe en su verdad objetiva y el compromiso moral que caracteriza a los discípulos de Jesús. Quedó claro en los debates sinodales que la transmisión de la fe exige una vuelta al catecismo como instrumento de transmisión de la doctrina y del código moral de conducta de los cristianos. A ello hay que añadir que los padres sinodales insistieron en el carácter «mistagógico», es decir, de introducción y acompañamiento en la experiencia de los que vienen a la fe y requieren ser introducidos en la oración y en la experiencia de la gracia; es decir, en la comunión con Dios.

¡Ojalá que la JMJ de Río contribuya de modo decisivo a confirmar la fe del bautismo de tantos millones de jóvenes allí concentrados, muchos de los cuales han sido bautizados en la fe de la Iglesia, pero viven alejados de ella. Ojalá que la JMJ reavive la fe y el testimonio de tantos jóvenes que lleven el Evangelio a generaciones que de ellos esperan las palabras de esperanza que los ayuden a levantarse y andar hacia un futuro más humano, por ser futuro de Cristo que camina con ellos y alienta su fe adormecida.

Almería, a 28 de julio de 2013

Domingo XVI del Tiempo ordinario

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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