Homilía de Mons. Adolfo González Montes, Obispo de Almería.
Queridos hermanos sacerdotes, queridas religiosas Hijas de Jesús y de los institutos religiosos presentes;
Queridos fieles laicos:
Nos hemos congregado para celebrar esta misa en acción de gracias por la canonización por el Papa Benedicto XVI, el pasado día 17, de santa Cándida María de Jesús, fundadora de la congregación de religiosas “Hijas de Jesús”. La eucaristía es en sí misma la acción de gracias por excelencia que la Iglesia tributa a Dios Padre pro Cristo en el Espíritu Santo por la obra de redención que el Hijo de Dios ha realizado en nuestra carne para nuestra salvación. Dar hoy gracias a Dios por la canonización de santa Cándida María de Jesús es agradecer a Dios la presencia de la salvación obrada en Cristo en la forma singular en que Dios quiso que se hiciera patente en la vida y obra apostólica de esta cristiana excepcional que ella fue, en un mundo marcado por una cultura que propiciaba el alejamiento de la Iglesia de grandes sectores tradicionalmente acogidos a su influencia espiritual y materna.
Su vida se desarrolló principalmente en la segunda mitad del siglo XIX, un siglo convulso por el racionalismo, que amenazaba reducir a criterios de razón la gratuidad de la revelación y la fe, pero al mismo tiempo testigo un movimiento restaurador cristiano que surgía como reacción contra la crítica del dogma cristiano por parte del racionalismo ilustrado.
El dinamismo y el vigor evangelizador del cristianismo decimonónico estuvo impulsado por la personalidad vigorosa de tantos santos y santas, entre los que se encuentran mujeres representativas de la pujanza renovadora del catolicismo español del momento, fundadoras de institutos religiosos como santa Cándida María de Jesús, que viene a sumarse por su canonización a las santas españolas del siglo XIX ya canonizadas. Sus nombres son faros de luz en la reciente historia de la Iglesia española: santa Joaquina Vedruna, santa María Micaela del Santísimo Sacramento, santa Soledad Torres Acosta, santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars y santa María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra; a las que se agregan otras santas mujeres, también recientemente canonizadas como santa Ángela de la Cruz, santa Genoveva Torres Morales y santa Maravillas de Jesús, cuyas vidas entran de lleno en la primera e incluso segunda mitad del siglo XX.
Estas mujeres extraordinarias, que acompañan las listas de los santos españoles de ambos siglos, a las que hay que sumar los nombres de los nombres de los santos varones y los nuevos beatos y beatas, colmados de virtudes heroicas o exaltados por el sacrifico del martirio que los configuró con Cristo, son un estímulo para la fe cristiana en nuestra patria y en el mundo. Lo son además en un tiempo particularmente difícil, pero no con dificultades insuperables para la evangelización ni mayores, por tanto, que hayan tenido que superar los cristianos de todos los tiempos.
A Juana Josefa Cipitria y Barriola, nacida en el Caserío de Berrospe, en Andoain (Guipúzcoa), el 31 de mayo de 1845 le tocó en suerte vivir algunas de las convulsiones sociales y políticas que dejarían profunda huella en la sociedad española y determinarían el desarrollo posterior de la vida nacional. A Juana María, que había nacido en una familia humilde y había conocido el tener que salir de la propia tierra en busca de mejores condiciones de vida, primero Tolosa con sus padres, luego Burgos y Valladolid, se le hizo pronto patente una idea que acabaría orientando toda su vida: que sólo la promoción de la infancia y juventud femenina de su tiempo podía colocar a la mujer en el puesto que exigía su dignidad y que facilitaba una vida cristiana responsable. Para lograr tal objetivo, aconsejada por el sacerdote jesuita P. Miguel de San José Herranz, al que había conocido en Valladolid, fundó en Salamanca el 8 de diciembre de 1871 la congregación religiosa, formada en su germen por media docena de mujeres inspiradas por la espiritualidad de la Compañía de Jesús, que por esto mismo, muy pronto, serían llamadas “jesuitinas”. Una congregación nacida al amparo de la iglesia salmantina de la Clerecía, sede del apostolado de la Compañía hasta el último tercio del siglo XX, y que habría de entregarse por entero a la educación femenina, que se extendería durante el pasado siglo por los más diversos países en una floración de vocaciones que hoy es necesario seguir cultivando entre las jóvenes.
La canonización de santa Cándida María es una ocasión de gracia que Dios otorga a la Iglesia y, muy en particular, a la congregación para que las Hijas de Jesús vuelvan sobre sus propios orígenes y carisma, renovando la vida de la congregación. No es posible resignarse a la pérdida de vocaciones en una sociedad tan secularizada mientras quede camino por andar, para alcanzar la meta de santidad que la Iglesia propone a las hijas de santa Cándida María en la propia vida y obra de la Fundadora. ¿Dónde radica el secreto de su éxito sino en la confianza que puso en Dios para llevar a cabo su obra? No es posible ir por dos caminos: o el mundo o la renuncia al mundo, queridas religiosas. La modernización no puede suponer acomodación a las exigencias del mundo y el corazón de la virgen consagrada no puede estar dividido: “¡Ay del corazón cobarde, de las manos inertes!, ¡Ay del hombre que va por dos caminos!” (Eclo 2,12-13).
Es difícil comprender que la evangelización de la sociedad no representa ni la negación de la sociedad y de la cultura en sí mismas ni la acomodación acrítica a las mismas. Es preciso mantener la tensión que se dará siempre entre la proclamación del reino de Dios llegado en la mida, muerte y resurrección de Jesús y la permanente tentación del hombre a pensar este mundo como patria definitiva, de la cual no debe distraerlo la práctica de la religión. Dios sólo revela a los pequeños que en la entrega de Jesús a la muerte para que el mundo tenga vida ha acontecido la salvación del mundo. San Ignacio de Loyola, cuyas enseñanzas espirituales inspiraron a santa Cándida María, se encontró de lleno con la exigente demanda de Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ga
nar el mundo entero si pierde su alma? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?” (Mt 16,24-25).
La regeneración y revitalización de la vida consagrada sólo puede venir del seguimiento estrecho de Jesús, sin compromisos con el mundo. No hay dos caminos que puedan simultanearse en la vocación religiosa. El camino es único e irreversible. Ciertamente tiene realizaciones diversas en tiempo y circunstancias, pero la identidad de la vida religiosa reside en su contenido y se expresa en la consagración de vida y en su porte. La jesuitinas tienen hoy una intercesora singular ante el Padre, que unida a Cristo brilla con María como el sol en el reino celestial. Encomendamos a santa Cándida María de Jesús el futuro de su congregación religiosa y animamos a las Hijas de Jesús a entregarse de lleno al hermoso carisma de la educación de la infancia y de la juventud. Lo que sólo será posible en estrecha comunión eclesial con la acción educadora de cada Iglesia particular y con la colaboración de aquellos educadores que se sienten llamados a colaborar con el carisma y la obra de la santa Fundadora.
Hoy queremos hoy rendir homenaje a santa Cándida María de Jesús con la celebración de la Eucaristía y pedirle que unida a la Virgen María, a la que profesó fervorosa devoción y amor, suplique del Padre misericordioso, en el nombre de Jesús, la bendición de la obra que ella fundó.
S.A.I. Catedral de la Encarnación
22 de octubre de 2010
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería