El libro que cierra nuestra Biblia -el Apocalipsis- nos acerca a la experiencia que el Resucitado produjo en aquellas primeras comunidades cristianas, tan perseguidas. Nos presenta a Jesús a la vez grandioso y cercano, terrible y cariñoso, vencedor de sus enemigos y premio maravilloso de sus seguidores. Parecería que este Cristo tan maravilloso debería estar instalado ya muy lejos de la pobre humanidad sufriente, simbolizada en la figura de discípulo Juan caído en el suelo como muerto (Ap. 1,17). Pero esa figura maravillosa sale de sí misma, se empequeñece y toca cariñosamente con la mano al pobre Juan caído en tierra: «No temas nada, soy Yo… Estuve muerto y de nuevo soy el que vive por los siglos de los siglos» (Ap. 1,17s).
Son palabras inspiradas por el mismo Cristo resucitado, presentándose a sí mismo como consolador a aquellas comunidades, tan doloridas que parecen ya como muertas. Les dice que les comprende porque él también estuvo muerto, pero ahora vive para siempre y podrá conseguir que ellos venzan también a la muerte igual que él. El dolor del Crucificado es consuelo para los crucificados de este mundo; pero el consuelo se convierte en esperanza cuando nos damos cuenta de que ése que sufrió junto a nosotros, ahora es todopoderoso, y en su poder no se ha olvidado de nosotros, pues «nos ama» de veras (Ap.1,5).
La Resurrección del Señor es siempre transformadora. La tristeza se torna en gozo. La noche en día. El corazón se llena de amor. Es el gran acontecimiento de salvación que no puede quedar encerrado en el pasado. Él está vivo hoy en todas partes: Enseña, libera, perdona y fortalece. Ejerce una poderosa influencia sobre muchísimos corazones. Sentimos en nuestra vida momentos de resurrección cuando amamos, cuando somos perdonados y a la vez perdonamos, cuando nos vuelve la esperanza, cuando salimos de la tumba y se nos abre un nuevo horizonte. La resurrección de Jesús se completará en el futuro, pero empieza ya a realizarse en el presente. Cualquier adelanto fraterno en una comunidad es ese paso, en pequeño, de la muerte a la vida. Avanzar en ser más personas, más unidos, más libres, es un caminar hacia la resurrección, junto con Cristo resucitado. Hacer ver al ciego, sabernos amados y perdonados, madurar en la fe, crecer en la comunión…
Desde los primeros tiempos los cristianos experimentaron y vibraron enaltecidos con el triunfo y la gloria de Cristo resucitado. Dios Padre había resucitado a Jesús como prueba de que su predicación y su vida eran auténticas. Y la fuerza del Resucitado la sintieron viva dentro de ellos. Ya no eran los mismos de antes. Sentían a Jesús actuando dentro de ellos. Éste era el núcleo de su predicación y de sus himnos de alabanza.
Francisco Sáez Rozas
Vicario de Pastoral y Evangelización