NIÑOS, SÍ; IRRESPONSABLES, NO, por Jesús Martín Gómez

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Durante este verano tuve la oportunidad de participar en un encuentro de sacerdotes. Algo informal, pero que sienta muy bien para culminar los días de descanso antes de reincorporarse a la tarea parroquial. En el precioso entorno de los Pirineos Oscenses tuvimos tiempo para el diálogo, el aprendizaje y vivir más estrechamente la fraternidad. Cada uno con nuestras historias, la experiencia de nuestros encargos pastorales y la alegría de vivir el ministerio.

En las animadas charlas salía a colación un pensamiento que yo creía que era solo percepción mía, pero que está más presente de lo que pensaba. Me refiero a la actitud general que hay en la Iglesia de tratar con cierto infantilismo a los fieles, en general, a los sacerdotes y las vocaciones en particular.

La sentencia del Evangelio “De los que son como niños es el Reino de los Cielos” (Mt 19, 14), parece haber perdido su sentido original en el que Jesús reclamaba la humildad, la pureza, la confianza absoluta y la sinceridad. Cuando se plantea esta grandeza en la vida cristiana no es necesario tutela, sino abundancia de medios para acercarnos a la Gracia. Sin embargo, nos han tomado por niños, literalmente.

Pensamos que custodiamos las vocaciones apartando a los llamados de la realidad e insertándolos en un lenguaje y un cosmos particular. Los párrocos nos sentimos fracasados cuando no tenemos en grupitos a los seglares. Creemos que les hacemos bien mientras estén a nuestra sombra, cuando en realidad la vida cristiana no se vive en la parroquia sino en la tarea de cada uno. No sabemos hacer otra cosa.

¿Qué nos hace pensar que alguien que saca adelante una familia o un trabajo no puede llevar su vida cristiana con responsabilidad? ¿Por qué creemos que quién tiene vocación al sacerdocio o la vida religiosa necesita ser guiado hasta el punto de asfixiar su propia iniciativa o personalidad? ¿No debería tratarse más bien de acompañar y animar para que cada uno viva la fe, crezca y desarrolle su vocación? Esto es más costoso que poner reglas, porque requiere estar más pendiente de quién es cada uno.

Cuando tanto se reclama la figura de los primeros cristianos para volver a las raíces, deberíamos dejarnos interpelar por su forma de vida. No vivían alejados de la sociedad sino insertos en ella, dando un testimonio auténtico de su fe.  El apartamiento no llegará hasta el siglo III con el monaquismo. Los primeros cristianos eran responsables de sostener en medio de las dificultades su relación con el Señor. Aunque la comunidad los sostenía, no era el fin, sino el medio. El parecido de nuestra sociedad con la de aquellos primeros tiempos nos interpela, quizá deberíamos aprender a vivir la responsabilidad de la fe.

Jesús Martín Gómez

Párroco de Vera

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