La semana pasada, monseñor Adolfo González Montes, obispo de Almería, presidía la Eucaristía por el eterno descanso de Josefina Taravilla Morillas, religiosa de clausura perteneciente a la congregación de las Concepcionistas Franciscanas en la diócesis.
Josefina nació en Priego de Cuenca, el 6 de julio de 1927. En su niñez colaboraba con el coro de su parroquia natal. Fue entonces cuando descubrió la dimensión de la vida consagrada y, al cumplir los veinticinco años, ingresó un 14 de febrero de en el monasterio de Villanueva de la Jara (Cuenca), perteneciente a la Orden de la Inmaculada Concepción. Tomó el hábito de las Concepcionistas Franciscanas el 4 de septiembre de 1953 e hizo su profesión religiosa temporal el 24 de febrero de 1954. Finalmente, realizó su consagración definitiva y solemne el 28 de febrero de 1957.
Tras la supresión de su monasterio de origen, partió hacia el monasterio de "las Angélicas" en Cuenca, donde permaneció 27 años, hasta que nuevamente queda exiliada de su tierra por la supresión del mismo, el 23 de Julio del 1998. Poco después se incardinó en el monasterio de La Purísima en Almería, en el que ha permanecido hasta que el Señor tuvo a bien llamarla a su presencia.
Según el testimonio de la congregación, la Hermana Josefina destacó en la comunidad por su inocencia e ingenuidad. Encandilaba por su candidez, siempre abierta y asombrada ante toda realidad, ausente de recelo, en una actitud permanente de acción de gracias. Su alegría y la aceptación de su enfermedad, le infundían el gozo del vivir; no se le conocieron gestos sombríos, ni siquiera en los momentos últimos, ya consciente de la cercanía del fin.
También destacaba por su disponibilidad y servicio. Dispuesta en todo momento a ayudar sin hacerse notar, sin ruidos, adelantándose en toda ocasión a servir, a ser útil, toda diligente e incansable. Fue, en definitiva, un ejemplo de santidad para quienes la conocieron dentro y fuera de los muros del convento de clausura.