Llevamos dos años con el bozal puesto. Que se dice pronto. Hay gente (a la que admiro) que dice que se ha acostumbrado y que se lo van a dejar. Conmigo que no cuenten. Pero, si alguna ventaja ha tenido este tiempo de boca y nariz tapadas, es que nos hemos hecho especialistas en MIRADAS. Hemos aprendido el arte de interpretar los ojos. Miradas de saludo en la calle, de ternura a los nietos, incluso miradas de coqueteo. Durante dos años hemos tenido que decir “lo siento”, “te quiero”, “cuenta conmigo”, “me gustas”…, a través de los ojos.
Las miradas son muy importantes. Hay miradas que animan, otras que condenan, algunas desean, muchas desprecian. Hay miradas feas, frías, intensas, amorosas, torcidas, profundas, esquivas… Dicen los psicólogos que gran parte de lo que somos y cómo nos vemos es fruto de cómo nos sentimos mirados, especialmente, por nuestra madre. A través de las miradas, el niño (y el adulto) va elaborando en su interior quién es y cómo le ven. Nuestros traumas, fortalezas, complejos…, en definitiva, nuestra personalidad se construye a través de las miradas de los otros.
Siempre es un placer leer la parábola del hijo pródigo. Y la protagonista del relato, en mi opinión, es una MIRADA. Dice Lucas “que cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió” (Lc, 15,20). De hecho, el pródigo tenía preparado uno de esos discursos que tenemos siempre a punto para cuando nos va a venir una buena bronca: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti…”, pero no le hizo falta prácticamente pronunciarlo. La mirada de amor y de perdón de su padre le sobró para darse cuenta de que ya estaba perdonado y sanado ¡Qué alivio! Una mirada y un abrazo valieron más que mil palabras.
Ahora me cuestiono y te pregunto cómo son tus miradas. Porque, a veces, no hacemos daño solo con las palabras, sino con los ojos. Porque hay miradas que amenazan, miradas que pesan, que juzgan, que condenan incluso. Y la mejor forma de hacer más bonita la vida de los demás es MIRAR COMO DIOS MANDA. Que los demás encuentren en nosotros miradas que alivien, que sean bálsamo para sus heridas. Que nunca encuentren en nosotros una mirada de condena, una mirada de superioridad. Que cuando lleguen cansados o abatidos solo, con mirarnos, descubran que hay un amigo, una compañera de camino, un cómplice… al estilo del Padre. Porque, amigos, hay miradas que matan y otras miradas que resucitan y dan la vida.
Ramón Bogas Crespo
Director de comunicación del obispado de Almería