
Mi adolescencia la desarrollé apegado a la parroquia. Mi parroquia no tiene torre, de hecho, siempre pensé que esta era la causa por la que pasaba desapercibida. Las parroquias con torre atraían, siguen haciéndolo hoy, a aquellas personas que en otros ámbitos se sienten desplazados.
Me refiero a las personas con problemas de salud mental. La cuestión es que vivimos en una época marcada por la ansiedad y en la que la salud mental se ha convertido en una de las preocupaciones globales. Es común comentar entre los sacerdotes que desde el post-COVID se ha multiplicado el número de personas aquejadas por estos problemas. Individuos que además han perdido el miedo a manifestarse y, aunque no sea de forma explícita, reclaman nuestra atención.
Desde luego que la fe puede ser un buen refugio y la parroquia un lugar seguro en el que no sentirse juzgado. Como Iglesia es fundamental que nos planteemos cómo acoger a quienes sufren por estas causas. El sentido de comunidad, sentir que tenemos un propósito en la vida, albergar alguna esperanza son, sin duda, elementos atractivos de la fe que hemos de ofrecer a todos, pero muy especialmente a quien no encuentra su lugar.
Internet, en muchos casos, se convierte en enemigo. Algunas veces he tenido que prohibir a las personas que se acercan con estos problemas que sigan a sacerdotes exaltados que aseveran en redes sociales que el demonio está detrás de todo. Sería muy interesante que psicólogos con fe ayudasen a los agentes de pastoral a saber encontrar el enfoque necesario, sabiendo que la espiritualidad es un complemento y no un sustituto de la terapia. Aquí tenemos un potencial enorme que no podemos permitirnos desperdiciar.
Escucha activa, acoger con ternura, formarse para reconocer las señales de alerta, tender redes de cuidado para poder evangelizar… las parroquias pueden convertirse en lugares donde la salud mental no sea un tabú, sino una prioridad. Donde el dolor no sea ocultado sino iluminado con la verdad del amor, sin olvidar que Dios actúa en el silencio, también donde hay inestabilidad y fragilidad.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera