“Lo que a todos afecta, por todos debe ser decidido y aprobado”.

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Nuestra iglesia que peregrina en Almería celebra hoy un día grande, hemos sido convocados a salir por todos los caminos a anunciar con gozo que Cristo vive y que vale la pena ser discípulos del Señor de la Vida y de la Historia.

El evangelio de Pascua que acabamos de proclamar, es una síntesis de las idas y venidas de los primeros días de la resurrección, días de mucho trajín. Y aprendemos de todos esos días una lección: sólo en comunión, unidos, podremos salir de la situación de impase en la que nuestra iglesia europea, y por tanto también, en cierta medida la almeriense, nos vemos embarcados.

Pues nos encontramos varados por los lastres de la historia, que algunos dan como esenciales y no lo son, porque el momento es otro y necesita de nuevas respuestas. Y en esto la Iglesia, desde los primeros tiempos de la evangelización apostólica, ha sido sabia y creativa, porque se ha dejado llevar por los vientos del Espíritu Santo. La inmovilidad, las antiguas estéticas y el anclaje en las relaciones, incluso en entre los mismos bautizados, dividiéndonos en clases de poder, que hemos mantenido en los siglos pasados, no dicen nada a las nuevas generaciones. Sacudámonos el polvo de la historia para que se descubran los colores de la verdadera fe. Solo los grandes santos supieron poner creatividad y novedad, aunque algunos lo son por su silencio. Mantener hoy los paños viejos significan que producirán una ruptura irreparable al quererlos coser con los nuevos. Volvamos a los caminos y fijémonos en las personas que hicieron la evangelización primera.

Volvamos al Evangelio, salgamos con el impulso del Espíritu, busquemos la simplicidad y la humildad, despojemos el evangelio de los pesados lastres de los poderosos de la historia, y seamos como los apóstoles y los primeros discípulos que, en treinta años, después de Pentecostés, fueron capaces de crear nuevas comunidades en todos los puertos del Mediterráneo y en alguna ciudad del interior; mujeres y hombres que mayoritariamente provenían de un lago del interior sin relevancia. Menospreciados por todos (de Galilea no puede salir nada bueno) y que además se comunicaban en dialecto. Lo hemos escuchado en la primera lectura: Pedro y Juan eran hombres sin letras ni instrucción. Pero tenían una pasión en el corazón y se habían dejado llevar por el Espíritu. No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba de las escrituras, decían los de Emaús. Eso es volver a ilusionarse, poner pasión.

Esta llamada a la sinodalidad de nuestro papa Francisco, es un tiempo de Gracia y ha venido para quedarse, pues es el ADN de nuestra Iglesia. Ya San Cipriano, obispo de Cartago, allá por el año 240 dijo a su Iglesia: “Lo que a todos afecta, por todos debe ser decidido y aprobado”. La verdad es que, para llegar a este punto, necesitamos todos mucha conversión, sobre todo los que nos creemos con el poder en nuestras comunidades y olvidamos que hemos sido ordenados para servir como el Buen Pastor, y también conversión en todos aquellos que han vivido sumisamente encerrados en el miedo o con el complejo de la ignorancia. Todos debemos ser escuchados. Los párrocos estamos de paso, la comunidad permanece, ella tiene también la palabra, si no, pueden estar sometidas a los caprichos de los que supuestamente venimos a servir.

El bautismo (también la Confirmación y la Eucaristía) nos iguala a todos, somos hijos del mismo Padre, coherederos con Cristo. Es el primer sacramento y la fuente de todos los demás. Y como hijos cada uno debemos de centrar nuestra mirada hacia aquel hermano que más lo necesite, es decir que debemos ser todos iglesia samaritana, sin importarnos la clase social, la religión o la etnia de aquel que nos encontremos sufriendo o maltratado a la vera de nuestro camino. Cultivemos las entrañas misericordiosas de nuestro Dios. Y no olvidemos que aquel que quiera ser el primero debe ser el servidor de todos.

Cuántas máscaras tienen que caer, cuántos filtros han de desaparecer de nuestras vidas, cuántas justificaciones, cuántas hipocresías, cuántos cambios en la manera de vivir para ser más evangélicos, es decir, para ser como el Señor, al que seguimos y del que vivimos. No podemos seguir haciendo nuestra propia religión, a la que estamos subyugados por comodidad o costumbre.

Ahora nos toca seguir escuchándonos a todos, y arraigándonos más a Cristo, no somos de Pedro, de Pablo o de Apolo. Somos de Cristo. Pues enamorémonos de él. Y desde esta perspectiva seremos distintos. No dejéis vuestros grupos sinodales. Seguid profundizando en el Evangelio y nuestras comunidades serán un espacio de acogida, de escucha, de perdón, de creatividad, de vida. Que cada uno ponga al servicio de todos sus cualidades y sus dones. Aprendamos unos de otros, aunque seamos distintos, y añadamos a nuestra fe lo que otros tienen y nos falta a nosotros. No somos un grupo monolítico, uniformado y cerrado, vivimos un momento histórico maravilloso para (como los primeros cristianos) anunciar al Señor de la Vida.

Gracias a todos los grupos que habéis puesto empeño en la llamada sinodal. Gracias al Equipo Animador formado por laicos, vida consagrada y el sacerdote Felipe, que habéis llevado a cabo la coordinación y el aliento de estos meses. Vuestro trabajo a la hora de la síntesis está siendo arduo y a la vez emocionante. Son los sueños y los retos de una Iglesia Evangelizadora en esta tierra y en nuestro pueblo en este Siglo XXI. Ahora celebramos, en torno a la Mesa de la Eucaristía, que hemos terminado la fase diocesana. ¡Damos gracias a Dios!

Somos iglesia peregrina, lo hemos dicho y cantado tantas veces, que ya nos hemos vacunado a esta expresión y no nos crea fiebre ni nos desazona. El peligro de asentarnos, de crear una institucionalización, de imponer jerarquías de poder, de olvidar las tiendas del desierto, porque estamos de paso, anida en nuestro corazón y nos hace construir la ciudad y olvidar los dinamismos del Espíritu. Pero el Espíritu Santo es más fuerte, impulsa, crea, nos arranca de nuestros espacios de confort, nos invita a la conversión, y nos grita al corazón: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”. ¡Ánimo y adelante!

+ Antonio, vuestro obispo

AUDIO DE LA HOMILÍA PRONUNCIADA EN LA CLAUSURA DE LA FASE DIOCESANA


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