Los obispos de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada honran en esta jornada a estos hombres y mujeres que, en medio de innumerables desafíos, al borde del camino o en el rincón más inhóspito de una barriada cualquiera, se convierten en ayuda para las heridas del mundo. En la actualidad, los consagrados también ayudan con una mirada especial a personas que experimentan nuevas formas de injusticia, aflicción y desesperanza: los afectados por la Covid-19.
«Tejedores de lazos samaritanos hacia dentro y hacia fuera, los miembros de la vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido, con no poco sacrificio y mucha fe, tejen historias de vida común, paciencia y perdón allí donde otros siembran dispersión, furia y rencor; ensayan proyectos de misión compartida y fecunda allí donde otros prefieren trazar fronteras, abrir zanjas o levantar muros».
«Fraternidad divina que es humana; fraternidad humana que es divina. Esta es la entraña parabólica de los hombres y mujeres que, en medio de innumerables desafíos, al borde del camino o en la posada, en el rincón más inhóspito de una barriada cualquiera o en el coro más bello de cualquier monasterio, se convierten en aceite y vino para las heridas del mundo, vendaje y hogar de la salud de Dios».