Queridos diocesanos:
La fiesta de Santiago en este año santo cobra una especial significación como suele suceder todos los años santos, pero bien es vedad el Año Jacobeo es siempre un reclamo religioso y cultural de primer orden en España. No sería ni deseable ni una buena operación con futuro su secularización, degradándolo en mero en fenómeno económico y cultural. El sepulcro del Apóstol en Compostela es una señal y un signo viviente de la historia del cristianismo hispano, y de su proyección sobre los pueblos evangelizados por España. La luminosa proclamación del Evangelio que acompañó el descubrimiento de América y la expansión viajera hacia el Lejano Oriente y África.
Siendo tan grande signo orientador de la fe de los españoles, el sepulcro del Apóstol es por su identidad apostólica un signo evocador no sólo del cristianismo hispano, sino de la entera historia de la civilización cristiana que surgió con la predicación del Evangelio de Cristo y acompasó, dándole horizonte de interpretación y sentido, el desarrollo de la entera historia de Europa. Esta historia incomprensible sin la fe cristiana se aleja hoy en un movimiento suicida, como reclamada por un hechizo destructor, hacia el nihilismo de una sociedad sostenida sobre sus ensoñaciones de autoconstrucción mecanicista. Una meta ideológicamente laicista, asumida por el colectivo de una sociedad que pretende haber encontrado la razón de ser en la sola evolución de la especie humana que no tendría otro sentido que el que podamos darle. Una meta, por eso mismo, sólo producto del imaginario de una élite empeñada en dirigir la conciencia de los individuos con pedagógica pericia y hábil manejo de los medios de comunicación, al servicio del poder que los sostiene y que tiene por cometido la práctica del sometimiento del colectivo social.
Si el Evangelio de Jesucristo, que comenzaron predicando los apóstoles, ha sido el motor de la aventura histórica de los pueblos cristianos, sin cuya trayectoria no se podría entender lo que conocemos como civilización cristiana, podemos preguntarnos los que así nos reconocemos deudores de esta civilización, por qué vamos a quedarnos indiferentes ante la expansión programada de un laicismo anticristiano. Sobre todo, si hemos llegado a tomar conciencia de que la visión del hombre y del mundo de este laicismo, que se califica a sí mismo como progresista, pretende imponerse como criterio del orden jurídico sin otra referencia que la voluntad de quienes lo divulgan y extienden.
Podemos seguir preguntando por qué vamos a dejarnos colonizar por una antropología, una concepción del ser humano contraria a la revelación bíblica. ¿Por qué no reaccionamos los cristianos ante la agresión a la concepción del ser humano revelada por Dios, sin la cual la dignidad del hombre no sería otra cosa que el resultado del pacto entre grupos humanos? No ignoramos, además, que incluso este pacto entre grupos sociales marcados por culturas diferentes es harto difícil cuando se trata de convenir cuáles y cuantos son los derechos humanos.
La fiesta de Santiago nos coloca ante la luz que proyecta la estrella que descansa sobre el sepulcro del Apóstol para ayudar a Europa a descubrir sus propias raíces, y para recordarnos a los españoles que, aunque tengamos muchos tutores, sólo hemos tenido a Santiago como padre de nuestra fe, porque él nos ha engendrado en Cristo. La predicación evangélica fue temprana en suelo hispanorromano, hoy nuestra sociedad necesita el impulso de una nueva evangelización. Los papas vienen impulsando esta nueva predicación del Evangelio con la esperanza puesta en la Madre de Jesús, que acompañó a la comunidad apostólica y brilla en el corazón de los fieles como estrella de la evangelización. España es tierra de María y la devoción mariana ha sostenido la fe de nuestros pueblos y ciudades, por eso la tradición jacobea ha tenido siempre el reclamo de la Virgen del Pilar. El simbolismo que encierra esta advocación mariana es expresión de la fe firme de los cristianos españoles en que María ha acompañado la obra evangelizadora de Santiago y de los primeros evangelizadores, los obispos fundadores de las Iglesias primeras de España, que dieron origen al mapa eclesiástico de la época visigótica, primera realidad marco y sustancia al catolicismo como factor de influencia determinante en la unidad de la nación española.
Elevemos nuestra oración a Dios apoyados en tan gran padre e intercesor, y con el himno que abre las primeras vísperas de la solemnidad, con hondo sentido de fe compartida en la comunión de la Iglesia que peregrina en España, imploremos la protección de nuestro Patrón:
«Pues que siempre tan amado
fuiste de nuestro Señor,
Santiago, apóstol sagrado,
sé hoy nuestro protector».
Almería, a 25 de julio de 2021
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería