La Iglesia diocesana de Almería busca la intercesión e inspiración de sus Mártires ante la pandemia

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

El próximo viernes seis de noviembre es la fiesta de los Mártires del siglo XX en España, una festividad caracterizada en nuestra Diócesis por la bendición de la nueva capilla martirial de la Catedral y la inspiración de los Mártires en estos tiempos de pandemia.
UNA FIESTA CATEDRALICIA Y PARROQUIAL MARCADA POR LA PANDEMIA
Desde el pontificado del Papa Benedicto XVI, viene celebrándose cada seis de noviembre la memoria litúrgica de los Mártires de la Persecución del siglo XX en España. En esta fecha van quedando agrupados todos los Mártires, aunque se celebre el aniversario de sus martirios en los días en que acontecieron en sus lugares de referencia.
El Obispo diocesano, Mons. González Montes, presidirá la Santa Misa en la S. y A. I. Catedral de la Encarnación de Almería a las once y media de la mañana. Durante la solemne celebración eucarística, y tras los pertinentes trabajos realizados en los últimos años, será bendecido el nuevo retablo de la capilla dedicada a los Mártires. Será precisamente, desde este día, donde la cabeza del Beato Diego Ventaja Milán quedará expuesta a la pública veneración de los fieles. Cuando concluya el laborioso hacer de los orfebres, también aquí se ubicará la arqueta que custodia varias reliquias de los Mártires de Almería. La gravedad de la situación sanitaria ha impedido convocar a los sacerdotes ni a los familiares de los Mártires, por lo que la ceremonia será retransmitida por el canal diocesano de Youtube.
En las diferentes parroquias almerienses, sobre todo en aquellas donde nacieron o ejercieron el ministerio los Mártires, habrá igualmente celebraciones solemnes esa misma tarde. A pesar de las limitaciones que impone la pandemia, la geografía diocesana evocará la memoria de estos valientes Beatos que entregaron su vida por Cristo.
En la Iglesia almeriense, hasta el momento presente, son ya 128 Mártires a los que se tributa culto público. El primero fue el Beato Cecilio López López, natural de Fondón y perteneciente a la Orden de los Hospitalarios de San Juan de Dios, que beatificó San Juan Pablo II en 1992. Un año después, fue beatificado el Obispo Beato Diego Ventaja Milán y 7 Hermanos de la Salle. 1993. La primera mujer en incorporarse a esta gloriosa lista fue, en 2001, la Beata Josefa López Ruano, natural de Berja y hermanita de los Ancianos Desamparados. Ya durante el pontificado de Benedicto XVI, en 2007, ascendieron a los altares el Beato Andrés Jiménez Galera, natural de Rambla de Oria y novicio salesiano; junto con el Beato José María de la Virgen Dolorosa, natural de Fondón y miembro del Carmelo Descalzo. Ya el Papa Francisco beatificó en 2013 al Beato Feliciano Martínez Granero, natural del Taberno y hospitalario de San Juan de Dios. Cuatro años después llegó el turno del Beato José Álvarez Benavides y de la Torre y sus 114 Compañeros Mártires.

BENDICIÓN DE LA NUEVA CAPILLA MARTIRIAL DE LA CATEDRAL

La nueva capilla catedralicia será dedicada a la memoria de los Mártires de Almería y acogerá la cabeza del Beato Diego Ventaja Milán, junto a la arqueta de las reliquias que se conservan de los 115 Mártires beatificados por el Papa Francisco. Situada entre las capillas de San Idelfonso y el actual Baptisterio, ya llevaba algunas décadas guardando la memoria martirial con la instalación de la primitiva lauda sepulcral del Obispo Mártir y el soberbio lienzo del artista almeriense don Andrés García Ibáñez. Ahora, para solemniza el culto a los Mártires de manera adecuada, ha sido instalado un elegante retablo marmóreo coronado por una Santa Cruz de la que pende el sudario. La combinación de los mármoles de distintas modalidades y sus líneas neoclásicas enlazan con la fastuosa ornamentación que realizó el Obispo don Claudio Sanz y Torres en el templo catedralicio. El hermoso lienzo Camino del Calvario que preside el nuevo retablo, recordará la unión de estos Mártires al sacrificio único de Cristo.
La historia de esta capilla, titulada antiguamente de Nuestra Señora de la Esperanza, se remonta a 1721. Su fundador, el Obispo lucentino don Jerónimo del Valle y Ledesma, la edificó para que: «se destine a entierro de los Prelados de esta Iglesia la bóveda que se ha fabricado, sin tener este otro fin que la mayor decencia de la capilla, y hacer este cortísimo obsequio a mis sucesores, en satisfacción del mucho trabajo que tendrán en reparar las ruinas que hubiere ocasionado mi ignorancia, omisiones y descuidos». En efecto, un año después se efectuó su propia sepultura a la que seguirían la de todos sus sucesores desde 1722 hasta 1872. Desde entonces, los restos mortales de los Obispos han sido sepultados en otros lugares.
Desde el viernes próximo la capilla, con la calidad artística que exige su dignidad catedralicia, se convertirá en un verdadero homenaje de piedad y concentrará la veneración a los Mártires de Almería en el primero de nuestros templos.

EXPOSICIÓN DE LA CABEZA DEL BEATO DIEGO VENTAJA MILÁN, EL OBISPO MÁRTIR

El mayor tesoro que custodiará la nueva capilla catedralicia dedicada a los Mártires será la cabeza del Beato almeriense Diego Ventaja Milán, una reliquia providencialmente conservada tras numerosos azares. Este Beato, nacido en una humilde familia alpujarreña en 1880, llegó a ser doctor en Filosofía y Teología por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Piadoso presbítero, compaginó la enseñanza académica con la educación de niños desfavorecidos en las escuelas manjonianas. El Papa Pío XI, en 1935, le hizo abandonar su canonjía en la Abadía del Sacromonte para ser Obispo de Almería. Su pontificado, tan breve como turbulento, no obstaculizó que ganara el corazón de sus diocesanos por la delicada caridad pastoral con la que se condujo. Iniciada la Persecución Religiosa se negó reiteradamente a abandonar la ciudad, sufriendo prisión y malos tratos en diferentes lugares. Unido al Beato Manuel Medina Olmos, Obispo de Guadix, recibió finalmente el martirio en la madrugada del treinta de agosto de 1936 en el vicareño barranco del Chisme.
Nada más producirse el martirio, el cadáver fue privado de sus ropas y profanado con cañas por parte de los ejecutores. Por dos veces, con poco éxito según parece, intentaron prenderle fuego y los ennegrecidos restos fueron abandonados en el mismo lugar del martirio. En los primeros días de septiembre fueron enterrados por los habitantes de aquellos contornos. Concluida la Guerra Civil el presbítero don Andrés Martínez Segura, gracias a las referencias del propietario don Carlos Vicente Martínez y del cortijero Julián Sánchez, identificó la fosa donde había permanecido el cuerpo del Beato durante los últimos tres años. Debidamente enterado don Rafael Ortega Barrios, a la sazón Vicario general y Provisor del Obispado, envió a unos obreros en octubre de 1939 para que abrieran la fosa. La rudimentaria excavación fue un fracaso, pues junto al Obispo mártir yacían diecisiete cadáveres, y necesariamente hubo que posponer unos meses la operación.
Finalmente fueron extraídos un buen número de restos calcinados de aquella fosa, introducidos en humildes sacos y limpiados con cal viva en la fuente que antaño existía en el claustro de la Catedral. Todos los huesos, dispuestos en una única caja, recibieron cristiana sepultura en uno de los nichos de la cripta de san Idelfonso. La beatificación, celebrada en Roma por el Papa Juan Pablo II el diez de octubre de 1993, avivó la tristeza de los católicos almerienses por no poder venerar con precisión las reliquias del Beato Diego Ventaja.
Para satisfacer este anhelo, hubo que aguardar hasta el año 2018. En la Facultad de Medicina de Granada, con las técnicas más sofisticadas y modernas, se ha logrado devolver la identidad a los restos mortales del Beato Diego Ventaja Milán, a los del Beato Manuel Medina Olmos y a otros de los asesinados aquella fatídica noche. En tan concienzudo proceso trabajó, entre otras personalidades científicas, el prestigioso catedrático de Antropología Física don Miguel Cecilio Botella López.
Gracias a esta labor, la significativa reliquia de la cabeza de «su alta figura nazarena» – como lo describió el intelectual don Eladio Guzmán Hernández – podrá ser objeto de la veneración y piedad de los católicos almerienses en estos momentos de singular adversidad. De hecho, la cabeza del Beato Diego será emplazada en el lugar principal del nuevo altar marmóreo y podrá ser expuesta al culto público. Hasta la fecha en la Catedral tan solo se veneraban las reliquias de otro Obispo mártir, concretamente el Fundador y Patrono San Indalecio. Dos Obispos, separados en el tiempo por casi dos milenios, pero unidos por un mismo testimonio; así como por la tierra almeriense que regaron con el sudor de su ministerio episcopal y la sangre de su martirio.

EL EJEMPLO DE LOS MÁRTIRES DURANTE LA PANDEMIA GRIPAL DE HACE UN SIGLO

La Iglesia almeriense, a través de esta fiesta y de la nueva capilla dedicada a los Mártires, recurre a su intercesión y también recoge sus referencias morales. En este triste periodo de pandemia por el Covid-19, ha suscitado interés cómo ellos afrontaron la terrible epidemia de gripe de hace un siglo. Muchos han sido los paralelismos que, a diversos niveles, se han llevado a cabo entre aquella pandemia y la presente. Hay que tener en cuenta que, entre los años 1918 y 1920, un buen número de ellos ya eran presbíteros con responsabilidades pastorales. Cuando hoy día hemos podido constatar la entrega y dedicación de tantos sacerdotes y laicos en el cuidado espiritual y caritativo de los afectados por la epidemia ¿Cómo respondieron a este reto pastoral los que murieron mártires apenas veinte años después?
Vale la pena recordar que, en Almería, la dentellada más terrible de la gripe ocurrió en 1918 y el índice de letalidad fue el segundo más alto de toda España. Del total de 380388 almerienses del censo de la época, la pandemia acabó con la vida de 6429. El Obispo de entonces, el futuro Cardenal don Vicente Casanova y Marzol, lideró un eficaz servicio caritativo y de atención espiritual a los enfermos.
En perfecta unión el clero diocesano y el regular trabajó codo con codo, algo raro en aquellos tiempos, para que no faltaran los auxilios espirituales a ninguno de los contagiados. Distribuidos por parejas de sacerdotes, se distribuyeron pueblos y barrios que visitaban periódicamente. Pocos enfermos quedaron sin acercarse a los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía por aquellos clérigos de tanto ardor apostólico que no dudaron en exponerse al contagio.
El clero catedralicio se destacó por su entrega durante la pandemia, distribuyéndose los canónigos el cuidado espiritual del callejero de la ciudad de Almería. Cuatro de aquellos intrépidos sacerdotes de esas complicadas jornadas recibirían más tarde la palma del martirio: los canónigos Beato José Álvarez Benavides y de la Torre Beato y Beato Francisco Roda Rodríguez; el sacristán mayor, Beato Gregorio Morales Membrives y el sochantre, Beato Francisco de Haro Martínez.
Además de su delicada atención para con los enfermos, el Cabildo redobló sus plegarias para que cesara aquella pandemia. Llevados de su fervor, a mediados del mes de octubre y de manera espontánea, a lo largo de tres días marcharon en procesión a la capilla de San Indalecio para invocar la intercesión del Obispo Fundador con la Letanía de los Santos y las preces rituales. Mayor impacto popular tuvo su iniciativa, a la que se añadió la petición del Ayuntamiento, de invocar a la Santísima Virgen del Mar. Para ello, la sagrada imagen permaneció en la Catedral los tres primeros días del mes de noviembre con encendidos sermones del dominico padre Ballarín. Es de notar que también en esta pandemia, siguiendo la más genuina de las tradiciones almerienses, la sagrada imagen de la Patrona ha sido traslada al templo catedralicio.
Igual solicitud pastoral mostraron los párrocos de los distintos pueblos de la geografía diocesana, que se desvivieron en el socorro material y espiritual de sus feligreses. En las cabeceras de los contagiados, sin prestar atención al terror que ocasionaba la pandemia, asistieron a los enfermos sin descanso. En las biografías de estos futuros Mártires impresiona contemplar cómo, además del brindarles el consuelo religioso, dejaban discretamente bajo sus almohadas dineros o medicinas que aliviaran el sufrimiento de los enfermos. Algunos presbíteros jóvenes, casi recién ordenados, tuvieron que ponerse al frente de las parroquias por la muerte o enfermedad de sus párrocos. Fue, por ejemplo, lo que sucedió con el Beato alhameño Rafael Román Donaire que se hizo cargo de la parroquia de San Antonio de Padua de Almería.
Otros de los Mártires que ofrecieron una valiente respuesta a la crisis provocada por aquella pandemia de hace un siglo, ya habían tenido que afrontar unos pocos años antes la epidemia de tifus. Es el caso del Beato Herminio Motos Torrecillas, entonces párroco de Vera, o del Beato Diego Morata Cano, párroco de Bédar. Su solicitud fue consideraba heroica y, produjo tal admiración en las autoridades civiles, que ambos fueron condecorados con la Medalla de Oro de la Cruz Roja.
Es imposible cuantificar ahora el consuelo y ayuda que brindaron tantos buenos sacerdotes, muchos de ellos Mártires, en tan grave necesidad pública. Baste decir que, como signo de esperanza, una pequeña niña de apenas cuatro años pudo superar la enfermedad y no añadir su nombre al de medio centenar de infantes fallecidos en su pueblo de Tíjola por la pandemia. Se trataba de Emilia Fernández Rodríguez y, veintiún años después, murió mártir y llegó a ser la primera mujer de etnia gitana que subiría a los altares.

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