La familia es un don de Dios y una tarea confiada al ser humano. Es un patrimonio de la humanidad. También sobre ella se pronuncia la Sagrada Escritura, subrayando la suerte tan diversa que aguarda a las familias que viven en el amor y a las que convierten el egoísmo en norma de su vida. Las familias fieles y fecundas son un auténtico mensaje de Dios.
La Biblia nos ofrece una palabra divina sobre la familia, pero esa palabra refleja experiencias de enamoramiento o de desencuentro, de fidelidad y de traición, de perdón y de rechazo. Esas experiencias humanas se superan a sí mismas. Las palabras bíblicas sobre el amor y la familia recuerdan el proyecto divino original y señalan el final al que la convivencia humana está abocada.
Cada familia de las que aparecen en la Biblia es un icono que, en positivo o negativo, nos desvela lo que la familia está llamada a ser. Esta institución humana ha sido querida y diseñada por el mismo Dios como signo y medio del encuentro interpersonal. Ya solo con esa constatación se nos advierte de la bondad fundamental de esa relación. Llamados al amor, los primeros seres humanos están llamados también a transmitir la vida.
Si Dios ha creado el ser humano a su imagen y semejanza, la sexualidad y la vida pertenecen a la forma humana de ejercer el señorío sobre el mundo creado. Los seres humanos están llamados a colaborar en la obra de la creación con el Señor de la vida. Por eso les dice el mismo Dios: «Sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra, sometedla, dominad…» (Gn 1, 28). En las parejas que cruzan la historia de Israel se vislumbra el proyecto de Dios sobre el amor humano y sobre el don divino de la descendencia.
El amor, el matrimonio y la vida familiar son importantes y profundamente significantes. Solo del perdón gratuito del Señor pueden volver a florecer las esperanzas: «Yo mismo restableceré mi alianza contigo, y reconocerás que yo soy el Señor» (Ez 16, 62). Bajo ese contenido teológico, se descubre una honda reflexión sobre el amor y la familia.
Los libros sapienciales reflejan una situación patriarcal, en la que la familia es una institución sagrada. En ella brota la vida, en ella se forja la felicidad de la persona y sobre ella se derraman las bendiciones de Dios.
Así pues, a lo largo del Antiguo Testamento, el matrimonio y la familia encuentran una valoración muy positiva, en cuanto proyecto de Dios y expresión del amor humano. Aun vista con realismo, la vida de la familia se presenta como una parábola de la elección del pueblo por parte de Dios y de su respuesta al amor divino.
Jesús García Aiz