HOMILÍA VIRGEN de la MERCED y de la MISERICORDIA

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Querida Comunidad reunida en torno al Altar, para celebrar la Virgen de la Merced, esta mujer con las cadenas rotas en sus manos. Hermanos sacerdotes, Sr. Director y Sras. y Sres. Subdirectores, Representantes de las distintas Instituciones, Funcionarias y Funcionarios, Autoridades Civiles y Militares. Representantes de la Hermandad del Prendimiento, Voluntarios de la Pastoral Penitenciaria, Internas e internos de este centro.

Aunque ya la conozcáis dejadme que la rememore. Cuenta la historia que  el 1 de agosto del año 1218, cuando la Iglesia celebraba la fiesta de San Pedro encadenado, en la cárcel Mamertina de Roma, un joven, llamado Pedro Nolasco tuvo una visión de la Virgen María, dándose a conocer como La Merced, es decir la Misericordiosa, que le pidió fundara una Orden religiosa con el fin principal de redimir a los cristianos cautivos. En ese momento, la península Ibérica vivía guerras entre los pueblos que la habitaban y los piratas y esclavistas asolaban las costas del Mediterráneo, haciendo miles de cautivos que llevaban al norte de África.

A modo de un ejército de monjes, Pedro Nolasco impulsó la creación de la “Celeste, Real y Militar Orden de la Merced”, fundada, hoy día, en la Catedral de Barcelona, con la presencia y el apoyo del rey Jaime I el Conquistador y el consejo particular de san Raimundo de Peñafort. Tan solo veinte años antes, el francés Juan de Mata (1154-1213), fundó la  “Orden de la Santísima Trinidad y de la Redención de Cautivos” llamados Trinitarios

Se calcula que fueron alrededor de trescientos mil los presos redimidos por los monjes mercedarios del cautiverio. Y unos tres mil son los religiosos que se consideran mártires por morir en cumplimiento del voto de liberar cautivos que habían hecho.

Pero historias aparte, María a la que hoy celebramos, sigue siendo la Madre de la Misericordia: “Reina y Madre de Misericordia… vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos…” Rezamos en la popular oración de la Salve, que un monje gallego escribió en el año 800, y que tanto ha arraigado en la religiosidad popular, tanto que muchos la hemos aprendido de los labios de nuestras madres y abuelas.

La misericordia es la compasión delante de cualquier sufrimiento, cualquiera desgracia, y también ante el pecado y el vacío existencial que tantas veces nos desestructura y nos produce destrucciones interiores y exteriores, muchas veces difíciles de superar.

Entre vosotros, en este centro, viven también hermanos musulmanes y su libro sagrado, el Corán, comienza: “En el nombre de Alá, el compasivo y misericordioso”. Compasión y Misericordia, es lo que nos debe de unir a unos y a otros, porque van de la mano y son la esencia, o el ADN, del Corazón de Dios.

Por eso Jesucristo, cuando nos contó la parábola del buen samaritano nos enseñó a ser misericordiosos. Nos presenta a un hombre destrozado, herido, vejado, despreciado, a la orilla del camino… aparentemente muerto. Pero para Dios ¡nadie está muerto! Pasaron por allí entendidos en la ley de Moisés, sacerdotes, personas relacionadas con lo religioso… es decir personas que se suponía sabían mucho de Dios… pero todos pasaron de largo. Eso nos puede ocurrir a nosotros también.

Un extranjero, de otra religión, pisando tierra peligrosa, era odiado y no bienvenido en aquellos caminos de una nación en guerra, no solo psicológica, con la suya… se repiten los esquemas, como si nunca creciéramos. Pues bien, nos dice Jesús, aquella persona se acercó, miró, tuvo compasión y se lo llevó con él. ¡Ejerció la misericordia! Según el entendido de la ley y enemigo acérrimo de los de Samaría.

Todos nosotros, seamos del pueblo que seamos, si creemos en Dios, “el compasivo y misericordioso” ¡para todos! Debemos ejercer la misericordia para parecernos una pizca a Dios.

¿Y cómo ejercer la misericordia? Volvamos la mirada a María, la de las cadenas rotas. Pues ¡Siendo Madre! Sabemos que las madres, de una manera natural, tienen una ternura, una compasión espontánea para aquellos que sufren, de una u otra manera, y están o se sienten heridos. El ser humano, para acoger a una mujer como madre tiene que aceptar su ternura maternal, el amor misericordioso que manifiesta en todos sus gestos y palabras. La madre está desde el principio hasta más allá del final. La acabamos de contemplar al pie de la cruz. Y después la volveremos a encontrar con los discípulos de su Hijo en el Cenáculo, el día de Pentecostés.

Pero para ser misericordioso es necesario que nosotros mismos hayamos experimentado la misericordia. Creéis que el joven herido, casi muerto, de la cuneta de la parábola del buen samaritano a partir de entonces ¿no cambiaría su corazón y su vida? En este sentido, acoger la misericordia, experimentarla en uno mismo, es fuente de impulso y anuncio misionero del perdón y del amor. ¿Pensáis que, si vivimos con heridas obcecadamente abiertas, incapaces de perdonarnos, podremos perdonar y ser misericordiosos?

En la oración del “Magníficat” proclamada por la Virgen durante su visita a su prima Isabel, que hemos escuchado en el “salmo”, María a voz en grito anuncia que la misericordia de Dios “llega a sus fieles de generación en generación”.

María, la agraciada, la llena de misericordia, ante la angustia de su prima, ante la oscuridad en la que vivía su pueblo, ante el peligro de haber sido lapidada, sin horizontes de esperanza, anuncia la salvación a todos aquellos y aquellas que sufren, que están afectados por la desesperanza, que es el mayor pecado.

No temamos que Dios nos haga Misericordia para que, podamos nosotros también ser testigos y artesanos de la misericordia en medio de nuestro mundo y de todos los que, día a día, nos rodean. Pasad un buen día de fiesta. ¡Ánimo y adelante!

Centro Penitencial “El Acebuche”

Almería 24 de septiembre de 2025

+Antonio Gómez Cantero, vuestro obispo

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