Querida Comunidad de Jesucristo Redentor, querida María Luisa, Alejandra y Diego y la familia y los amigos de Diego, queridos Scouts Católicos, querido Diego que hoy recibirás el Orden de los Diáconos, hermanas religiosas, querido Francisco, párroco de esta comunidad, querido Ignacio, vicario general, queridos diáconos permanentes y hermanos en el sacerdocio.
Las lecturas que has elegido Diego para esta celebración nos señalan el camino por donde podemos contemplar el gran misterio que encierra tu ordenación de Diácono Permanente. Damos gracias a Dios.
- La institución de los diáconos [Hch 6,1-6]
Querido Diego, como hemos escuchado en la primera lectura, el ministerio de los diáconos en la Iglesia viene de los tiempos de los apóstoles, cuando apartan a siete varones justos. El texto señala que, debido al aumento del número de los discípulos, los creyentes de origen helenista se quejan contra los de origen judío, porque sus viudas no están bien atendidas en la distribución diaria de los alimentos. Ante semejante situación, los Apóstoles hacen notar las dificultades para abandonar el ministerio de anunciadores del Evangelio para dedicarse al servicio de la caridad; por lo que estiman pertinente escoger «siete hombres de buena fama», es decir, sin doblez, donde el ser y el actuar coincidan, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a los cuales encomiendan la asistencia de los necesitados.
Pero rápidamente vemos que los diáconos, una vez instituidos mediante la imposición de las manos, actúan también como predicadores, responsables y guías de un grupo cristiano, comenzando por llevar la Buena Noticia a los no judíos, siempre bajo la supervisión de los Apóstoles (Cfr. Hch 6, 8 ss). Así nos encontramos con Felipe, uno de los diáconos que componen el grupo de los siete, predicando y bautizando en Samaria (Cfr. Hch 8, 12-16).
San Pablo menciona a los diáconos al menos en dos lugares. Comienza saludándoles en la Carta a los filipenses “a todos los santos en Cristo (la comunidad), a sus Obispos y diáconos” (Flp 1, 1). En la Primera Carta a Timoteo, es donde describe las cualidades y virtudes de los diáconos poniendo en el centro: “que guarden el misterio de la fe con conciencia pura” (1Tm 3, 8).
Durante los primeros cuatro siglos de la Iglesia, el diaconado se concibe en Occidente como una institución permanente, de hecho, sólo se habla de los Obispos con sus diáconos, así lo vemos en las actas martiriales de algún Papa (Obispo de Roma) o varios Obispos martirizados con sus diáconos (San Lorenzo –que está en tantos retablos– uno de los siete diáconos del Papa San Sixto, asesinado con cuatro de sus diáconos cuando celebraba la Eucaristía. En Tarragona: el obispo Fructuoso y sus dos diáconos Augurio y Eulogio fueron encarcelados y quemados en el anfiteatro). San Calixto I, fue elegido Papa, siendo diácono. Ellos, junto a san Esteban, y muchos más serán tus protectores.
A partir del siglo V, cae en decadencia este ministerio diaconal, entendiéndose sólo como una etapa transitoria para la ordenación sacerdotal, tomando más protagonismo los presbíteros. Fue el concilio de Trento, durante el siglo XVI, quien dispuso su restablecimiento en la Iglesia, pero la iniciativa no tuvo ningún éxito. Finalmente, el Concilio Vaticano II determinó restablecer el diaconado como grado propio y permanente de la jerarquía eclesiástica. Hasta aquí la historia del diaconado.
- Jesús se entrega a sí mismo como servidor [Jn 13,3-18]
Pero el diaconado no es solo una tarea más, sino que es donación de toda la persona, de sí mismo. Los adversarios de Jesús y los que no se decidían a creer en Él, le piden prodigios que sean capaces de mostrar su gloria; el rechaza este camino de poder y renueva su adhesión al plan divino, que entiende la Encarnación en la línea del despojo, de servicio, de sacrificio, de entrega total, de humilde abajamiento, kenosis. Y esto, querida comunidad, querido Diego, es el único medio por el que alcanzaremos la salvación, la vida eterna, que en definitiva es un estado glorioso en el que el siervo es servido.
La imagen que has elegido como icono de tu ordenación, Jesús lavando los pies a sus discípulos, el maestro en funciones de esclavo, es conmovedora sobre todo cómo observan y aprenden sus discípulos, según me hiciste ver. Somos diáconos para arrodillarnos y lavar los pies de todos, así nos lo enseñó el Señor aquel Jueves Santo, cuando se arrodilló ante los suyos como un esclavo, cuando partió el pan y oró por la unidad: ¡que todos sean uno, como tú y yo Padre, somos uno! Cuando nos dio el mandamiento nuevo del amor. La novedad, queridos hermanos radica en que Amar no tiene otro camino que el “como yo os he amado”, es decir, ser un servidor inclinado en el suelo, desvestido, con la toalla ceñida, antes de nada. De rodillas ante Cristo en la Eucaristía, ante la Palabra de Dios, ante la comunidad congregada, ante los humildes, pobres y necesitados. De rodillas como inútil servidor, como mediador del amor derramado de Dios “por nosotros y por nuestra salvación”.
Ante él, para adorar, ante los demás, para servir. Pero adorar y servir sólo se pueden sostener en una misma unidad, como los dos palos de la Cruz ¡Así todos somos Cuerpo de Cristo! Así seremos personas eucarísticas, contemplativas y orantes, entregados de lleno a la comunidad [la de dentro y la de fuera del redil], partiéndonos y repartiéndonos, como el mismo pan eucarístico, dándonos en alimento, hasta agotar la vida. El que quiera ser el primero que sea el esclavo de todos. Queda claro. También para los presbíteros que somos diáconos.
- Cristo icono de la Iglesia que sirve [Lc 10,29-37]
El evangelio que has elegido nos muestra que nuestra Iglesia ha de ser una comunidad samaritana. Debemos reconocer la legitimidad de los sentimientos humanos y exhortar a un acompañamiento empático con los que sufren. Durante la Cuaresma siempre medito el texto de Oseas 11,4. “Con lazos humanos los atraje, con vínculos de amor. Fui para ellos como quien alza un niño hasta sus mejillas. Me incliné hacia él para darle de comer”.
Los expertos de la Ley, el sacerdote y el levita, pasan de largo, sus conocimientos de Dios y de la Ley no les sirvieron para responder a la necesidad concreta.
Por el contrario, la parábola nos descubre que el que tiene el secreto de la vida eterna es paradójicamente un samaritano, el extranjero odiado por los judíos. (El legista no se atrevió siquiera a pronunciar su nombre, dijo: “el que practicó la misericordia”).
El sacerdote y el levita no reaccionaron porque la situación para ellos era nueva, no prevista. Y se encuentran en dificultad ante la persona desnuda y malherida.
Estamos ante el hermano en dificultad que pone en dificultad. Y es la dificultad, y no la vida hecha, la que pone al descubierto nuestro amor eficaz y por lo tanto nuestra disponibilidad. El resto son buenas palabras y justificaciones. Las situaciones incómodas, difíciles e imprevistas son el termómetro de nuestra fe, esperanza y caridad.
En este gesto del samaritano la Iglesia de todos los tiempos reconoce un aspecto fundamental de su misión. Levantar a los caídos en los caminos de la historia. Si esto se difumina, se pierde también el sentido del ser y la misión de la Iglesia.
- Un desafío para la Iglesia [LG 29] Conclusión
Ahora nos queda una tarea. Si el Concilio Vaticano II, nos recomienda instaurar el Diaconado Permanente está exigiéndonos a toda la Iglesia que nos ocupemos de ello, es todo un desafío para todos nosotros. ¿Qué nos frena en proponer a varones “de buena fama, llenos de espíritu y sabiduría”, de edad madura, a entregar su vida a este servicio de los diáconos? Nos preocupan las vocaciones para el sacerdocio, y está bien, ¿pero las vocaciones para el diaconado permanente, y las vocaciones para servicios laicales? Es todo un reto, que también nos ayudaría a los obispos y sacerdotes a una dedicación más plena a lo específico de nuestro ministerio.
Querido Diego, estás llamado para ejercer la misericordia. Dios entra de una manera imprevista en nuestras vidas y reclama atención en el momento presente, no después cuando yo lo tenía previsto. Este texto nos pone en el punto de mira de nuestra hiperactividad y de nuestra oración. Este Evangelio nos pone en tela de juicio la imagen que somos de Jesús en su Iglesia.
Almería, 15 DE MARZO DE 2025
+ Antonio Gómez Cantero, Obispo de Almería