HOMILÍA DEL OBISPO EN LA MEMORIA DEL BEATO DIEGO VENTAJA

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Lecturas: Rm 8,31-39; Sal 23. 1-6; Jn 13 1.3-4.12-17

La primera lectura que acabamos de escuchar nos manifiesta la certeza que encierran estas palabras. San Pablo nos responde a esta pregunta ¿Tienes miedo a la muerte? Y nos contesta con gozo y arrojo: No, no tengo ningún miedo, pues creo y sé de quién me he fiado. ¿Quién podrá separarnos del Amor de Cristo? Se preguntaba y preguntaba a la comunidad de Roma en ese tiempo tan duro de persecución. Nadie puede, aunque muchos quieran. Dios, solo tiene la última palabra, y Jesucristo será nuestro valedor. Jesús dirá yo te acojo en mis manos porque te amo.

Esto es lo que viene a proclamar el salmo del Buen Pastor. Cuidaré de cada uno de vosotros. No temas, yo voy contigo.

Estamos celebrando, como cada año, el martirio de nuestro Obispo D. Diego Ventaja Milán junto a su amigo el obispo de Guadix D. Manuel Medina Olmos y además 7 hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle, cuyos nombres de religiosos eran: los hermanos Edmigio, Amalio, Valerio-Bernardo, Teodomiro-JoaquínEvencio-Ricardo, Aurelio-María y  el hermano José-Cecilio. El 10 de octubre de 1993, fueron beatificados por san Juan Pablo II.  Cada vez que celebramos la Eucaristía en nuestra Catedral, ahí están mirando al altar del sacrificio, de la entrega, del amor derramado como la sangre del costado de Cristo.

D. Diego tan solo estuvo 13 meses y medio como obispo de Almería. A las dos semanas de ser ordenado en Granada, aunque le rogaron que no viniera por la situación de inestabilidad que estábamos viviendo, tomó posesión el 16 de julio de 1935. El 30 de agosto de 1936 fue asesinado en el barranco del Chisme, entre Vícar y Felíx, y su cuerpo calcinado junto a 17 compañeros mártires.

Un año antes, con motivo de su toma de posesión, publicó una carta pastoral de catorce apartados, presentando como uno de los objetivos prioritarios de su pontificado predicar el Evangelio. Toda la carta está cimentada en los Evangelios, en las cartas de San Pablo y en san Agustín.

Gracias a los esfuerzos e interés del Sr. Deán, apoyado por el Cabildo de nuestra Catedral, los nombres de nuestros mártires han sido grabados en los muros de su capilla de los mártires, donde están sus reliquias. Como dice el libro del Apocalipsis: “El vencedor se vestirá de blanco y permanecerá su nombre grabado en el libro de la Vida, y daré testimonio de él delante de mi Padre y de sus ángeles” 3,5. En la conmemoración de los 500 años del comienzo de la construcción de nuestra catedral ellos son memoria viva de la entrega y el sacrificio que padecieron por el Señor y por su Iglesia.

También, tras el retablo de la capilla del Sagrario, que fue la parroquia de la catedral, hemos ubicado los cuerpos de los mártires, traídos de la Iglesia de Cabo de Gata, porque daban serias muestras de deterioro. Delante del retablo, en el altar, se ha colocado un relicario, que bendeciré al final de esta ceremonia, con las reliquias de nuestros santos almerienses: San José María Rubio SJ, Santa María Soledad Torres Acosta S.deM., Beato Cecilio López López OH, Beato Feliciano Martínez Granero OH, Beata María Dolores Rodríguez Sopeña ICDS, Beato José María de la Dolorosa OCD y Beata Josefa Ruano García HAD.

La Casa Madre, corazón de nuestra diócesis, es el mejor lugar para poder venerar y aprender de la vida de estos testigos, que siguen contemplando y cuidando nuestra Iglesia, desde la gloria prometida. El Señor nos bendice en ellos.

En el evangelio de hoy contemplamos la Última Cena, según San Juan: “sabiendo Jesús que había llegado su hora de dejar este mundo para ir al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, les amó hasta el extremo” 13,1.  Pienso en nuestros mártires y en sus últimos momentos. No podían ser muy distintos a los del Señor. Un amor sin medida, una entrega de esclavo y una pasión por los suyos. Todo es encarnación.

Hemos sido bautizados para arrodillarnos y lavar los pies de todos, así nos lo enseñó el Señor aquel Jueves Santo de despedidas, cuando se arrodilló ante los suyos como un esclavo, cuando partió el pan y oró por la unidad: ¡que sean uno, como tú y yo Padre! Cuando nos dio el mandamiento nuevo del amor. La novedad, queridos hermanos radica en que Amar no tiene otro camino que el “como yo os he amado”, es decir, ponerse de rodillas, antes de nada. De rodillas ante Cristo en la Eucaristía, ante la Palabra de Dios, ante la comunidad congregada, ante los humildes y los más necesitados. De rodillas como inútil servidor, como mediador del amor derramado de Dios “por nosotros y por nuestra salvación”.

Este es el gran misterio, que hemos escuchado en la proclamación del Evangelio. Nuestros mártires comprendieron bien este mensaje. Y su entrega silenciosa, como corderos llevados al matadero, era porque tenían la certeza de quien se habían fiado: “Si Dios es quien nos salva ¿quién acusará a los elegidos de Dios? Dios que nos ama hará que salgamos victoriosos de todas las pruebas” Rm 8, 33.37.

Ahora están aquí entre nosotros, en medio de nuestra ciudad, de nuestra comunidad cristiana. Recurramos a ellos para superar toda clase de pruebas y encontrarnos definitivamente con ellos en la gloria del Padre.

+ Antonio, vuestro obispo

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