
Debe ser un vicio habitual que los mayores se quejen de los jóvenes, yo mismo estoy continuamente tentado de tirar la toalla, sin embargo, he de reconocer que los chicos tampoco dejan de sorprenderme. Durante años hemos escuchado lo mismo: “ya no creen en nada”, “se han alejado de la Iglesia”, “están perdidos”. Pero ¿qué nos preocupaba a nosotros cuando teníamos quince años? Estoy seguro de que no somos distintos.
Muchos jóvenes han dejado de ir a la Iglesia y ya no creen, cuestionan la tradición y las costumbres. Ponen todo en duda, desde el Génesis, hasta el Apocalipsis, pero esto es un síntoma de una mente sana y despierta. El corazón de la gente joven siempre está abierto, porque en muchos sentidos, aún está sin moldear y caben en él grandes ideales que hay que saber presentar.
La Generación Z ha nacido entre selfies, redes sociales y pandemias; pero no está perdida. Está buscando aún sin saberlo o de forma totalmente consciente. Está harta de lo superficial, de los discursos vacíos, de los happenings que montamos, de la religión que predica amor, pero no lo vive. Rechaza las fórmulas mágicas y los clichés cristianos. Quiere autenticidad y honestidad. Quiere algo real y palpable, un testimonio creíble, lo que no significa que andemos metiendo rollos y discursos sobre nuestras historias de conversión, sino que vivamos de verdad aquello que nos ha cambiado la vida.
Y esto es interesante porque entre tanta confusión, está resurgiendo la fe. Pero no como la conocíamos. Está surgiendo en cafés, en chats, en grupos pequeños pero familiares, en historias de Instagram. Sin olvidar que también resurge en el boato y la pompa de la espiritualidad barroca de las hermandades. En medio del caos del mundo, están encontrando a Jesús que rompe sus esquemas, los ama sin filtro y camina con ellos en sus dudas.
Los mayores olvidamos que en esta época el tiempo vuela más rápido. Muchos líderes de la Iglesia todavía no lo ven y no se cuestionan, pero hay que preguntarse si estamos dispuestos a ser una iglesia distinta, que, sin empeñarse en sobrevivir, ponga a Cristo en el centro. Una iglesia que escuche más y hable menos. Una iglesia que acompañe sin imponer. Que diga la verdad, pero con una ternura que desarme.
La fe está mutando. Se está despojando de adornos para volver a lo esencial. Y la Gen Z está en el centro de ese movimiento. Seguro que Dios está haciendo algo grande a través de ellos, la pregunta es: ¿estamos dispuestos a ver?
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera