Me he cambiado de gafas. Aunque parezca un cuento de realismo mágico, justo el día que cumplí 50 años, me tuve que comprar unas gafas progresivas. La alarma me sonó cuando no veía las letras del misal. Confieso públicamente que en los últimos meses, me he inventado algunas oraciones. Pero que no cunda el pánico. Nadie se dio cuenta. No valoraba hasta ese día lo que era leer y ver. Nos despertamos por la mañana y entre los muchos regalos que Dios nos hace se encuentra el MILAGRO de poder ver.
Pero esto de la “ceguera” trasciende a los ojos físicos. La psicología social nos enseña varios tipos de ceguera. Una de ellas es el fenómeno de la ceguera por falta de atención. Se trata de un sesgo de percepción que todos tenemos. Tiene que ver con el hecho de que cuando fijamos nuestra atención en algo, dejamos de percibir otros hechos o datos que hay alrededor. Los magos, por ejemplo, son expertos en manejar la ceguera por falta de atención para hacer sus trucos. Me pregunto, a la luz del evangelio, en qué pongo mi atención y qué no veo a mi alrededor que debería ver.
Quizás no lo sepas, pero tú también has experimentado la ceguera por inatención. No importa que tengamos la vista de un lince o que llevemos gafas graduadas. Todos hemos buscado unas llaves teniéndolas en el bolsillo, en la mano o delante de nuestros ojos. Otras veces, tropezamos con cosas que, a pesar de estar claramente en nuestro campo de visión, ni vemos ni percibimos. Me cuestiono, a la luz de mi fe, lo que he dejado de mirar por estar distraído en “tontunas”. A quién no he visto y necesitaba de mí, qué hago que moleste a los demás sin ser consciente, a quién trato como no debo.
En el evangelio del ciego de nacimiento, el evangelista hace una “trampa” dramática. Presenta al ciego como el protagonista, pero, cuando lo vas leyendo, te das cuenta de que los verdaderos ciegos son los fariseos que, incapaces de alegrarse con el hermano que ha recuperado la vista, solo están pendientes de que el Maestro lo curó en sábado. ¿Veis la trampa? ¿Quién está más ciego de los dos? Ahí está la paradoja. El que no veía recuperó la vista: “Eres un profeta” y el que creía ver, realmente no ve “tres en un burro”. Lo mismo nos pasa a nosotros en muchas ocasiones. Y es que hay cegueras de las que uno no se da ni cuenta.
Hoy me cuestiono sobre mis cegueras. Las más dramáticas son aquellas ocasiones y circunstancias vitales en las que creo ver y estoy ciego por mis prejuicios, mis miedos, mis ideologías, mis egoísmos… Hoy, Señor, me siento, a veces, como ese ciego sanado y agradezco tu caricia. Otras como el fariseo, creyendo ver con claridad y cegado por mi ofuscación. Y ahora, al final de la cuaresma, como el discípulo siempre aprendiendo y caminando a ciegas hacia la Luz de la Pascua.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
[embedded content]