
Desde antes del tiempo del COVID no he cogido un avión. Creo que mi último viaje internacional (sin contar Fátima o Lourdes), fue en el año 2019. No lo digo como un lamento, realmente no se han dado las circunstancias oportunas para poder planear y organizar un viaje que requiriera del uso de este medio de transporte. Es más, me atrevo a decir, que no lo echo de menos, todo lo contrario, el continuo auge del turismo más bien me echa para atrás. Hay lugares estropeados por el turismo de masas que no me resultan interesantes. ¿Me estaré volviendo un anacoreta?
En la era digital, donde constantemente vemos la vida perfecta de los demás: viajes, reuniones, logros, momentos felices. Sin querer, estamos continuamente comparándonos. Por ello es normal que se haya intensificado el miedo de muchas personas a pensar que se están perdiendo las experiencias de las que otros disfrutan, a quedarse fuera. El miedo a quedarse fuera, FOMO (fear of missing out), describe la ansiedad que muchos sufren al comparar su vida con la de los demás, despertando una sensación de carencia o exclusión.
Nada hay nuevo bajo el sol, aunque ahora hayamos puesto nombre a este sentimiento, el deseo desordenado de aprobación, pertenencia y reconocimiento siempre ha acompañado al corazón humano. El miedo a quedar fuera de aquellas cosas que son pasajeras – eventos, modas, viajes, experiencias- no deja de ser una esclavitud que nos impide vivir la comunión, para la que hemos sido creados. No olvidemos que el deseo desordenado por los bienes pasajeros se llama codicia. Querer tenerlo todo nos bloquea para tomar decisiones que suponen renuncia, pero también crecimiento.
La gratitud que libera del deseo de tenerlo todo, reconociendo que aquello que poseo es un don de Dios, apaga esa ansiedad por compararnos. Estar en el momento presente, en el que Dios se manifiesta, nos ayuda a no vivir pendientes de lo que otros hacen. Cultivar la vida interior es fundamental para huir de esa ansiedad por lo que se nos escapa. Reconocer que lo importante de nuestra vida es que somos amados por Dios, nos hace recuperar la identidad y ver que nuestro valor no depende de la aprobación de los demás. Compartir, servir y alegrarse por el bien ajeno. Todo ello son poderosos remedios contra el FOMO.
Frente a una vida plena ¿qué representa estar al día de cualquier moda o poner todos los sellos del mundo en nuestro pasaporte? Por mucho que vivamos nunca conoceremos todo, leeremos todo, veremos todo, experimentaremos todo. Viene bien echar el freno. Hasta hace no mucho tiempo en nuestra tierra había personas que vivían y morían sin conocer el mar, ¿por qué hemos dejado que moldeen nuestros deseos olvidando que el destino de nuestra vida es en realidad superior y eterno? Deberíamos cultivar el FOME, miedo a perdernos lo eterno.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera