Seguro que todos recordamos aquella canción de Serrat cuyo estribillo cantaba: “Niño, deja ya de joder con la pelota”; y continuaba diciendo “que eso no se dice, eso no se hace, eso no se toca”. Basta sentarse en una terraza a desayunar a la misma hora que las mamás dejan a los nenes en el cole para darse cuenta de que esta canción, hoy, estaría cancelada. La sociedad del bienestar nos ha llevado a los millenials a ser padres ausentes que tienen arrebatos de responsabilidad y cargan contra cualquiera que les diga que su hijo no es especial. Estoy harto de oír a amigos que ponderan acerca de sus hijos y los tienen subidos sobre un pedestal de estatua imposible de alcanzar, nunca como ahora han existido tantos niños con altas capacidades o con retraso en el aprendizaje, todos tienen algo.
Lo último de lo que me he enterado es que hay bodas en las que se prohíbe expresamente llevar niños, los papás necesitan disfrutar de su tiempo, ser padre ya no determina la forma de vivir, no condiciona, no podemos renunciar a todo lo que ofrece la experiencia de la vida por haber decidido ser padres. Por otro lado, existen toboganes en los cines para las sesiones de películas infantiles. El niño no aprende a estar en una sala de cine y disfrutar de la experiencia de ver una película o seguir un guion. No es difícil ver niños sentados en las mesas de los bares con la pantalla del móvil a todo trapo, a los que vetamos la entrada en el mundo de los adultos. Zagales hiperestimulados que han sido privados de aprender a estar entre los adultos, a madurar y apreciar los placeres de ser mayores.
Sin embargo, la experiencia común es que el mundo de los adultos sigue siendo atractivo para los niños. Deben descubrirlo como el arcano que poco a poco va desvelando sus misterios. Por ello cuando nos empeñamos en celebrar “misas para niños”, nos equivocamos de plano. No hay nada más atrayente para ellos que entender que aquello en lo que participan es para los mayores y, que a ellos, se les permite ir aprendiendo poco a poco las normas de ese mundo que es la vida espiritual. En este sentido hemos de mantenernos firmes en enseñarles a comportarse, que no está mal que se aburran y que lo que no son capaces de comprender es necesario que lo vayan asimilando como un juego que aprendiendo sus reglas los introduce en el mundo de Dios. No caigamos en la tentación mundana de pensar que los niños fastidian nuestros propósitos.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera