ESCUCHAMOS Y JUZGAMOS, por Jesús Martín Gómez

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

En los últimos meses se ha hecho muy popular un reto en redes sociales en el que dos o varias personas exponen delante de otros un secreto que al desvelarse no debe causar ninguna reacción en quien lo escucha. Es gracioso comprobar cómo este reto de escuchar sin juzgar es impracticable, porque la mayoría de quiénes lo llevan a cabo terminan juzgando. Por otra parte, llama la atención cómo los adeptos a este reto son mayoritariamente los jóvenes usuarios de redes sociales que tanto valor dan a la opinión ajena sobre su forma de vida. Se desvela una necesidad imperiosa de transmitir aquello que llevamos en el corazón, de ser transparentes y, pienso, que este es uno de los mejores valores que tienen las nuevas generaciones. Necesitamos transmitir sin miedo al qué dirán para asumir la verdad sobre nosotros mismos.

Aunque tenemos una concepción negativa del juicio o la crítica; sin embargo, el juicio forma parte de la condición humana. Sin él seríamos incapaces de enfrentarnos a la realidad y aprender de ella. No es malo juzgar. Defiendo que juzgar es un arma de autodefensa que nos ayuda a posicionarnos frente a los demás, percibir datos acerca de la realidad y ejercitar la propia libertad. Emitir juicios a cerca de la realidad es lo más normal del mundo, a la par que necesario, para construir conocimiento e interactuar con cuanto nos rodea. El miedo a ser juzgados proviene del peligroso pensamiento de que nuestro valor como persona depende de las acciones que llevamos a cabo. Ser vistos como buenos o malos, eso es quizá lo que nos preocupa.

Lo que fundamenta nuestra vida es esta lucha en la que existimos con todo lo bueno y todo lo malo de nuestra condición. Me hace gracia imaginarme el Juicio Final como una gran sala de cine en la que nuestros pecados serán proyectados sobre una pantalla quedando todos a la luz. En principio esta idea debería horrorizarme, sin embargo, me anima pensar en el alivio que se produce cuando todo se sabe. Esta es mi existencia, mi vida, ¿qué puedo hacer? Solamente luchar, que es equivocarme y rectificar. En el confesionario me encuentro con quiénes, como a mí, les cuesta abrir su alma para recibir el perdón de Dios. En el sacramento de la penitencia no hay buenos o malos, sino pecadores que intentan acercarse más a Dios, descubrir su auténtico valor, que esperan ser escuchados y juzgados, pero sobre todo ayudados para seguir luchando.

Jesús Martín Gómez

Párroco de Vera

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