ENVIDIA, TENGO ENVIDIA DE TUS COSAS…

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Es inevitable. Uno mira a su alrededor y compara lo que otros tienen. Lo delgados que están, lo bien que se lleva con su marido, lo “listos” que son sus niños. Cada uno tiene su “especialidad”. Unos en lo físico: “¡Lo que come y siempre está delgada!”. Otros en lo emocional: “Mira lo bien que se llevan, hacen todo juntos”. Otros en lo intelectual: “Qué bien habla fulanito, la buena carrera que han hecho sus hijos”.

A eso, en la tradición cristiana, se le ha llamado ENVIDIA. Tendemos a compararnos y siempre tenemos la sensación de que hemos sido perjudicados en el reparto de dones. Dicen que hay “envidia sana” (una forma de diluir lo que sentimos), pero yo creo que lo sano es el reconocimiento humilde de lo que se es y de lo que se tiene. Soy así, y tengo lo que tengo. La aceptación serena y madura de mi realidad es lo que da salud, no ningún tipo edulcorado de envidia.

Y es que la envidia te come por dentro. Convierte al otro en rival, no en hermano. En esa dinámica de comparación siempre sales perdiendo. Y da igual como seas y lo que tengas, porque siempre crees que los otros han salido ganando. En estadios más severos, llega a convertirse en un pozo de amargura.

El otro día leíamos la parábola del padre que tenía dos hijos y le organizó un banquete al que se había marchado. Había una fiesta y el hijo mayor se negó a entrar. Y, seguramente, no le faltaba nada en la vida. Tenía amigos, trabajo, un padre que le quería… Pero la comparación (y la envidia) le impedía disfrutar de la alegría de los otros. Al final, la pregunta fundamental es: ¿Me alegro de las alegrías de los demás? ¿Celebro sus fiestas? Así de sencillo debería ser. Si está de fiesta, qué bien. Y si me invita, me apunto.

Por todo esto, hoy os propongo algunos “antídotos” contra la envidia. El primero, aprender a celebrar las fiestas propias, los días buenos (¡seguro que los hay), los nombres de tu vida. Tenemos mucho más de lo que nos imaginamos. Una sana autoestima es un remedio eficaz contra la envidia. En segundo lugar, trabajarse interiormente el disfrutar de las fiestas de los demás. Que su alegría sea la nuestra y que sepa felicitar lo bueno que le sucede a los demás.

Para el final dejo lo más profundo. Cuando el Padre ve a su hijo en la puerta de la fiesta le dice algo así como: “Hijo mío, yo te quiero. Todo lo mío es tuyo y siempre estás en mi corazón”. Son unas palabras en las que el Jefe nos recuerda la dignidad que tenemos cada uno de nosotros, lo importante que somos para Él. Y, esa buena noticia nos tendría que alejar definitivamente de la tentación de compararnos y de sentir envidia.

Así que hoy, Señor, te pido que sepa acoger y celebrar las cosas buenas que me pasan a mí y a los demás. Que sepa alegrarme de sus alegrías. Que vaya trabajándome interiormente esa mirada que no compara, sino que se asombra y se alegra de ver como todos podemos estar en FIESTA.

Ramón Bogas Crespo

Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería

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