Este viernes, a las 19:00h, el Obispo diocesano, monseñor Adolfo González Montes presidirá la Misa de Requiem en la Santa y Apostólica Iglesia Catedral de La Encarnación, con motivo de la traslación de los restos mortales del Obispo Fray Juan de Portocarrero, al lugar definitivo en el que descansarán los restos mortales del que fuese Obispo de Almería; concretamente en una tumba mural en la capilla del Obispo Villalán, conocida popularmente como capilla del Cristo de la Escucha, donde los restos han estado los últimos 30 años y donde ahora se colocará una lápida conmemorativa.
Fray Juan de Portocarrero Era natural de Salamanca, hijo de los señores de la casa de los Torres del Castillo, condes de Palma, que tenían su palacio en Salamanca. Descendientes de la casa de Villena por don Luis de Portocarrero, hijo menor de don Juan Pacheco. Su verdadero nombre fue don Juan del Castillo y Portocarrero.
Ingresó en el convento de San Francisco de Salamanca de la Orden de Menores Observantes. En 1589 fue nombrado guardián de este mismo convento; en 1901 era guardián del Convento de San Francisco de Zamora, y ese mismo año lo vemos de visitador de la provincia de Andalucía y presidiendo el capítulo en Jerez de la Frontera.
Estudió en la Universidad de Alcalá, en el Colegio de San Pedro y San Pablo de la provincia de Santiago, el segundo de los siete menores, fundado por el cardenal
Jiménez de Cisneros en aquella universidad.
Fue confesor de la Emperatriz María, hermana de Felipe II y mujer del Emperador Maximiliano II, y de doña Ana de Austria, cuarta esposa de Felipe II. Según el cronista de la corte de Valladolid, Luis Cabrera de Córdoba, Su Majestad Católica el Rey Felipe II lo había presentado para el obispado de Almería antes del 18 de mayo de 1602. Fue preconizado obispo de Almería el 29 de julio de ese mismo año, por bula del Papa Clemente VIII, atendiendo la presentación de Su Majestad Católica.
Tomó posesión el viernes 7 de marzo de 1603, por poderes que había concedido al presbítero licenciado don Antonio González.
Destacó por su devoción a San Indalecio, fundador de esta cristiandad, que fomentó especialmente en la ciudad de Almería. El Cabildo de la Catedral, reunido el 12 de julio de 1608, había acordado solicitar del Rey el que ordenase el traslado del cuerpo de San Indalecio, desde el Monasterio de San Juan de la Peña en Jaca, a Almería. Fueron infructuosas las gestiones llevadas a cabo en la corte por su deán don Antonio González secundando dichos acuerdos. Simultáneamente el Cabildo por primera vez solicitó del Monasterio de San Juan de la Peña una reliquia.
El 1616 y en martes 17 de mayo acuerda el Cabildo celebrar la fiesta de San Indalecio con solemnidad, como Patrón de la ciudad y diócesis. En 1618 un almeriense, el «hermano Abelda», después de construir en Pechina una ermita a San Indalecio y retirarse a vivir como ermitaño allí, emprende a pie una larga peregrinación hasta el Monasterio de San Juan de la Peña. A pesar de ser portador de cartas del prelado, solicitando se le entregase una reliquia, fracasa en su misión.
No desiste Portocarrero. Consigue una cédula real y un breve de Paulo V para que los monjes de San Juan de la Peña le entreguen la tan deseada reliquia. Lleva a cabo la gestión con éxito don Pedro de Molina, prior de la Catedral de Granada y vicario general de Zaragoza. La reliquia llega a Almería el 21 de enero de 1620. El obispo con el Cabildo y las autoridades de la ciudad, lo reciben en el espigón del puerto.
Procesionalmente llegan a la Puerta del Mar (final de la calle Real y actual Parque) y allí el obispo coloca la reliquia en una arqueta de plata y la entrega oficialmente al Cabildo. La procesión, pasando por la calle del Mar (Real), carrera Real (Mariana) y plaza del Obispo, llega a la Catedral. En la Catedral se expuso a los fieles durante el octavario siguiente para que pudieran venerarla.
Portocarrero mandó hacer un estudio serio de la antigua diócesis urcitana y de la proximidad de Urci a la actual Almería. Convencido de ello, proclamó Patrono de la diócesis a San Indalecio el día 8 de mayo de 1621. Con posterioridad el Rey aprobó las fiestas patronales del 15 de mayo de cada año. Desde el año 1623 se comenzó a celebrar la fiesta con sermón y procesión claustral cada 15 de mayo hasta nuestros días.
Unos días después de su muerte, el sábado 15 de marzo, acuerda el Cabildo que se celebren funerales por el obispo finado en todas las iglesias del obispado y se fijan solemnes honras fúnebres en la Catedral para el 17 de dicho mes. Lo enterraron en la capilla del Sagrario, por él edificada y, en el lado del evangelio, el deán y Cabildo mandaron colocar su escudo heráldico sin más en la pared contigua; ya que por humildad había prohibido se le hiciese urna especial, e inscripción alguna. El día 1 de marzo de 1632 el Cabildo tomó el acuerdo, «a instancias y devoción de su mayordomo Antonio Felices Rodríguez», de celebrar solemnemente el primer aniversario con sermón.
El año 1936, durante la guerra, hicieron desaparecer su efigie de la fachada del palacio episcopal que ocupaba uno de los tres medallones que había sobre el balcón principal.
Al ampliarse con una nueva construcción la capilla del Sagrario de la Catedral, retiraron sin duda el escudo que señalaba el lugar de la sepultura de fray Juan de
Portocarrero, dejándola sin inscripción alguna. Pasó el tiempo y nadie sabía concretamente donde se encontraba su tumba. Las excavaciones que se llevaron a cabo en el año 1974, en el subsuelo de dicha capilla, para instalación del Museo Catedralicio, deparó el día 4 de febrero de dicho año una grata sorpresa: una cripta sepulcral sumamente pobre, aunque toda ella de fábrica de cantería. Al día siguiente, informado el Cabildo, se toman diversos acuerdos respecto a la conservación «in situ» de los restos encontrados.
Un estudio detenido confirma que se trata, indudablemente, de la tumba de uno de los obispos antiguos. A pesar del estado de destrucción, se distinguían perfectamente los ornamentos pontificales: la casulla, dos tunicelas y los guantes bordados en oro, todo de seda morada. Los guantes tenían en el bordado el anagrama JHS. Sobre los pies un trozo de cordón franciscano afianzó la convicción de que eran los restos mortales del gran hijo de San Francisco y obispo de Almería, don fray Juan de Portocarrero.
Por los libros de actas capitulares se supo que la actual capilla había sido obra de don Jerónimo del Valle y Ledesma, quien según consta en el acta del día 4 de julio de 1721, manifestó al Cabildo «su propósito de agrandar la capilla del Sagrario hasta 20 varas más con presbiterio y media naranja». Rápidamente se ejecutaron las obras y así el 19 de mayo de 1722 el Cabildo expresa su gratitud al prelado que a sus propias expensas nos legaba la fábrica actual de una nave de cañón. Efectivamente, en las excavaciones revelaron la existencia de una primera capilla mucho más pequeña. Los restos del muro que hacían de cabecera de la capilla fueron hallados. A la derecha de un gran arco truncado, de grandes sillares, sobre el que debió asentarse el muro del altar, encontramos la sepultura.
Corresponde exactamente al lado del evangelio y dista, justamente, veinte varas del altar mayor existente en aquel momento. La cripta era pobre, de piedras de sillería mal ajustadas sobre cimiento de mampostería. Hay una especie de arco mal excavado y adosado un pequeño muro de mampostería muy mal terminado, sobre el que reposaba el féretro. Este era de madera y estaba forrado de terciopelo morado y era simple y pobre. La tapa había aplastado todo.
Hace algunos años que las cenizas de Portocarrero fueron colocadas en una urna de mármol, con su escudo heráldico, que costeó la Orden Tercera Seglar de San Francisco de nuestra ciudad. Desde entonces hasta esta fecha, está depositada en la capilla del Santo Cristo de la Escucha de nuestra Catedral, en la que reposan también los restos mortales, en precioso mausoleo renacentista, del también obispo franciscano y fundador de nuestra Catedral, fray Diego Fernández de Villalán.