Con gran alegría y expectación, los miembros de la comunidad parroquial de Somontín acudieron la semana pasada a recibir al Obispo de Almería, Mons. Adolfo González Montes, junto con su párroco, Felipe Alfonso de Mendoza Alemán, ya que el Prelado almeriense se trasladaba a esta población de la diócesis para consagrar el nuevo Altar que presidirá el templo parroquial de Santa María.
El altar es signo de Cristo, que es llamado y es, por excelencia, el «Ungido», puesto que el Padre lo ungió con el Espíritu Santo y lo constituyó sumo sacerdote para que, en el altar de su cuerpo, ofreciera el sacrificio de su vida por la salvación de todos.
Cristo es, según la tradición de todos los tiempos, víctima, sacerdote y altar de su propio sacrificio. El Señor Jesucristo, al instituir, bajo la forma de un banquete sacrificial, el memorial del sacrificio que iba a ofrecer al Padre en el ara de la cruz, santificó la mesa en la cual se reunirían los fieles para celebrar su Pascua. Así, pues, el altar cristiano es, por su misma naturaleza, la mesa propia del sacrificio y del convite pascual. Es el ara peculiar en la cual el sacrificio de la cruz se perpetúa sacramentalmente para siempre hasta la venida de Cristo. Es la mesa junto a la cual se reúnen los hijos de la Iglesia para dar gracias a Dios y recibir el cuerpo y la sangre de Cristo.
Durante la ceremonia en Somontín se quemó incienso sobre el altar, para significar que el sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, suba hasta Dios como suave aroma y también para expresar que las oraciones de los fieles lleguen agradables y propiciatorias, acompañadas del aroma de las buenas obras, hasta el trono de Dios.
La incensación de la nave de la iglesia significó que llega a ser casa de oración; pero se inciensa primero al pueblo de Dios, que él es el templo vivo en el que cada uno de los fieles es un altar espiritual.
El revestimiento del altar con manteles blancos y su iluminación con cirios indicó que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles, en una misma oración pero con funciones diversas, celebran el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del banquete sacrificial, se viste y se adorna festivamente. Tras estos ritos, la Eucaristía prosiguió con la liturgia eucarística.