“Yo, Don Ramón, ni robo ni mato”, me han dicho en muchas ocasiones algunos penitentes. Con ternura, los he mirado y he pensado: ¡Pues faltaría más!¡Te daremos una medalla! Detrás de esa popular afirmación, hay una idea más profunda que nos han inculcado desde pequeños: cumplir los mandamientos es suficiente para “aprobar” el examen. Aquellas normas básicas que Moisés recibió en aquel monte supusieron todo un hito para la historia de la humanidad. Nos enseñaron a abandonar la selva, la ley del más fuerte, a salir de la animalidad.
Pero no es suficiente. A mí me parece un poco “cutre” conformarse con un “cinco raspado” (aunque ya quisieran muchos países del mundo). Dos mil años más tarde, en otro monte, el Maestro lanza una propuesta para ser humanos en plenitud: las Bienaventuranzas. Lo que nos proponía, con otras palabras, es que teníamos que aspirar a más, a crecer personalmente y cultivar esas cualidades de la persona que te hacen generoso, cariñoso, pacífico, valiente… Lo dijo siglos más tarde también el bueno de Ignacio de Loyola. Aspirar al MAGIS, que es algo así como dar el máximo, llegar a más, aspirar mejor a todo que a casi todo. Es la ambición del inconformista, el anhelo del soñador… Sin duda, una buena actitud espiritual para todo el que se dice creyente.
Yo presumo de tener un DETECTOR DE ALMAS BONITAS. Es como un radar que salta cuando me encuentro a gente que tiene algo especial dentro. No se puede cuantificar, no son unos parámetros objetivos, no depende de los mismos factores siempre, pero salta inexorablemente cuando me topo con ellas. Personas empáticas, que transmiten paz y construyen puentes, limpios de corazón, que se duelen de las injusticias ajenas, que luchan por las causas justas, mansos y humildes… todas esas virtudes que describen las bienaventuranzas y que apuntan hacia una humanidad nueva.
Y este tendría que ser nuestro objetivo. Entrar en ese proceso de crecimiento personal para adornar con más matices nuestra espiritualidad. Que tenga más notas, más colores, más belleza. No significará en ningún caso ser perfectos. La perfección trae consigo frustración y ansiedad. Nunca seré tan simpático como me gustaría, ni tan guapo y delgado como desearía… Es como las actualizaciones del Windows. Cuando ya instalaste la 10.3 en seguida ya te solicita la 10.5. Esa insistente exigencia no es el estilo de la espiritualidad cristiana.
Así que tener un alma bonita tendrá que ser nuestro deseo y propósito de este año que comienza. Quizás hoy nos faltan más personas así, dispuestas a pelearlo todo en las canchas de la vida y del evangelio. Eso sí, sabiendo que los grandes resultados no llegan de la noche a la mañana sino que son la consecuencia de largos años de vida oculta, de crecimiento lento, de trabajo interior. Y si no llego, si no lo consigo, al menos tendré el gozo y la satisfacción de que voy en camino contigo, Señor.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería