
Estoy haciendo scroll en Instagram, además de los múltiples reels que voy encontrando con humor negro, que me encanta, de vez en cuando aparece la invitación a algún evento católico multitudinario. En los últimos meses todo Instagram se ha llenado de videos del jubileo de los influencers católicos, del jubileo de los jóvenes o del último concierto por la fraternidad humana en la Plaza de san Pedro. Ninguna de estas cosas es ajena a la tradición católica, la diferencia estriba en que antes había más romerías y misas, hoy más adoración y música pop. Es adaptarnos a los tiempos para transmitir un mensaje.
En estas celebraciones se refuerza la fe colectiva y se comparten ideas sobre la evangelización, así como experiencias profundas de espiritualidad. Pero no puedo dejar de hacerme una pregunta: ¿cómo equilibrar los actos comunitarios y su importancia con el cuidado individual de cada persona? Organizar un evento religioso de cualquier tipo lleva detrás de sí un enorme esfuerzo tanto económico como técnico. Los medios que deben ponerse al servicio de estos acontecimientos son verdaderamente ingentes, pero nada comparado con el valor del mensaje que se quiere transmitir.
Pero existe el riesgo de que el evento se convierta en un fin en sí mismo olvidando su sentido espiritual. No es difícil que la fiesta pueda deslizarse hacia lo superficial cuando se pone el acento en la espectacularidad y no en la reflexión interior. El tiempo de la fe y de su celebración es en este sentido el tiempo absoluto en el que todo se detiene, pues su valor no depende de la productividad que genere sino del encuentro con uno mismo, con los demás y con Dios. Este es el tiempo de la Liturgia, de la Fe y de la Iglesia. No se pueden llevar a cabo eventos en los que se pierda el contenido que transfiere sentido profundo a cada acción eclesial.
La forma de equilibrar y recoger el fruto de estos eventos es el cuidado de cada ser humano. Jesús no buscaba las multitudes por el espectáculo, sino por la oportunidad para tocar corazones individuales. Las necesidades particulares de cada uno están por encima de cifras y de la masa. Ahí es donde se deberían invertir medios ingentes, en el acompañamiento personal, en el discernimiento individual, en el tiempo que los sacerdotes invierten en estar disponibles para la confesión y la dirección espiritual. Seguramente esto es mucho más costoso, pero no es nuestro estilo lo que cuenta, sino el estilo de Jesús, el cuidado de cada uno.
Cuando andamos en medio de la multitud el individuo puede diluirse. Lo importante es que cada uno se sienta visto, escuchado y acompañado en su camino de fe. Lo importante son las obras de misericordia espirituales, expresiones concretas del cuidado que la Iglesia brinda a sus hijos. Los eventos católicos son valiosos y enriquecen la vida de la Iglesia, pero su grandeza radica en la capacidad de inspirar, transformar y cuidar a cada persona. En el corazón de la fe no abandonemos el cuidado, que es expresión de nuestra caridad.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera