
Todos tenemos rachas. A veces estamos on fire. Somos majos, diligentes, vamos por el camino recto, cumplimos nuestros propósitos, estamos centrados, dejamos de tener aquellas actitudes o reacciones que no nos gustan… pero cuando menos te lo esperas: ¡BATACAZO! Vuelves a las andadas, caes en lo mismo de siempre, estás despistado y reaparece tu peor versión. Lo mismo sucede con la vida espiritual que es muy “puñetera”, cuando creías que habías dado pasos importantes, que estabas en onda, que tocabas el cielo… se alinean los astros y das tres pasos para atrás. Somos incoherentes, tropezamos, vamos dando pasitos, pero la vida te va recordando que no hay mucho de que presumir, porque cuando menos lo esperas te has metido en el siguiente charco.
Ahora hay muchos “espirituales” repartidos por el mundo. De estos que van dando lecciones de mindfulness, de haber leído mil libros de autoayuda y de estar, por ello, en otra dimensión más evolucionada que tú. Recuerdo una chica que, nada más conocerme, al enterarse de que era cura me espetó: “Yo soy mucho más espiritual que tú”. Y pensé para mis adentros: “Si presumes de ello, mucho me temo que te falta bastante camino por recorrer”. Yo, en cambio, me siento pequeño, vulnerable, incoherente, dando palos de ciego y sabiéndome sostenido por el Padre de la Misericordia.
Soy creyente, sigo militando en la Iglesia porque al leer el evangelio descubro que he sido invitado al BANQUETE DE LOS IMPERFECTOS. La mesa del Maestro está llena de personas de barro, de prostitutas, gente que se equivoca, de heridos en la guerra de la vida, almas que quieren crecer, personas que saben que les falta mucho trecho por andar… y vacía de aquellos que se creen perfectos, los saciados de EGO, los “espirituales” que miran por encima del hombro. Así se nos presenta, en muchas parábolas de Jesús, el banquete de su Reino. Ese Reino de Dios que se ofrece, de una manera especial, a los que viven sabiéndose pequeños, con hambre de Dios.
Me gusta el “tirito” que les da a los ancianos y sumos sacerdotes en la parábola de los dos hijos que leíamos la semana pasada (Mt 21, 28-32). Uno dijo “no quiero”, pero fue y el otro: “Voy, Señor”, pero no fue. Con ello, les está diciendo: “No presumáis, que vosotros también, a veces, sois incoherentes. Que si miro dentro de vuestro corazón, descubriré que hay más ponzoña que amor.
Señor, menos mal que renuevas tu fidelidad cada día. A pesar de nuestras flaquezas e incoherencias, de nuestros tropiezos y engaños. ¡Así eres! Un amigo generoso que llenas tu mesa de imperfectos como yo.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
[embedded content]