DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

El Evangelio que escucharemos en este domingo XXXI del tiempo ordinario sitúa a los oyentes en la ciudad de Jerusalén, en pleno corazón del judaísmo (Mc 12,28b-34). Estamos al final del camino.
El relato se ha detenido anteriormente en las discusiones de Jesús con los jefes de Israel. Los fariseos y herodianos, por una parte, obsesionados con el cumplimiento o no de la ley del pago de impuestos al César; por otra, los saduceos, preocupados por aspectos concretos del cómo de la resurrección.

Ahora la cuestión que se plantea al Maestro brota de labios de un escriba. Él es el último de los representantes del Sanedrín que cuestionan a Jesús. La verdad que la pregunta de este hombre, maestro de la Torá o Ley, tiene otro tono y otro estilo cuando pregunta a Jesús. En su ánimo no estaba buscar polémica a la manera de los que han preguntado antes que él. San Marcos hace notar que el escriba “se acercó para preguntar” cuando de los otros litigantes ha comentado “que querían cazarlo con una pregunta” (12,13).
La pregunta del escriba no es una cuestión baladí y sin importancia porque la cuestión sobre cuál es el mayor de los mandamientos era, en aquel momento, un asunto muy debatido en las escuelas rabínicas. Ahora diríamos, que era una cuestión de rabiosa actualidad y debate público. La pregunta del entendido en leyes, por tanto, pretendía clarificar una cuestión fundamental de la fe y la praxis judía en un momento que había respuestas diversas y de todos los gustos. Algunas corrientes de pensamiento, por poner un ejemplo, defendían que la observancia del sábado estaba por encima de cualquier otra ley. Los defensores del sábado ponían en el cumplimiento de los preceptos el culmen de la perfección y en sus planteamientos se soslayaba la rectitud de intención y el amor en todo lo que se hace, la ley y su cumplimiento estaban primero.

Estando así las cosas el escriba pregunta por cuál es el primero de los 613 preceptos del Antiguo Testamento. Jesús le responde con la citación de la chemá, Escucha Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. La chemá contenía la confesión de fe recitada con devoción diariamente por el pueblo judío (Dt 6,4-5) pero Jesús recuerda lo prevenido en la ley en el libro del Levítico y añade indisolublemente al primer mandamiento el precepto de “amar al prójimo como a uno mismo” (Lv 19,18). “No hay mandamiento mayor que éstos”.
El escriba asiente a la contestación de Jesús. No están uno y otro, Jesús y el escriba, lejos en su manera de pensar. No obstante, el escriba en su réplica, añade un comentario profético y revolucionario sobre la superioridad del amor frente a los sacrificios. ¡Esto sí que es una novedad en el contexto que se pronuncia! La afirmación es un aldabonazo a las conciencias cumplidoras al detalle de la Ley, pero incapaces de amar: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”. En consecuencia, la ley nueva que anuncia Jesús está al servicio del amor que, si es verdadero, no tiene medida, tal y como escribe san Agustín: “la medida del amor es el amor sin medida”.

La afirmación “no hay ningún mandamiento mayor que éstos”, indica que cuando se ama todo lo demás es prescindible y secundario, incluido el culto religioso que, para que tenga sentido, debe estar supeditado y alimentado por el amor que “no pasa nunca” (1 Cor 13,8).
El letrado, en verdad, es hombre inteligente porque busca la verdad. No le duele prendas llamar con valentía a Jesús Maestro en un lugar público. Este escriba es un ejemplo tipo, de ayer y de hoy, de tantas personas que reconocen a Jesús como Maestro, como un hombre extraordinario, pero les falta la valentía de reconocer a Jesús como el Mesías, el Señor de sus vidas. Esta es la realidad, gentes con muchos dones y conocimientos, se convierten en seres mediocres porque se quedan en una fe teórica o en una práctica religiosa rutinaria y no dan el paso que les lleve a simplemente amar.

Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat

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