
Con esta parábola (cf. 18,9-14) el evangelio de san Lucas completa la catequesis sobre la oración. Por tercer domingo consecutivo la liturgia nos ha venido presentando actitudes esenciales del orante. Las parábolas de los leprosos, nueve judíos desagradecidos y un samaritano que sintió gratitud por la curación, y la parábola de la viuda persistente en su petición de justicia, forman una unidad catequética con la parábola del fariseo y el recaudador de impuestos que escucharemos este domingo XXX del tiempo ordinario.
Jesús, en la parábola del fariseo y el publicano, elige a dos figuras representativas del judaísmo de la época para enseñar con qué actitud hemos de orar. Los destinatarios de la enseñanza son aquellos de todos los tiempos que «se tienen por justos, se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás».
La narración sitúa a los personajes subiendo «al templo a orar». Su disposición es diferente. El fariseo reza «de pie» (v.11) y se justifica con mucha palabrería. Habla a Dios, pero en realidad, se escucha a sí mismo y no tiene pudor a la hora de mostrar su superioridad ante los demás a los que califica con dureza como «ladrones, injustos, adúlteros». Se complace en la observancia de los preceptos y desprecia a quienes piensa que no los cumplen. Cierto que es un buen judío, pero le pierden su soberbia y autocomplacencia.
Por otra parte, el recaudador de impuestos se sitúa en el templo casi en el cancel de la puerta sin atreverse a entrar, su cabeza está gacha sin levantar la vista del suelo y se golpea el pecho mientras repite y suplica repitiendo esta jaculatoria: «Oh Dios, ten compasión de este pecador» (v. 13). Los recaudadores de impuestos —llamados «publicanos»— eran considerados por el pueblo como personas indeseables porque estaban al albur de los criterios tiranos de los dominadores extranjeros y sacaban a la gente los dineros de malas maneras. No era de extrañar que el pueblo los despreciara, y en su mentalidad, les consideraran «pecadores».
El contraste entre las dos figuras del relato, lleva al oyente/lector a comprender el mensaje de la parábola. El fariseo no pide nada porque ya lo tiene todo. El publicano, con gran realismo y contrición, sólo puede mendigar la misericordia de Dios. Los dos necesitan el perdón, cada uno en su situación, pero el publicano humilde, recoge el texto, «bajó a casa justificado y el otro no».
La enseñanza de la parábola es universal y perenne (v.14b): «el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado». La humildad, como escribe santa Teresa de Jesús «es la verdad”. Reconocer nuestra realidad es el primer requisito para orar y no «andar en mentira» (Moradas VI,10.7).
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat

