DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

San Marcos acaba de poner como ejemplo de discípulo a un niño de los que seguramente distraerían al Maestro con sus juegos y con su griterío mientras enseñaba en la casa de Cafarnaúm sentado con autoridad (9,35). No es poca cosa que Jesús se acerque a un niño y lo ponga en el centro de la comunidad para significar que el que acoge a un ser dependiente y que nada cuenta, le acoge a Él y a su Padre. La palabra del niño, en efecto, no tiene autoridad, no es escuchada. Recuerdo a este propósito la meditación del P. Jacques Loew, militante ateo y después de su conversión sacerdote obrero, que en el marco de los Ejercicios espirituales que dirigió en el Vaticano con la presencia del Papa Pablo VI, al tratar tema tan delicado y sangrante como la pobreza, se preguntaba quién es el pobre llegando a la siguiente conclusión: “el pobre es aquel que escucha siempre y a quien nadie escucha”. Los gestos continuos de escucha y sanación de Jesús son, en verdad, una prolongación del misterio de la encarnación por el que Dios desde su silencio salió al encuentro de la humanidad para escuchar a las criaturas y comprometerse en su liberación por un camino desconcertante “tomando la condición de esclavo y haciéndose uno de tantos” (Flp 2,7).

En el Evangelio que la Iglesia nos propone este domingo el escritor sagrado da un paso adelante y presenta a un exorcista, uno que no es del grupo de discípulos, que se ocupa en liberar de los demonios, en definitiva, que lucha contra el mal y hace el bien. Choca y desconcierta a los discípulos el descaro de la actuación de este personaje. No entraba en la cabeza del círculo de los Doce esta competencia desleal. Curiosamente Juan se alza en portavoz del grupo y eleva su protesta a Jesús. ¡Es curioso, siempre habla el que tiene razones para callar! Poco tiempo atrás, susurraba y metía cizaña entre los discípulos discutiendo con sibilina astucia el reparto de los primeros puestos para ese reino de ensoñación que bullía en su cabeza. Tampoco el exorcista se quedaba atrás en la justificación de su actuación porque no se guardaba de afirmar “que actuaba en nombre de Jesús”.

Mal asunto. Por una parte, algo tendrá que decir Jesús sobre el caso planteado y, por otra parte, feo se atisba el horizonte para aquellos que creen tener la exclusiva del bien y el nihil obstat para la acción y se hallan muy contrariados por la actuación de aquel que tildan de impostor y embaucador. Juan, en este caso portavoz de los discípulos, expone el caso a Jesús considerando que no es de la competencia del aquel hombre liberar del mal. Está convencido de que la comunidad de seguidores tiene el copyright, el derecho exclusivo de la solidaridad y de la liberación. ¡Qué pronto se olvida el grupo de seguidores de las enseñanzas de Jesús! Los discípulos oyen al Maestro, pero no les interesa escuchar. Van a lo suyo. ¡Les queda mucha buena noticia por descubrir! Les incomoda la situación. Les desconcierta descubrir que el bien también existe fuera de su círculo reducido de personas exclusivas y VIP (very important peson).  Por su corazón bullen deseos desordenados de poder absoluto y búsqueda de prestigio.

La enseñanza de Jesús no se hace esperar. Desconcierta a los que se creen poseedores de la verdad con un tajante y lacónico: “No se lo impidáis”. Y, a continuación, añade la razón de esta actitud: “porque uno que hace milagros en mí nombre no puede hablar mal de mí”. Inmediatamente, como el que no quiere la cosa, propone a sus discípulos unas exigencias para seguir creciendo: “si tu mano te hace caer, córtatela; si tu pie te hace caer, córtatelo; y si tu ojo te hace caer, sácatelo”. No es éste un proyecto inalcanzable, ni de lejos, es una exageración masoquista. Al contrario, es la propuesta de un camino de liberación. Para el que quiera seguir a Jesús como discípulo cortar la mano supone simbólicamente cortar la actividad frenética en nuestras vidas para descubrir el protagonismo de Dios, “solo Dios basta”. Cortar los pies es cortar con nuestra autosuficiencia y soberbia para considerar que “a quien Dios tiene, nada le falta”. Sacar el ojo supone la tarea espiritual de mirar las cosas con los ojos misericordiosos de Dios y confiar en Él con “la paciencia, el arte de la paz, que todo lo alcanza”. En fin, todo un proyecto de vida y de liberación. Tres actitudes que han de trabajar los seguidores de Jesús para considerar hermano al otro diferente e identificarse con el proyecto curativo y liberador del Maestro.

Manuel Pozo Oller

Párroco de Monserrat

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