DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Una de las características que marcan nuestra sociedad es la búsqueda del aplauso. Dicho en otras palabras, la búsqueda del éxito. Y esta actitud no describe solo a personas de un cierto relieve social: artistas, deportistas, políticos… sino a personas anónimas de cualquier lugar y condición. Prueba de ello es que las redes sociales están llenas de personas que realizan las actividades más estrambóticas buscando aumentar el número de seguidores o visualizaciones de sus videos. De esta manera, alcanzan el aplauso y el reconocimiento que consideran que los llevará a tener una vida plena.

De manera continuada con el evangelio del domingo pasado, hoy escuchamos el segundo anuncio de la pasión que realiza Jesucristo. Si en el primer anuncio sobre el destino trágico de Jesús los apóstoles reaccionaron con el rechazo a esa opción, ante este segundo anuncio van a responder de una manera aún peor; con la indiferencia. Por eso, mientras Jesús insiste en que la muerte violenta en la cruz se va a producir porque sus contemporáneos prefieren mantener su imagen cómoda de un Dios al que se le puede «controlar» por medio de ritos externos que no fuerzan el corazón del ser humano a crecer en el amor, los apóstoles se dedican a discutir sobre quien es el más importante. Se puede decir que los apóstoles se vieron en la tentación de tener que elegir entre el aplauso del mundo y el aplauso de Dios. Es decir, tuvieron que elegir entre ser importantes para los demás o ser importantes para Dios.

Por esto, Jesús reúne en torno a sí a quienes deben ser los continuadores de su misión y les explica que para el discípulo de Cristo solo hay una opción; buscar solo el reconocimiento y el aplauso de Dios. Es posible que las recompensas de este mundo parezcan más inmediatas y gratificantes, pero hay que recordar que son efímeras. El aplauso del mundo es muy volátil. Por el contrario, el aplauso de Dios es para siempre. Y si sus discípulos se preguntaban qué es lo que tenían que hacer para obtener ese aplauso, la respuesta de Cristo es simple y contundente: hay que dejar de obsesionarse por el triunfo de este mundo y concentrarse en servir a los demás, incluso cuando eso exija llegar a olvidarse de uno mismo, dejando que sea Dios quien nos indique el momento y la manera en que hemos de reproducir en nuestra vida la actitud de servicio que llevó a Cristo a la donación total de su ser, incluso, hasta la muerte en cruz.

Victoriano Montoya Villegas

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