Toda la historia de la humanidad es historia de salvación. Esta afirmación teológica fundamental debería ser una frase que repitiésemos con frecuencia. Es posible que nos parezca solo un axioma teológico que se queda en el ámbito intelectual y que poca influencia puede tener en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, esta afirmación constituye el núcleo de nuestra fe. Cuando la repetimos, de manera sencilla, estamos diciendo: Dios creó el cielo y la tierra y al ser humano a su imagen y semejanza; este ser creado por amor, respondió con el pecado al amor de Dios, aún así, el Creador salió al encuentro del ser humano. Tanto amó Dios al mundo, que envió a su Hijo para salvar al mundo. El hijo de Dios entró en la historia de la humanidad y salvó al ser humano dentro de su propia realidad histórica. Por eso, la historia es el «lugar» donde el ser humano puede encontrarse con Dios, por tanto, con su propia vida.
El fragmento del evangelio de este domingo nos recuerda el proceso por el cual el ser humano puede apropiarse de la salvación que Dios nos ha dado en Jesucristo; hay que escuchar la palabra que Dios nos ha dado. Por eso, la curación de la sordera de este hombre que relata el texto evangélico no es solo la curación de una enfermedad del cuerpo, sino la sanación integral de la persona. Jesús, con su gesto de cercanía, posibilita a este hombre para que pueda escuchar las palabras de vida que Dios ha dado a la humanidad. Para nosotros, este signo realizado por Jesús es un recordatorio permanente para que estemos siempre dispuestos a escuchar a Dios, que nos comunica sus palabras de salvación a través de la Sagrada Escritura y, también, de los acontecimientos de nuestra vida y de las personas que comparten nuestra existencia. Pero, en muchas ocasiones, nosotros nos encontramos en la misma situación que el sordo del evangelio; incapaces de escuchar a Dios. Pero en nosotros no se trata de una imposibilidad física, sino de una falta de contemplación cristiana de la realidad, por eso no escuchamos a Dios que nos habla.
El fragmento del evangelio nos recuerda, también, que la escucha de Dios es la condición imprescindible para poder ser testigos de este mismo Dios. Solo después de que se curara de su sordera, el hombre del evangelio pudo cantar la grandeza de Dios que estaba actuando en el mundo por medio de su Hijo. Para que nuestro testimonio cristiano sea eficaz necesita de una escucha atenta y meditada de la palabra que Dios nos dirige. Así, cuando se unen «escuchar» y «proclamar» nosotros mismos y el mundo entero podrá alabar a Dios diciendo: «todo lo ha hecho bien».