
Al evangelista san Lucas le interesa mucho indicar la vida cristiana con la imagen del camino que lleva a Jerusalén, lugar de la entrega y glorificación. La meta está clara y los detalles concretos del camino aparecen difusos. Así se narra que Jesús “pasaba entre Samaría y Galilea” o que el encuentro con los leprosos ocurre “en un pueblo” indeterminado. Lo cierto es que Jesús caminaba de un lugar a otro, como “un carismático itinerante marginal”, escribe el teólogo R. Alan Culpepper. La escena se sitúa en la Samaría con fama de idolatra y en permanente litigio con los judíos.
Con el episodio que leemos este domingo, el encuentro de Jesús los leprosos (Lc 17,11-19), el Evangelio nos ofrece una catequesis sobre la oración en cuatro escenas que se complementan distribuidas en los capítulos evangélicos que van del 17 al 31. En los tres próximos domingos, incluido el domingo en que nos hallamos, los protagonistas son personajes marginales: el leproso samaritano, la viuda desamparada (Domingo XXIX) y el humilde publicano (Domingo XXX). Las enseñanzas culminan con la historia de Zaqueo (Domingo XXXI) que nos ofrece la clave desde donde hemos de meditar estos capítulos: «Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).
El contenido central de este domingo XXVIII nos muestra que la salvación es un ofrecimiento universal, es para todos sin excepción, incluidos los que están en los márgenes de la vida. Jesús no responde a la petición de curación con otras preguntas para datar la filiación o evaluar las situaciones para, si es necesario, derivar a los enfermos a quienes la sociedad ha dado el encargo de estos cuidados. Hay que recordar lo que suponía de marginación un enfermo de lepra en aquella época.
En el relato que nos ocupa los enfermos toman la iniciativa y van al encuentro de Jesús. Tienen conciencia de su marginalidad y piden compasión al “maestro”. No se atreven a acercarse. Él les contesta remitiéndolos a la instrucción de cumplir con la ley que ya preveía los ritos de purificación en estos casos. El samaritano, que no entiende la ley judía, es dócil y cumple con lo que se le manda. Por el camino todos recobran la salud. Solo uno, el samaritano, “viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios” y, ante Jesús, se echa a sus pies y le da las gracias. Es el comienzo de una nueva vida.
La oración, el diálogo con Jesús, que comenzó con una petición para implorar la salud se torna salvación para el samaritano que alaba, bendice y da gracias por la salud recobrada y por el comienzo de una vida nueva llena de esperanza.
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat