Cuando contemplamos las representaciones de Jesucristo que se han realizado a lo largo de la historia del arte, llama la atención que en todas ellas, desde la estilización gótica, pasando por la contundencia barroca y llegando al idealismo más reciente, Jesús aparece representado como un hombre fuerte. Esta fortaleza física que aparece en las obras de arte tiene una doble intención. Por un lado, reafirmar la profesión de fe en la verdadera humanidad de Cristo. Jesús es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre verdaderamente, no es un disfraz ni una mera apariencia, sino humanidad perfecta. Por otro lado, quieren manifestar una convicción evangélica; la fortaleza de Jesús no es física, sino interna, actúa de dentro hacia fuera, como queda patente de manera especial en el relato de la pasión.
Cristo es consciente de que la fortaleza que manifiesta a lo largo de todo su ministerio público nace del contacto personal e íntimo con Dios Padre y, quiere hacer partícipes a los apóstoles de esta fuente de vida. Por ello, siempre que tiene ocasión, enseña a sus discípulos a orar y lo hace con la palabra y con el ejemplo. En el fragmento del evangelio de hoy, Jesús busca ese rato de silencio con sus discípulos. El descanso no es otra cosa que poder abrir el corazón a Dios Padre para que Él fortalezca la debilidad humana, restañe las heridas de la vida y fortalezca la esperanza velada por la urgencia de lo inmediato.
Al leer este fragmento del evangelio, podríamos pensar que este deseo de Jesús queda frustrado por tener que atender las peticiones de todos aquellos que habían acudido a Él para obtener su ayuda. Pero, en realidad, no es así. La oración es para Jesús no solo el sustento de su vida, el armazón que soporta toda su existencia, sino también, el acicate que le impulsa a atender a los demás. Él puede percibir las necesidades de los otros porque escucha primero a Dios Padre, que nunca permanece sordo al clamor de quien lo necesita. La oración no es para Jesús una huida de la realidad, sino el momento en que descubre la profundidad de las necesidades de la humanidad.
Esta misma experiencia es la que Jesús quiere que experimenten sus discípulos, los de entonces y los de ahora, hay que estar muy cerca de Dios para que nuestra vida se sustente en una roca sólida que no se tambalee por los envites de las dificultades de la vida y para que podamos estar cerca de los demás. Si no se escucha a Dios, es imposible escuchar a los hermanos.
Victoriano Montoya Villegas