DOMINGO VI DE PASCUA, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

El domingo pasado escuchamos en la proclamación del Evangelio el precepto
nuevo de amor fraterno: “Que os améis unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34). Desde entonces el precepto del amor, al estilo sin límites del Maestro, se convirtió en nota fundamental del discipulado, aunque bien sabemos cuánto nos cuenta poner en obra el mandato del Señor.

En este domingo VI de Pascua la liturgia nos propone seguir reflexionando sobre el mandamiento nuevo añadiendo un aspecto que concreta como hemos de amar (Jn 14,23-29). El evangelista sitúa la enseñanza de Jesús en el discurso llamado de despedida con lo que supone este relato de consejos últimos a modo de testamento. De este modo, acabada la Cena del Pascua, se ofrece al lector una explanación programática del mandamiento nuevo. El Señor contesta a la pregunta de Judas, el otro distinto al Iscariote, sobre si la manifestación del Mesías será solo para los discípulos excluyendo al resto (Jn 14, 22). La respuesta de Jesús no se queda en dividir la humanidad entre los de dentro y los de fuera, sino que su respuesta es incluyente con la única condición de que, unos y otros, le amen: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14,23).

Jesús añade también al imperativo del amor un matiz importante para no dejar el asunto en interpretaciones diversas y explica que el amor consiste “en guardar su palabra”. La fe, que tantas veces hemos pensado que solo era un acto de voluntad, tiene su asiento en el corazón y, desde esa atalaya, las personas y el mundo se ven de otra manera. Es verdad que, a veces, sentimos nuestra debilidad con agobio y desolación, pero hemos de contar siempre con la promesa de Jesús que nos hace sentirnos acompañados y guiados hacia la serenidad y la paz. En efecto, el creyente no se siente nunca huérfano ni perdido porque conoce el camino: “El Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14,26).

Para el seguidor de Jesús es un regalo la promesa de su Espíritu para caminar en el tiempo. Él es el alma de la comunidad, el defensor, el intercesor, el maestro, el abogado, el animador e iluminador de la fe de la comunidad y de cada uno de nosotros en este esfuerzo de responder con gratitud a Dios y ser buenos instrumentos en sus manos.

También el Espíritu Santo nos enseña y recuerda las enseñanzas de Jesús; es el testigo garante de la fe auténtica; el consolador del mundo, el que pone al descubierto todas
las mentiras e injusticias del sistema de pecado que campea a nuestro alrededor. De ahí que el discípulo de Jesús y la comunidad fundada por Él debe dejarse conducir por el Espíritu Santo y no oír otras voces que nos alejan del plan de Dios buscando falsas seguridades en el cumplimento de las leyes, las normas, las costumbres, el poder, el criterio de la mayoría …

Por otra parte, cuando el creyente se cierra a las mociones del Espíritu Santo, experimenta el miedo y el temor a la libertad y cierra las puertas al Dios que nos sorprende y todo lo hace nuevo. Cuando prescindimos del Espíritu Santo, todas las puertas se nos cierran y no encontramos salidas a las dificultades que encontramos en la Iglesia o en el mundo perdiéndonos en la vorágine de la vida.

Hoy el evangelio nos habla del fruto de la paz que nos regala Jesús con su Espíritu Santo: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo”.  Los discípulos ante la persecución y las dificultades del mundo no han de perder la paz porque nadie logrará arrebatarles la inmensa y profunda satisfacción de pertenecer a Cristo. Jesús recibió un mandato de su Padre y obedeció. También el discípulo debe obedecer y cumplir los mandamientos, sobre todo el mandamiento del amor fraterno. El amor, en verdad, es obediencia sin reservas al plan de Dios. El que confía y se siente amado experimenta que “su corazón ni tiembla ni se acobarda”.

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

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