Lecturas: Hch 9, 26-31. Él les contó cómo había visto al Señor en el camino. Sal 21. R. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea. 1 Jn 3, 18-24. Este es su mandamiento: que creamos y que nos amemos. Jn 15, 1-8. El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante.
El que fuera perseguidor se transforma en Apóstol. Pablo se convierte en discípulo de Jesús. Su nuevo “status” le acarreará peligros y serias dificultades. Con la ayuda de los hermanos en la nueva fe, Pablo huirá a su ciudad natal, Tarso. Esta primera persecución en Jerusalén impulsará a la iglesia a evangelizar sin descanso, alentada siempre por el Espíritu Santo. Esta capacidad de transformación, esta poda que se realiza en el creyente, es posible por la resurrección de Cristo. ¡Esta es la Pascua! A esto estamos llamados todos los que creemos en el Resucitado. Debemos pasar de la esterilidad a la fecundidad, permaneciendo en Jesús y dando frutos de amor.
Si el domingo anterior, la alegoría del Buen Pastor nos convertía en privilegiado rebaño, hoy otra alegoría nos transforma en sarmientos agradecidos. La imagen de la viña es muy apreciada por el pueblo de Israel. Los profetas y los sabios del pueblo la han entonado con esmero y delicadeza. Yahveh, el Padre, cuida con amor a su viña, pero el pueblo llamado a dar frutos de fidelidad a la alianza, no responde adecuadamente. Es ante esta situación cuando Jesús se presenta como la vid “verdadera”, aquel en quien Dios recrea la alianza. La viña vieja de Israel es sustituida por una única vid. Este pasaje y el del próximo domingo pertenecen al que se conoce como el “discurso de despedida”. Es como un testamento espiritual que resume la enseñanza de Jesús y nos orienta para caminar cuando falte el Maestro. Al igual que el sarmiento bebe de la savia que fluye de la cepa, el discípulo solo puede vivir de la gracia que fluye de Cristo. No hay vida cristiana sin comunión de vida con Cristo y los hermanos.
El evangelista quiere que prestemos especial atención en el verbo “permanecer” que no duda en repetir hasta en siete ocasiones. Muestra así la profunda identificación entre el discípulo de todos los tiempos y su Señor. Jesús vive y es vida para quienes creen en Él. Todo sarmiento brota para dar fruto. Es la razón de su existencia. La Iglesia nació para dar fruto en abundancia: la edificación del Reino de Dios. Es necesario vivir comprometidos con la misión de Jesús. La Eucaristía, fruto del costado de Cristo, favorecerá que seamos sabrosos frutos que el mundo pueda degustar.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario