DOMINGO IV DEL TIEMPO ORDINARIO

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

En una lectura rápida, puede parecer que el evangelio de san Marcos, que leemos muchos domingos de este año litúrgico, es un escrito más sencillo y sobrio que los otros evangelios. Sin embargo, si nos paramos un momento y prestamos atención, descubriremos que el primer evangelio en ser escrito es un magnífico relato que busca no solo la presentación de la figura de Jesucristo, sino que trata de involucrar el lector para que sea él mismo quien responda a la pregunta esencial: ¿quién es este?

El fragmento que leemos este domingo, presenta a Jesús realizando una de las tareas más habituales de su actividad pública: enseñar. Es interesante fijarse que en este fragmento, Jesús no transmite una idea o un concepto determinado, sino que se «enseña» a sí mismo. Prueba de ello es que aunque el evangelista no recoge el contenido de la enseñanza que Jesús pronunció en aquella sinagoga de Cafarnaún, todos quedaron admirados.

Lo que admiró a quienes escucharon a Jesús aquel día, no fue lo que dijo, sino, cómo lo dijo. «¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo», decían. A aquellas humildes gentes que estaban acostumbrados a escuchar las enseñanzas de los escribas, quienes después de muchos años de estudio unidos a un maestro o a una escuela determinada, se limitaban a repetir lo que habían aprendido de manera memorística. Por el contrario, Jesús no enseña a partir de lo que ha aprendido, sino, de lo que ha vivido y experimentado en los más profundo de su ser. La autoridad con la que Jesús enseña no es fuerza o violencia, ni siquiera es una coherencia perfecta entre palabra y vida, sino, sobre todo, comunicar solo aquello que se ha interiorizado desde el contacto personal e íntimo con Dios Padre.

Jesucristo necesitó treinta años para tener un conocimiento vivencial de Dios para poder salir a comunicarlo a los demás. Por eso, sus palabras nunca son vacías y repetición de aquello que ya se ha dicho anteriormente, sino que habla con tal autoridad que sus palabras son capaces de transformar totalmente la vida de las personas, como lo hizo con aquel «endemoniado» que había en la sinagoga. Jesús, para curarlo, no necesitó ni ritos ni gestos extraordinarios, sino solo su palabra.

La palabra de Jesús se presenta ante nosotros como verdadero motor capaz de transformar toda nuestra existencia, al mismo tiempo que es una invitación a que, imitando al mismo Cristo, pasemos de un conocimiento solo intelectual de Dios a un conocimiento vivencial de nuestro Padre Celestial que nazca del trato personal, íntimo y cotidiano con él.

Victoriano Montoya Villegas

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