Lecturas:1 Sam 16, 1b. 6-7. 10-13a. David es ungido rey de Israel. Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta. Ef 5, 8-14. Levántate de entre los muertos y Cristo te iluminará. Jn 9, 1-41. Él fue, se lavó, y volvió́ con vista.
La antífona de entrada de este domingo manifiesta el carácter gozoso de la celebración: Alégrate, Jerusalén, reuníos todos los que la amáis, regocijaos los que estuvisteis tristes para que exultéis; mamaréis a sus pechos y os saciaréis de sus consuelos (Is 66,10-11). Hemos de vivir este día con generoso y merecido entusiasmo. Por eso se denomina domingo de laetare.
Sin perder la dimensión penitencial, la Palabra de Dios nos sumerge en un contexto bautismal a través de dos símbolos privilegiados: aceite y luz. El relato de la unción de David como rey de Israel subraya la elección divina del menor sobre el mayor. Es un tema que encontramos con frecuencia en otros pasables bíblicos (Abel-Caín; Jacob-Esaú, José-sus hermanos mayores). Dios no se fija en las apariencias. Elige a quien quiere sin acudir a sus méritos. Es el universo del Padre que lo realiza todo desde la gracia de la donación. A través de la unción entró el Espíritu Santo en el pequeño de la casa de Jesé y desde entonces sería el rey de Israel. San Pablo desglosa la diferencia entre creyentes y no creyentes por medio de la dialéctica luz-tinieblas. Siendo libres para elegir, nos exhorta a caminar con la luz de Cristo comprometiéndonos a una conducta buena, justa y verdadera. Recibimos su luz para iluminar a otros. El evangelio se presenta en medio de un contexto polémico. Contrasta la recuperación de la vista por parte del ciego y la ceguera de aquellos que creen verlo todo y saben juzgarlo todo (fariseos). Poder ver, fue un regalo inesperado. El ciego no la pidió y posiblemente jamás pensó que fuera posible obtenerla. Deja de ser ciego y surge la novedad: logra una auténtica visión de la fe. Deja de ser ciego y aparecen los problemas: identidad, interrogatorios, rechazo. Deja de ser ciego y nace una amistad con el Hijo de Dios. Toda su vida sumida en la oscuridad es ahora anécdota irrelevante. Confiesa su fe y con delicado gesto de adoración, orienta su vida ante quien le había curado. Deja de ser ciego y hoy es modelo de fe, de discípulo, de creyente, de hermano…Deja que Jesús se encuentre contigo este domingo en la Eucaristía para poder ver a hombres como hermanos y el mundo lleno de Dios.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del seminario