DOMINGO III DE CUARESMA, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

En el pasaje evangélico de este III Domingo de Cuaresma Jesús aprovecha dos acontecimientos trágicos recientes para hacer una llamada general a la conversión en orden a dar buenos frutos (Lucas 13,1-9). La escena se sitúa en el camino de subida a Jerusalén donde unos desconocidos se acercan al Maestro para contarle las malas nuevas que acababan de suceder. Por una parte, la degollación de un grupo de galileos efectuadas en el atrio del templo mientras se ofrecían sacrificios por orden del procurador romano Pilato. Para los judíos esta acción era horrorosa, no solo por la muerte de aquellos desdichados, sino también por cuanto la sangre de los asesinados se había mezclado con la sangre de los sacrificios en fiesta tan concurrida e importante como la Pascua. Seguramente las gentes que refirieron a Jesús lo sucedido creían que acudiendo a él podría intervenir para cambiar la situación contra el poder constituido. Por otra parte, por aquellos días, estaba reciente la muerte de dieciocho personas aplastadas por el derrumbamiento de la torre de Siloé. Muchas desgracias en poco tiempo. Estas desgracias hacían pensar al pueblo judío que Dios les “castigaba” o, al menos, se mostraba ausente y desinteresado ante tanto dolor.

Jesús ante las noticias terribles que le llegan trasciende los hechos para plantear la cuestión de forma distinta. Los judíos habían sido educados en la convicción de que no hay pecado sin culpa y, por tanto, que las grandes desgracias presuponen graves pecados de los desdichados y, consecuentemente con esa mentalidad, las desgracias son consideradas como un castigo merecido. Jesús no juzga ni culpa a los galileos asesinados ni a los fallecidos trágicamente en Siloé sino que, partiendo de la realidad dolorosa de los acontecimientos, enseña que una muerte violenta repentina tiene que hacer reflexionar a los que todavía gozan del don de la vida sobre la importancia de vivir en plenitud el momento presente. Hace años el Hermano Rogers, fundador de la comunidad ecuménica de Taizé (Francia), escribió un precioso y profundo libro, cuya lectura me hizo mucho bien, sobre la necesidad de vivir “el momento presente”, en una “dinámica de lo provisional”. Esa es la enseñanza de Jesús que trasciende los hechos acaecidos para invitar a vivir el momento con los ojos abiertos a Dios y a la realidad en una permanente conversión y búsqueda para “no perecer de la misma manera” que aquellos cuya muerte fue el gran fracaso de sus vidas.

San Lucas, después de constatar la fragilidad del ser humano y aclarar que las desgracias son un misterio que se presentan al margen de la bondad o no de los que las padecen, se pregunta sobre el sentido profundo de la vida y cuál es su finalidad.  El evangelista, sin ambages, indica que la vida, que ha sido plantada en la viña del Señor, tiene sentido si es fecunda y da fruto (cf. Lc 6,16).

La parábola de la higuera estéril, en efecto, es el símbolo de una vida humana improductiva que llega a agotar la paciencia del agricultor. Los galileos murieran por causa de la perversidad de Pilato y los dieciocho judíos aplastados por una torre, murieran por accidente. No es el caso de la higuera estéril. La higuera tiene que morir porque no da fruto, porque no es más que un parásito que se nutre de los alimentos que roba al viñedo. Esta situación de improductividad ha colmado la paciencia de su amo que la ha cuidado por tres años con primor. En definitiva, la invitación de Jesús, a pesar de las desgracias y dificultades continuas de este mundo, es a ser fecundos. Por el contrario, «el pecado más grande», es no hacer nada, estar permanentemente mano sobre mano nutriéndose del trabajo o buena voluntad de los demás. Todos, en verdad, tenemos la responsabilidad de producir y dar frutos abundantes. La higuera, como el seguidor de Jesucristo, tiene como vocación dar fruto abundante evitando “no ocupar terreno en balde”. ¡Todo un itinerario de conversión!

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

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