Es muy habitual que cuando mantenemos una conversación que tiene cierta profundidad e intentamos exponer o comunicar algún sentimiento o experiencia importante, utilicemos la fórmula: «es como…». El motivo es que resulta muy complicado expresar con palabras aquellas experiencias vitales que verdaderamente son importantes y densas. Algo semejante ocurre en este fragmento del evangelio de Marcos en el que se describe el acontecimiento que vivieron Jesús y algunos de sus discípulos y que, tradicionalmente, se ha llamado: «La Transfiguración».
Para comprender el contenido de este acontecimiento, más que fijarnos en las imágenes, debemos atender al contexto en el que se produce. Jesús ha anunciado varias veces a sus discípulos cuál es el destino que le aguarda y les ha enseñado que la exigencia irrenunciable del discipulado es abrazar la cruz. Pero ellos siguen empeñados en sus sueños de grandeza, donde la cruz no tiene cabida. Por eso Jesús decide mostrar, anticipadamente, la verdad de la vida cristiana; todos los días de la vida de un cristiano están marcados por la cruz, pero esta no es nunca la última palabra de Dios. La gloria de la victoria final es la promesa que Jesús hace a sus discípulos.
Se podría decir que Jesús, más que dando respuesta a las dudas de sus discípulos respecto a cómo han de entender sus enseñanzas sobre las exigencias que supone ser cristiano, está planteando una pregunta más: ahora que ya sabes que no puedes rechazar la cruz ¿estás dispuesto a cogerla de la misma manera que la voy a coger yo?
La Transfiguración no busca adormecer a los discípulos para que no sean conscientes de las exigencias que conlleva ser seguidor de Jesús. En la Transfiguración, Jesucristo busca mostrar toda la verdad de la vida cristiana, que está marcada por la cruz, aunque nunca es el final definitivo. A lo largo de nuestra vida, Dios nos ofrece distintos consuelos en nuestra vida diaria, unas veces son pequeños gestos, otras veces, grandes momentos. Todos ellos son solo destellos de la promesa divina de la plenitud de vida que nos ofrece. Son instantes en los que Dios nos dice, al mismo tiempo: no tengas miedo a cargar con tu cruz de cada día, ni pidas que el peso sea más llevadero, por un lado, y, por otro, nos recuerda que estamos llamados a disfrutar de una plenitud tan grande que nada ni nadie puede ofrecernos más que Él.
A pesar de haber experimentado por ellos mismos la gloria que Cristo les mostró, los discípulos no fueron capaces de soportar el escándalo, la decepción y el dolor de la cruz del Señor. La pregunta que este fragmento del evangelio nos propone en el día de hoy es: como discípulo de Cristo ¿pesa para mí más la cruz o la promesa del Señor de hacerme partícipe de su victoria?
Victoriano Montoya Villegas