DOMINGO I DE CUARESMA, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

El miércoles pasado comenzamos el tiempo litúrgico de la Cuaresma con el rito de la imposición de ceniza. En este itinerario cuaresmal, en el primer domingo, el Evangelio de san Lucas nos presenta a Jesús en el desierto como lugar de tentación (4,1-13).

Las tentaciones se presentaron a Jesús terreno a lo largo de toda su vida. Los evangelistas las reagruparon en torno al paisaje singular del desierto, lugar bíblico de excelencia para la búsqueda y el discernimiento. El autor sagrado, coloca estratégicamente esta sección después de la confirmación de Jesús como Hijo de Dios en su bautismo (3,22) y, al tiempo, hombre como muestra la genealogía familiar (3,23-38). En el evangelio de este domingo se nos presenta a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, a las puertas del comienzo de su vida pública, en el desamparo y aridez del desierto, debatiéndose en la tensión de elegir entre la voluntad del Padre y el cómo y por dónde empezar el anuncio del reinado de Dios, así como qué medios se ha de emplear para llevar a cabo la misión encomendada. El texto se abre con una paradoja. Jesús, “lleno del Espíritu Santo”, fue llevado por el mismo Espíritu “por el desierto, mientras era tentado por el demonio”.

En aquél lugar inhóspito y árido Jesús ha de elegir sobre qué tipo de acciones y medios ha de emplear en el anuncio de la buena nueva. La tentación primera se presenta en el momento de debilidad humana cuando Jesús siente la necesidad primaria del hambre. Es el momento propicio en que Satanás le sugiere sutilmente que emplee el poder recibido para su tarea mesiánica en favor propio y convierta las piedras en panes. La tentación se presenta siempre como invitación a dudar de Dios para, a continuación, amparándonos en la seguridad aparente del bienestar y la prosperidad económica, adorar al becerro de oro. Es una tentación que conduce a la persona idólatra a la evasión de la propia responsabilidad delegando en los dioses mágicos la solución de los problemas.

En la segunda tentación, después del ofrecimiento de Satanás de la salvación por los medios materiales, ahora ofrece a Jesús el camino del mesianismo político y el empleo del poder que tanto alaga la vanidad humana. Una tradición popular esperaba la aparición del mesías descendiendo del cielo y posándose en el alero del templo con gran vistosidad y manifestación de poder. La tentación no consiste propiamente en “arrodillarse ante Satanás”, ¡qué ya es gran disparate!, sino en justificar el recurso al poder y a la gloria como medio para subir y mandar. El poder y la gloria son tentaciones permanentes. Joachim Jeremías, luterano y profesor del Nuevo Testamento, afirma con evidente claridad conceptual que “la adoración a Satanás, en el monte desde el que se contemplaba todo el mundo, tiene indiscutiblemente como objeto la actuación de Jesús como caudillo político” (Teología del Nuevo Testamento, Salamanca 1974, 91). El deseo de poder para oprimir a los débiles ya es idolatría. Estar en posesión de riqueza, y poder al estilo del mundo, equivale, a poco que nos descuidemos, a suplantar a Dios por la idolatría de uno mismo.

La tercera tentación propuesta a Jesús consiste en ofrecer en público una señal absolutamente decisiva para demostrar sensiblemente hasta qué punto estaba Dios con Jesús y hasta qué punto podía Jesús disponer de Dios para garantizar el éxito de su misión. Es frecuente la petición a Jesús que avale su ministerio público con una señal mesiánica aparatosa y mágica (cf. de parte de familiares, discípulos, fariseos, sacerdotes, el pueblo en general). Es, por tanto, una tentación más sutil. Aparentemente no se busca el provecho propio, sino el interés de Dios para que los demás crean gracias a los signos prodigiosos. Todos, antes o después, de una manera u otra, somos o seremos tentados. En consecuencia, las tentaciones que sufrió Jesús son nuestras permanentes tentaciones que, con leves matices, se pueden resumir en el deseo desordenado de construir el Reino de Dios por los caminos equivocados del tener, poder, y subir, a costa del olvido providente de Dios y el uso interesado de su santo nombre.

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

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