La Iglesia presenta a la comunidad de seguidores de Jesús la propuesta de intensificar en el tiempo litúrgico de Adviento la vida espiritual como preparación al misterio de la Natividad de nuestro Señor.
Para comprender este texto difícil y enigmático que la liturgia nos presenta en el Domingo I de Adviento del recién estrenado Ciclo litúrgico C invito a mis lectores a recordar la contemplación de la Encarnación que propone san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales para el Primer Domingo donde exhorta al ejercitante «a contemplar el ancho mundo nuestro, con sus luces y sombras, sus anhelos y desesperanzas, sus zonas de vida y sombras de muerte con el convencimiento de que este mundo concreto que nos ha tocado vivir necesita “redención/liberación” y, en consecuencia, necesita la llegada del salvador/libertador».
En nuestro mundo, igual que el mundo de ayer y siempre, hay mucha “gente angustiada”, porque para ellos la vida no es disfrute, sino carga pesada, porque la esperanza está herida. Muchos, y las razones son diversas, han perdido el sentido de la vida y en su horizonte solo divisan un muro infranqueable. Bien vale al comienzo de este tiempo litúrgico hacer un chequeo de nuestra esperanza para constatar en quién o en qué se fundamenta nuestra vida y nuestra acción.
El texto evangélico de este I Domingo de Adviento, tomado del evangelio de san Lucas 21,25-28.34-36, recoge dos fragmentos del discurso escatológico donde se muestra, como es propio de estos textos, la preocupación por el destino final de la humanidad y del universo. Hagamos el esfuerzo de situarnos en el espacio y el tiempo para acercarnos a la verdad del relato en un contexto de destrucción de Jerusalén con la toma y saqueo de su templo por las legiones romanas al mando de Tito. Este acontecimiento terrible para el pueblo judío es, para el parecer de san Lucas, un signo de la ruina final y universal, ya profetizada por Jesús. El pueblo de Israel, que vine y sufre estos acontecimientos, no se da por vencido ante las dificultades, sino que en sus muchas desgracias añora y sueña con la llegada del Mesías libertador tal y como la tradición anunciaba “en gloria y majestad”.
San Lucas, que es de la segunda generación de cristianos, y ha visto correr el tiempo sin la llegada del esperado mesías/libertador, intenta trasmitir a sus lectores que entre el tiempo de la ruina de Jerusalén y el juicio final no hay fecha de recapitulación final. En consecuencia, aquí y ahora, es el momento de la esperanza. No es tiempo de lamentos, sino de testimonios.
Para el discípulo de Cristo la esperanza es Jesús. Él nos invita a trabajar con alegría y confianza en la construcción del reinado de Dios, aquí y ahora, mientras esperamos el encuentro definitivo con Dios. Nada de caras tristes ante los acontecimientos de la vida porque son signos y llamadas para abrir los ojos y confiar en quién no nos abandona: “cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación” (v. 28). Mientras llega el libertador el discípulo de Jesús está llamado a recorrer con confianza, gozo y alegría el tiempo de la historia. Allí donde parezca que humanamente acaba todo … podemos afirmar que todo empieza.
Nos queda la pregunta, ¿qué hacer ante tanto desastre, tanta violencia, tanto desamor? El evangelista, con un sentido muy práctico, nos invitar a ejercitar la virtud de la vigilancia, a abrir los ojos para mirar la realidad (vv. 29-38). Las palabras de Jesús culminan a modo de advertencia: “estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del Hombre” (vv. 29-33).
Evocando a san Carlos de Foucauld, en su memoria litúrgica eclipsada por la liturgía dominical, pedimos a Dios los dones de la vigilancia y la confianza : «Tú no nos dejarás en la oscuridad cuando necesitamos de la luz. Podremos estar en la oscuridad, a veces por largo tiempo y en forma dolorosa, pero en esa situación es cuando Tú nos vas conduciendo de la mano, sin que nos demos cuenta y cuando realmente necesitemos de la luz la tendremos. Será como un relámpago en medio de la noche que nos permite entrever como vas conduciendo la historia».
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat