
DERECHO AL ABURRIMIENTO
Fue el filósofo Martin Heidegger quien acuñó una expresión que lanza luz sobre nuestros tiempos presentes: “la nada, nadea”. Para él la nada era un estado de las cosas, no simplemente la ausencia de ser o la carencia de algo presente, sino una suerte de fuerza ontológica que continuamente está moldeándose y actuando en el ser, fluyendo. Este “nadear” de la nada se traduce en la falta de sentido que nos anima a la búsqueda de un propósito existencial, una experiencia verdaderamente humana. Me permito retorcer un poco más el argumento, tomándome alguna licencia que probablemente Heidegger no aceptaría, la satisfacción con la vida que llevamos es una red flag, que dicen ahora, pues significaría que de alguna forma hemos renunciado a algo, tan propio del ser humano, como es la inquietud, la continua insatisfacción.
Estoy seguro de que el aburrimiento juega aquí un papel primordial. El exceso de positividad en nuestra vida nos hace daño. No me refiero a que tengamos un carácter positivo y alegre, sino al hecho de estar recibiendo continuamente estímulos que nos impiden abrir la puerta hacia la reflexión profunda, de la cual es antesala el aburrimiento. El aburrimiento es un espacio fértil en el que conectar con nosotros mismos. Socialmente está mal visto porque lo que se valora es la productividad, la eficiencia y el continuo entretenimiento, pero ¿no tenemos derecho a aburrirnos?, es más ¿no tenemos la obligación de aburrirnos, la necesidad de “nadear”, desconectar o hacer una pausa? El tiempo sin propósito nos ayuda a encontrar un equilibrio que necesitamos reconociendo que no todo tiene que tener un objetivo o ser productivo, en el sentido en que lo usamos socialmente.
Nuestra fe nos enseña, en contra de los postulados mundanos, que el valor no está en el hacer sino en el ser. Ser hijos de Dios nos hace entender que nuestro valor no depende de nuestra productividad. Frente al vacío, nuestra vida sí tiene un sentido y no es necesario que la llenemos de experiencias o actividades para sentirnos útiles. El descanso es no solamente necesario, sino sagrado, también es vivir. Hace algún tiempo vi en un reel de Instagram que cuando sentimos culpa por detenernos y descansar es porque la actividad, incluso la pastoral, se ha convertido en un ídolo que realmente nos hace poner el corazón donde no está Dios. Quizá es necesario recordar que si el mundo nos ama por lo que logramos o producimos, para Dios esto no es así, sino que él nos ama por quiénes somos.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera