
Existen dos características fundamentales de nuestra era actual. Por un lado, la hiperconectividad impulsada por la tecnología digital e internet y marcada por la constante conexión en tiempo real entre personas, dispositivos y sistemas. Por otro, la obsesión por el rendimiento que se define como la autoexigencia constante gracias a la cual las personas se han convertido en sus propios explotadores.
En su obra La sociedad del cansancio, Byung-Chul Han arremete contra estas tendencias que dominan nuestras vidas. El filósofo surcoreano nos ofrece una crítica aguda que resuena con una claridad inquietante. El exceso de cuidado de la salud como un precepto casi religioso, la transformación de la vida inmanente en el único fin existencial o el deseo por vivir a toda costa eliminando todo lo que suponga profundidad son para él los frutos de la hiperactividad que caracteriza nuestro tiempo.
Tras el exceso de cuidado de la salud quiere se esconde la eliminación de cualquier atisbo de fragilidad o vulnerabilidad que pueda convertirnos en desechos del sistema. Solo así se entiende que la vida misma se haya convertido en el objeto supremo de veneración eliminando toda búsqueda trascendente de sentido y buscando conservar a toda costa la vida biológica. Se descubre así la paradoja que el mismo Han acuña: demasiado vitales para morir, demasiado muertos para vivir; y que nos enfrenta con la manera en que enfocamos nuestra propia existencia.
En el afán de evitar la muerte, nos aferramos a una vitalidad biológica que, paradójicamente, anula la experiencia auténtica de vivir, sustrayendo a la vida también todo su significado dentro del cual la caducidad y temporalidad juegan un papel fundamental. En nuestro esfuerzo por dominar la vida, la estamos vaciando de significado ¿Estamos dispuestos a mantener cuerpos biológicamente activos, pero vivir una vida desconectada de toda experiencia significativa?
De cómo respondamos a esta pregunta dependerá la búsqueda de nuestro propósito en el que la propia finitud tenga su lugar. La verdadera salud no reside en el control absoluto del cuerpo, sino en la capacidad de abrazar la fragilidad, estar dispuestos a correr riesgos y comprender que la caducidad es parte esencial de la experiencia humana. Al fin y al cabo, ¿no fue este el camino que como ejemplo nos dejó el Maestro?
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera